Todos los abogados venimos de Roma. Por Ariel Wolfenson Rivas.

Jul 17, 2023 | Opinión

Ariel Wolfenson Rivas. Abogado. Socio Principal de Wolfenson Abogados

No todos los días disfrutamos de una rica comida italiana, de cantar los éxitos de Pavarotti o de conducir un Maserati ensamblado en Módena, pero todos los abogados llevamos ineludiblemente un alma romana que está presente en cada cosa que hacemos, decimos y pensamos como profesionales, día a día.

Roma es nuestra cuna, toda vez que, representa donde se erigió, desarrolló y alcanzó su pleno apogeo la profesión de abogado. No es coincidencia que provenga del vocablo latino advocatus, que significa llamado, porque entre los ciudadanos de Roma así se les llamaba a quienes entendían de las leyes para socorrer a los sedientos de justicia.

Si bien la profesión de abogado daba sus primeros pasos en Grecia siendo conocidos como oradores o voceris, es en el imperio romano donde, producto del gran y profuso desarrollo jurídico y normativo, se elevan a su actual naturaleza moderna. Tanto así que, fue en dicho imperio donde las mujeres -las de una clase más alta por supuesto- por primera vez pudieron ejercer la abogacía.

Es un hecho cierto que, el Derecho Romano es el fundamento histórico positivizado de los derechos y deberes que nos gobiernan en la actualidad, desde el primer código tipificado, denominado “Ley de las XII Tablas”, el cual otorgó a los ciudadanos un respaldo escrito de igualdad, justicia, propiedad y una legitimidad social para la resolución de los conflictos en ese momento, hasta la creación -siglos más adelante- del “Corpus Iuris Civilis”, logró la expansión necesaria para que eternización de las venas del derecho de Roma en nuestras leyes de hoy.

Por otra parte, en la antigua Roma ser abogado era la forma más sencilla para llegar a la política, sin importar de que se tuviera un origen plebeyo, la profesión de abogado te permitía legítimamente aspirar a cargos del más alto poder de Roma. No sorprende entonces el hecho de que la mayoría de los presidentes y parlamentarios de Chile pero también del mundo, han sido históricamente letrados abogados.

Es en ese sentido que, el más famoso de los abogados de Roma fue Marco Tulio Cicerón, conocido como un gran orador, quien pese a detentar un origen plebeyo, pudo abrirse paso al erigirse como cónsul, esto es, la más alta magistratura romana.

Un dato interesante es que, antiguamente, no se le permitía al abogado cobrar por sus servicios y por lo tanto, su ejercicio estaba radicado a personas de conocida solvencia, sino hasta que, el emperador Claudio así lo permitió, pasando a llamarse los estipendios que recibían estos letrados con el nombre de “honorarios”, por cuanto dicho servicio se realizaba primordialmente por el honor de servir. Denominación que se mantiene en cada propuesta de asesoría jurídica que enviamos a nuestros clientes.

Por otra parte, en tiempos de la república romana, la oratoria era el más importante instrumento de poder, puesto que, quien dominaba a las personas por su talento oratorio, tenía un lugar en el foro como abogado, y si se dominaba el arte de la retórica podía aspirar al senado.

En ese sentido, es interesante como la oratoria era la principal característica que definía al abogado en la roma occidental, no necesitando estudios formales más que su sola capacidad para expresarse de una manera clara y persuasiva, muy probablemente es hasta hoy en día, una herramienta de suma importancia para marcar diferencias relevantes en la práctica de todo abogado.

Al igual que en nuestra sociedad moderna, ser abogado constituía un compromiso con la honorabilidad, puesto que debían ser personas con una imagen intachable de rectitud y abnegación.

El juramento de abogado o “calumniae” (símil al que existe en Chile ante la Excelentísima Corte Suprema) constituía una verdadera ceremonia donde el letrado romano se comprometía a no traicionar y dedicarse exclusivamente a defender los intereses de sus clientes.

Como es posible imaginar, los pasos de los abogados en Chile y el mundo, no son tan diferentes a los de nuestros colegas de la antigua Roma. El desafío es aprender de ellos para conocernos mejor a nosotros mismos. Porque quien conoce su pasado puede construir también -desde las ruinas del foro romano- un mejor futuro.

 

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