Solidaridad y Pandemia: Con-ciencia y Fe. Un laico y un religioso, frente a la solidaridad. Por Ernesto Vásquez.

Ago 23, 2020 | Opinión

Por Ernesto Vásquez Barriga Abogado. Licenciado y Magíster Universidad de Chile. Máster en Ciencias Jurídicas Universidad de Alcalá.

En medio de la desgracia que nos empaña, de la de la nube gris en que nos envuelve la pandemia con la congoja colectiva y familiar que se multiplica cual eco por las casas de nuestra patria, con su estela de muerte, pena y dolor como un legado a la historia del mundo y por desgracia -como suele suceder- ataca a los más precarizados y ni la ciencia ni la fe nos da respuestas, es un verdadero catastro de la fe y una catástrofe de la ciencia.  Qué duda cabe, esta huella de dolor no solo ha de provocar efectos multiplicadores negativos en el plano sanitario, abona además a la desigualdad y es un golpe tremendo a los más pobres.

Las nuevas generaciones han de ser testigos de la realidad que provoca tener altas cifras de cesantía y afortunadamente, no nos encuentra con más de la mitad de los sujetos pobres; las cifras en décadas han mejorado, tanto que hemos debido acoger a otros latinoamericanos. Aunque para alguna postura nihilista, bajar la pobreza de sesenta a siete por ciento o de ser uno de los más pobres países de la región en tres décadas se estuvo en la cima, nada les dice. Obvio, tampoco es plausible contemplar aquello sin dar cuenta de críticas justas y fundadas, pues toda obra humana posee esos errores. Quizás esa una mirada que tenemos los que caminamos en otro Chile, en la ruta de eliminar campamentos o haber nacido sin metro, ni autopistas ni carreteras decentes.

Un Estado que parecía galopear hacia un mejor porvenir de mayor bienestar, se frenó ante la avaricia desmedida de algunos y el anarquismo de otros. La educación que era la fortaleza del desarrollo espiritual desempoderó a sus maestros y debilitó a determinadas instituciones. Al final, siempre los mismos son los que sufren y pierden oportunidades, lo más pobres. (¿Qué costaba compartir mejor la riqueza algo y por otro lado, que sentido tiene quemar y mutilar las fuentes de trabajo o el transporte de los más precarizados de la sociedad?)

Para quienes vivimos en la realidad social de los barrios pobres de Santiago -entre los setenta y ochenta- nos vuelve a la memoria momentos grises. Así de un día a otro, nos transportamos mentalmente a una parte de la historia donde nos ubicábamos como uno de los países más pobres y menesterosos del continente, teníamos niños que morían por enfermedades básicas y la desnutrición era un polizonte negativo y superado en una arista, gracias al trabajo de un gran médico el Dr. Fernando Monckeberg Barros, quien supo captar -aunque varios años antes-  que un niño desnutrido era un adulto débil y destinado al fracaso total, se preocupó y se ocupó del problema. Ese era un gran desafío, no se quedó ni en el diagnóstico ni en la consigna y lo enfrentó con ciencia y teniendo, conciencia.

En medio de esta pandemia ha golpeado el dolor y a los que no directamente, sí la pena que surge de la humana empatía, frente a una peste que no solo provoca muertes y congoja; pues, parafraseando positivamente a Albert Camus, da cuenta también de la mejor expresión de una comunidad que recuerda que “quien sufre es un individuo, un integrante de nuestra sociedad, sin distinguir raza, color, sexo y formación”. Como si fuese una pesadilla eterna, nos hemos colocado a observar en el retrovisor, lo que varios vivimos como una cruel realidad en la crisis humana y financiera de los ochenta. Hay millares de formas de ser solidarios y la empatía es el primer camino: “Colocarse en el lugar del otro”. Las comunidades se organizan en aquella escena de los “Grupos de las Ollas comunes”, que ya estaban jubiladas.

Por de pronto, los gobiernos locales, sus autoridades, alcaldes, concejales y personal municipal, han hecho carne el verbo solidarizar en varios municipios, es el gobierno local donde es plausible recoger la mejor y más fidedigna información, por ende -como ellos lo piden- más insumos para fortalecer la estructura comunitaria y cualificar la labor con el entorno más próximo. Con los resguardos necesarios, materializar la empatía, como la del Dr. Fernando Monckeberg y la de Alberto Hurtado, que cada cual desde sus perspectivas -la ciencia y la fe- se pusieron al servicio del ser humano, asumiendo el lugar de un semejante. Son los grandes gestos que abonan que esta sociedad despierte ante la injusticia, en paz y armonía, con convicción y sin violencia, proscribiendo la autotutela, siguiendo la ruta del sistema jurídico que logre convivir en armonía.

