Por Camilo Lagos, presidente del Partido Progresista de Chile
-Oiga, mi cabo, ¿se han visto más indios de mierda por ahí?
-Negativo, no se encuentran los indios de mierda.
-Mi cabo, si vemos un indio culiao, lo vamos a atropellar, le vamos a pasar por encima con el camión.
-Positivo, háganlos mierda.
Este violento diálogo de carabineros, escuchado por un grupo de mapuche gracias a una radio entregada por un guardia, según cuenta Héctor Llaitul en “Weichan. Conversaciones con un weychafe en la prisión política”, fue la mecha que encendió el llamado conflicto mapuche. Era 1997 y ocurría en Lumaco.
Durante esta última semana, la ciudad winka ha sido sitiada por las fuerzas de represión con una sevicia que no experimentaba el país desde la cruenta dictadura de Pinochet. La ubicuidad de las redes sociales ha permitido registrar innumerables abusos de la fuerza policial y militar. Así, pese a la criminalización artera de los movimientos sociales por parte de los medios de comunicación, que han apostado al terror para detener las justas demandas de una sociedad ahogada en la inequidad, estupefactos hemos presenciado crímenes que muchos, ciegos, creíamos erradicados en nuestra democracia de oropel.
Asesinatos, por golpes, bala y atropello; allanamientos ilegales con detenciones que devienen en secuestro; violencia sexual a detenidos, torturas, disparos a casas, una represión inicua a manifestaciones, golpes feroces contra ciudadanos indefensos, balines y perdigones a multitudes -apuntados a la cara, ya cinco personas han perdido el globo ocular-, miles de detenidos, cientos de lesionados (muchos con armas de fuego), es un breve resumen que ha llevado al instituto nacional de derechos humanos a presentar, hasta el momento, 46 acciones judiciales. Este inaceptable comportamiento de agentes del estado que no respeta ni ancianos, ni niños, que tanto nos horroriza e indigna, ha sido permanente, por más de un siglo, en el wallmapu.
La acción de Lumaco de 1997, quema de tres camiones, que daría inicio a una nueva página de la historia mapuche, se daba en un escenario de enorme desigualdad: el 75% de la comuna era pobre; la cesantía llegaba al 35%; la deserción escolar estaba en el 80%; la tierra, erosionada y las napas subterráneas, secas, debido a la acción forestal. Celulosa Arauco, plantando enormes pinos y eucaliptos, aisló a las comunidades mapuche, que ya no podían ni siquiera pastorear a sus animales. La respuesta del estado fue aplicar la ley de seguridad interior, escoltar los camiones con patrullas de carabineros, triplicar el contingente policial en la zona, estableciendo un control absoluto sobre la población.
Desde entonces, a través de la pantalla de televisión o de las páginas de algún diario, nos hemos enterado, por ejemplo, del caso de Lorenza Cayuhan, que daba a luz engrillada; de la desaparición de José Huenante; del niño Celedonio Grandón, agredido por carabineros, quienes en un allanamiento le dispararon perdigones, o de los asesinatos de Agustina Huenupe (13/7/2002), Mauricio Huenupe (13/7/2002), Alex Lemun (12/11/2002), Jorge Suárez (11/12/2002), Julio Huentecura (26/9/2004), Zenon Díaz (10/5/2005), Juan Collihuin (29/8/2006), Matías Catrileo (31/01/2008), Johnny Cariqueo (31/3/2009), José Mendoza (12/9/2009), Rodrigo Melinao (6/8/2013), José Quintriqueo (1/10/2014), Víctor Mendoza (29/10/2014) y Camilo Catrillanca (14/11/2018). Como espectadores, cómodamente arrellanados en un sillón ante el televisor, vimos el horror de Temucuicui bajo estado policial, y, si bien nos enojaban las mentiras de Chadwick y sus carabineros asesinos, sólo ahora, que lo vemos en nuestras calles, en nuestro lof, con nuestros vecinos sufriendo el mismo dolor, podemos entender lo inimaginable, el reverso de nuestra cínica civilización, el acerbo sabor del peso de la noche.
Estos tiempos, que muestran lo mejor y lo peor de nuestra sociedad, deben servir no sólo para obtener limosnas de la codicia empresarial. Las calles están llenas de jóvenes que tienen la misma batalla que, desde hace tanto tiempo, convoca al pueblo mapuche. Exigir dignidad y respeto, no aceptar la injusticia de un capitalismo depredador de personas y naturaleza, considerar la pluralidad como diversidad, sin discriminación alguna, son demandas que el pueblo mapuche resume en la palabra IxoFillMogen. Un nuevo contrato social, un ad mapu, si no quiere ser letra muerta, ha de encarnar esta idea, terminando con la desgarradura popular de una república coludida con el capital que mata a sus hijos con miseria, y, cuando reclaman, con balas. Amulepe taiñ weichan!