Un optimista incombustible: construir el hogar político y social de un país. Por Ernesto Vásquez

Jul 4, 2021 | Opinión

Ernesto Vásquez. Abogado. Licenciado, magíster y académico. Universidad de Chile.  Máster y doctorando Universidad de Alcalá.

Este domingo se ha de materializar un anhelo de los amantes del Estado de derecho democrático. La ruta de nuestra patria, desde el estallido -con sus diversas miradas y diagnósticos- seguido de la pandemia nos han hecho vivir en un túnel de angustia con pocos destellos de esperanzas, entre estos, el proceso de vacunación donde han aportado diversos actores que han pasado de la competencia a la cooperación y la sociedad ha debido soportar un extenso estado de emergencia sanitaria; muchos -como en el poema Desiderata, han actuado con nobles ideales y han destinado esfuerzos en la lucha contra el virus contumaz; en particular los funcionarios de la salud (los héroes de este tiempo) y son muchas las familias que han pasado zozobra y dolores, con la estela de muerte y congoja que la pandemia ha dejado y la salud mental ha estado en constante riesgo. Es un deber moral, aportar y respetar las reglas de restricción impuestas en pro de un bien superior: la salud de todos y es imperativo empatizar con aquellos que más han sufrido.

Como si fuera una coincidencia del destino, el séptimo día marcará para nuestro país un hito histórico, una ocasión única de colocar los intereses de la patria y de las demandas de los postergados de siempre, en el centro del debate. Se ha de buscar -esperemos- realizar la mejor Constitución (compuesta con escaños reservados, pluralista y paritaria como soportes morales de una nueva carta fundamental), que por primera vez no solo recoge los espacios para aquellos cuyas voces no han sido escuchadas en la historia, sino que es un acto en paz y en democracia, proponer al país un texto constitucional, que sea el verdadero hogar de todos, donde se recojan diversas visiones de quienes anhelan construir un estatuto social, jurídico y político que exprese el marco que represente la mejor obra efectuada en concordia democrática.

Esperemos que las voces de la sensatez, el tino, el tono, la tolerancia, el tacto y el respeto, sean las directrices que dibujen esta propuesta que es uno de los encargos más relevantes que pesa sobre los hombros de quienes han sido electos para esta labor, que esperemos, logren recoger los mejores insumos que representan los anhelos de paz, equidad y progreso de la gran mayoría y como texto final pase el filtro de la soberanía popular en el rotulado plebiscito de salida para su ulterior aprobación.

Por ello, la misión está en el mandato de trabajar con altura de miras y representar el sentir que acopie las diversas visiones; parafraseando al gran intelectual Andrés Bello -fundador de la Universidad de Chile- pueda someter de manera reflexiva todas las miradas donde se junten las diversas verdades e ideas en pro de un país más equitativo y obvio, fortalezca el Estado de Derecho con pleno respeto a los derechos que emanan de toda persona humana e interprete a la gran mayoría que son parte de nuestra tierra.

De ser aprobado será un texto que tendrá larga vida, fruto de la creación y trabajo honesto de todos los integrantes de la Convención Constitucional, esperemos, refleje el Chile diverso, pluralista y que también reconoce -como lo hace la carta de Naciones Unidas sobre los Derechos Humanos- no solo un estricto y absoluto respeto a estos, sino además, los deberes colectivos que cada persona tiene respecto de su comunidad como básica contraprestación a un Estado que recoja -siguiendo al constitucionalista español, profesor Dr. Guillermo Escobar, un anhelo realista de poder abrazar en su seno, derechos sociales posibles de asumir, evitando una lista de ofertas demagógicas imposibles de cumplir, tal como se ha hecho costumbre -lamentablemente- en Latinoamérica.

De ahí surge entonces el mandato claro de proponer un horizonte de una patria justa, equilibrada con ideas posibles de garantizar y ejecutar en el caso de ser requeridos y no un salto al vacío con promesas demagógicas; un país donde la salud, la educación, la justicia y la seguridad social, unida a la paz y armonía, sean el norte que nos haga mejores personas en comunidad. Hay reglas constitucionales que en la historia ni siquiera están escritas y son parte de la cultura de un pueblo desarrollado y otros lugares, textos democráticos, paradójicamente que han sido escritos -como en el caso norteamericano- por un grupo privilegiados de sujetos que lo “hicieron en nombre del pueblo”, autoasignándose aquella misión y sin embargo, han permanecido en el tiempo. Otros usando la voz del mismo pueblo, solo han sumido a los suyos en la precariedad.

Qué duda cabe que nuestro país está herido en un ciclo que nos ha polarizado, encasillando a varios con ideas que desean imponer a los demás; ya nos invitaba el presidente Uruguayo Mujica, a cambiar la lógica del avanzar sin transar, por el avanzar cooperando y transando en lo razonable, porque nadie es dueño de la verdad total. Así, la misión es armonizar para que los unos y los otros cedan en sus intereses en pro de una comunidad que comparte básicos ideales. La tarea no es simple y salvo pequeñas voces destructivas, existe la esperanza que la gran mayoría de los miembros de esta Convención Constitucional coloquen al país como norte y a la sociedad como destino de un texto armonioso y justo, una Constitución que como proyecto sea digno de ser ofrecido al país.

El trabajo ha de ser arduo pero apasionante, único como mecanismo en la historia de nuestra República una oportunidad que no debemos desperdiciar. Es verdad que la congoja, la división y la desesperanza, han dañado a Chile, ahora es el turno de mirar el bien común por sobre el particular y responder a este desafío para que cada familia y persona logre la felicidad y armonía que son el sino de una sana sociedad. Hemos apostado en materia de pandemia en la vacunación y el autocuidado, en política constitucional, en sanar las heridas con un nuevo texto; pues no cabe duda como grupo social tenemos de muchos nudos negativos: egoísmo, individualismo, demagogia y falta de equidad, solidaridad y empatía; empero bien se ha dicho para sanar medicamente, la imaginación en una parte de la enfermedad, la tranquilidad es la mitad del remedio y -se ha insistido- la paciencia es el comienzo de la sanación.

Como un optimista incombustible tengo la esperanza que este domingo daremos un primer paso para sanar nuestras heridas y comenzar a construir el país que la gran mayoría sueña: un Chile, justo, inclusivo y tolerante; que fortalezca a las regiones y que entregue desde el Estado las mejores respuestas, pues Chile necesita reponerse y para ello, bien vale observar el vaso medio lleno: Que tengamos una luz al final de este túnel, cual lucero surge después de la tempestad, que sane el padecimiento colectivo, que nos ha abrazado ya, por mucho tiempo.

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