Los servidores públicos que conocen sus barrios también deben colocar sus acentos en proteger a los más débiles, que viven colaborativamente esta pandemia, con el fin de servir y denunciar a quienes efectúan delitos y faltas en medio de la cuarentena.  Algunos hemos escogido ciertos destinos silenciosos, siguiendo esa máxima que tu diestra no sepa lo que, con caridad, actúa tu mano derecha. Es entendible que otras personas y autoridades, deseen visibilizar estos actos, pues además crea un efecto multiplicador positivo y fortalece el sentido de comunidad.

En este mes de la solidaridad, el Padre Alberto Hurtado resuena para muchos, como uno de los santos de la Iglesia Católica y para otros, es un parque en la Reina, una calle en Las Condes o una hermosa comuna en el sector sur poniente de la Región Metropolitana. Incluso algún humorista dijo que, en una sociedad donde la apropiación de objetos ajenos es natural, no es casual que sea “Hurtado” nuestro Santo ad hoc.  En el mes solidario en medio de la pandemia, su legado y mensaje debe seguir por la ruta del sentido original y estremecernos, si somos un país creyente y si lo somos como buscamos ser más justos. Si atendemos dignamente al enfermo en el SAPU o en la mejor clínica solo por ser persona o tenemos segmentada la salud según cual sean las opciones, siendo esperable que ello, no dependa del fondo del bolsillo. Esta pandemia ha demostrado algo útil para el derecho, el Estado de emergencia sanitario ha permitido usar mancomunadamente todo el sistema de salud, quizás sea el momento para plantear una base ética y profesional como piso de atención.

La misión y la entrega más que solidaria del Científico Fernando Monckeberg y la postura religiosa de Alberto Hurtado, deben ayudarnos a hacer empáticamente, que cualquier oficina pública tenga -como los mandatos de Moisés- el catálogo de empatía rotulados en piedra respecto de la atención básica a otra persona, haciendo realidad el papel de servidor público. En la preocupación por el otro, don Alberto (un abogado querido) destaca y bien vale la pena recordarlo. San Alberto Hurtado no solo fue un religioso que habló del amor, también entregó rutas verbales en donde claramente se cuestionaba a quienes pretendían alabar a un Dios aislado en el altar o a quienes consideraban al sacerdote en el púlpito como único ser digno de creencia, encerrando el mensaje de la Iglesia en su templo. Ante esto el santo chileno se rebeló, recibiendo de alguna parte de la sociedad no solo el desdén, sino que la injuria y la calumnia atroz, sumada a la deslealtad de algunos de sus hermanos jesuitas. Las declamaciones de justicia de este santo no eran meras ideas abstractas, razonaba y aplicaba a la vida misma sus enseñanzas. El Padre Alberto Hurtado dedicó su vida a luchar por los demás, pasando del diagnóstico a la acción a partir de la caridad, pero sin quedarse en ello y afirmaba: “La Caridad comienza donde termina la justicia”. El énfasis de sus planteamientos estuvo centrado en la defensa y valoración de la humanidad del trabajador, entregándole medios para asegurar que esa dignidad –y la de cualquier ser humano– fuese respetada bajo toda circunstancia.

El estudiante de Leyes Alberto Hurtado, si bien egresó de la Universidad Católica, rindió su examen de grado ante la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, que tenía en esos años la supervigilancia de la antedicha casa de estudios superiores. Dable es afirmar entonces que tiene aquel, una amalgama formativa perfecta entre la enseñanza católica y la laica republicana. Esto último pudo verse materializado en el cumplimiento de uno de los deberes que la patria le hubo de imponer llegado el momento de enrolarse para ejecutar el servicio militar. Es decir, no sólo declamaba el derecho de los miembros de la comunidad, también era estricto al momento de dar cuenta de los deberes para con el país.  Alberto Hurtado Cruchaga, tuvo la grandeza del hombre bueno, cimentada en el “Dar hasta que duela”, y la alegría de quien disfruta la vida con la pasión de amar lo que se hace, de ahí su frase que bien podría ser un mantra matinal para cada ser humano: “Vivir contento, señor, contento”.

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