Ernesto Vásquez. Abogado. Licenciado, Magíster y Profesor Universidad de Chile. Máster y doctorando. Universidad de Alcalá.
Cuando nos enfrentamos a un nuevo ciclo o abrimos la primera hoja del calendario, vale la pena, hacerlo aferrados a un halo de esperanza y optimismo. Al menos, no perderemos la oportunidad de renacer o aprender desde los balances realistas, pensando que la vida es una maratón y que cada uno solo lleva una parte de la carrera realizada y cada paso cuenta; recordando que aún la muralla más alta, se ha de iniciar con algunos ladrillos y si aquella representa nuestro propio futuro, vale la pena que a todo, le agreguemos los ingredientes en dosis precisas de amor y entrega, con empatía y unidad, pues así, debería inclinarnos la báscula en nuestro favor; para ello, invertir desde la fe y el compromiso en “hacer más que diagnosticar”, pasando de preocuparse a ocuparse y de la preocupación a la acción, tomando el retrovisor solo para aprender de lo pasado con la mirada en el provenir, en los desafíos y sueños; entonces la senda es solo un reto esperanzador por abrazar.
Un bálsamo de encanto, aferrado a un timón de alguna idea propositiva nos ha de ayudar en observar la meta de nuestros anhelos de lograr objetivos, con sencilla vocación de vitalidad y luz. Solo hace algunos días, leía a una numeróloga que anunciaba en las redes sociales que el año que iniciamos podría ser un año perfecto y muy especial; ello lo sustentaba en que la suma de sus guarismos daba la cifra del número favorito asociado a la suerte, a saber, el siete. Aquí hay un tema personal que me llamó la atención, es que -vaya coincidencia- el 7 es también mi favorito, es la cantidad dígitos que se presentan en mi nombre y mis apellidos. Alguien podría decir que se trata de una coincidencia y aún más si ello también se ajusta a mi profesión o algún pensamiento banal o trivial, sin importancia, creo tendría razón en su apreciación. Sin perjuicio de ello, dable es recordar que, en las sagradas escrituras, hay una mención a dicho numeral, esto es, se indica que el Dios creador del universo al séptimo día descansó. Podemos constatar que los días de la semana son siete y dicho número también se nos presenta en la escala musical.
Es que la vida está hecha de cosas esenciales y otras puramente accidentales, temas profundos, intelectuales y otros asuntos sencillos y humor; porque sonreír hace bien, máxime cuando en la comunidad nos han enseñado -desde muy niños- que ser serio es ser grave y en realidad la seriedad está unida a la forma madura, serena e inteligente de abordar las dificultades o desafíos que la vida nos presenta; pues en ella, hay o debería haber, tiempo para trabajar, instruirse y también para recrearse. Una sociedad sana no es la que está solo fundada en intelectuales o personas que poco conocen la realidad, debe haber espacio para el ocio, la recreación y el uso correcto y sano del tiempo libre. En fin, como escuché alguna vez -siendo un optimista incombustible- había que asirse de algo positivo para iniciar un año y decretar solo cosas buenas, por más que algunas penas tengamos asiladas en algún lugar de nuestro corazón. Es que la carga, por fuerte que sea, se lleva mejor si además de compartirla en un trayecto, luego, iniciamos el nuevo período de la vida colectiva e individual, desde la alegría, la gratitud y la empatía. En efecto, tener la vista hacia los objetivos, pensando más en los desafíos que en los desaciertos o dificultades pretéritas, nos permiten, tener una mejor postura y es que como dijo Mary Pickford : “El pasado no puede ser cambiado. El futuro está aún en tu poder”. Así, con mayor profundidad, siguiendo a Miguel de Unamuno: “Procuremos más, ser padres de nuestro porvenir que hijos de nuestro pasado”.
La vida es un gran libro, que está compuesta de capítulos que poseen párrafos con contenido de dulce y de agraz, es de tiempos e instantes, que para cada ser humano son diversos. El maestro que busca aportar en el desarrollo profesional de otro ser humano, no puede solazarse por la desgracia de sus estudiantes, pues si aquellos han puesto el máximo de su empeño en lograr sus objetivos y fracasan, hay una parte de ese fracaso que le pertenece al guía, salvo que aquel, haya hecho lo que esté a su alcance para conocer las circunstancias que hay detrás de un discípulo ausente y con ello resolver lo que correspondiere. Ser justos es difícil, parafraseando a Ulpiano, lo óptimo, es “Dar a cada cual lo que en su situación le corresponde.” Por ello, cabe recordar que un exceso de individualismo y una exacerbación de los derechos sin deberes, es el camino a la precariedad de la sociedad que busca un desarrollo integral y es que es de la esencia de una comunidad sana es donde las personas deben comportarse fraternalmente, ya que -como lo indica la declaración universal de derechos humanos- se nos ilustra: “Toda persona tiene deberes respecto de su comunidad, puesto que en ella pueden desarrollarse libre y plenamente su personalidad”.
Finalmente, unas reglas que nos pueden ayudar, junto a ser optimistas y empáticos es seguir ciertas rutas de sapiencia, ya convenidas por la historia como correctas directrices, una de esas -a las que les dejo la invitación para buscarlas- son aquellas basadas en los cuatro acuerdos de la filosofía Tolteca, una comunidad mexicana, muy relevante. En síntesis, podemos indicar que el primer acuerdo; es honrar siempre la palabra; el segundo: No tomarse nada como algo personal. El tercero: No suponer y el cuarto, dar siempre lo mejor de uno, lo máximo, por modesta que sea la actividad, oficio o profesión.
Si somos optimistas, empáticos y positivos, observamos dichos acuerdos, de seguro tendremos un gran año, que para mí al menos será siempre un siete.