El pasado 12 de octubre de 2023 a la edad de 66 años, falleció Luis Alfredo Garavito en un establecimiento penitenciario de Colombia, producto de una serie de enfermedades preexistentes informadas.
Garavito, alias “la bestia”, es quizás unos de los más prolíficos asesinos seriales que nos ha entregado nuestra historia, a quien se le ha acreditado la muerte de más de 200 niños de entre 8 y 16 años de edad, que cometió en un lapso menor a una década. Dentro de su “modus operandi”, el “Monstruo de Génova”, como era apodado, cometía sus crímenes de forma ordenada y premeditada, en donde se hacía pasar por vendedor ambulante, monje, indigente y hasta representante de fundaciones de ayuda para niños.
De las pocas entrevistas que concedió para la televisión abierta estando privado de libertad, se mostraba muy conversador, con denotada locuacidad, encantador, con una necesidad permanente de querer controlar la entrevista y con una escalofriante falta de remordimiento y poca profundidad de sus emociones, lo que desde la respuesta del telespectador, resultaba totalmente discordante en relación con los brutales crímenes realizados.
En dicho contexto, desde la Psicología Criminal y Neurociencia Cognitiva, hace más de dos décadas se vienen entregando importantes respuestas, que nos han permitido contar con marcadores neurofisiológicos que han mostrado adecuada predicción en la comprensión del estudio de la agresión y la violencia.
Uno de los hallazgos fisiológicos más validados en la investigación de la violencia instrumental, dice relación con el modelo de bajo miedo (Blair, 2005; Lykken, 1995), en el que se presenta un deterioro en la capacidad de respuesta ante las señales de angustia de las demás personas cuando son enfrentados a situaciones estresantes y, por lo tanto, no forman asociaciones relacionadas con el castigo (van Dongen, 2020). Esta alteración, que desde los estudios informados que han utilizado procedimientos de imagenología funcional y estructural (FMRI/MRI), han logrado acreditar de manera concreta alteraciones en el funcionamiento de la corteza prefrontal junto con la presencia de déficits de conectividad con estructuras subcorticales paralímbicas (Kiehl, 2006; Espinoza et al., 2018). Adicionalmente, otras investigaciones han informado hasta un 18% de menor tamaño de la amígdala (Raine, 2014), zona cerebral fundamental del sistema límbico, a cargo del procesamiento de la respuesta emocional y el cual conecta con estructuras corticales de nivel superior, donde se ha reportado reducción recíproca en la conectividad funcional entre la amígdala izquierda y las cortezas visual y prefrontal (Contreras-Rodríguez et al., 2014).
A nivel de los estudios de la conducta neurofisiológica, los marcadores somáticos que han mostrado gran respaldo académico en el área, se han relacionado con baja frecuencia cardíaca en reposo cuando son enfrentados a estímulos de emociones negativas, déficits generales en la identificación y reconocimiento de estímulos con contenido emocional ante la realización de tareas neurocognitivas (funciones ejecutivas) y desde los últimos hallazgos, alteraciones graves a nivel atencional, caracterizado por un déficit cognitivo amplio que involucra un cuello de botella atencional exagerado que produce una interferencia intensa y duradera, lo que afecta todo el procesamiento de la información y contribuye parcialmente al comportamiento desadaptativo que muestran sujetos con este tipo de criminalidad (Tilem et al., 2021).
Todos estos hallazgos resultan críticos a la hora de comprender la conducta violenta instrumental y particularmente relacionada al síndrome de la Psicopatía (Hare, 2003), en tanto explicaría el por qué a estos sujetos les resulta más fácil ignorar los distractores relacionados con amenazas cuando éstos son periféricos y no centrales para su comportamiento dirigido a objetivos (Baskin-Sommers et al., 2012).
Una última reflexión que resulta posible atender en el contexto de las nociones de imputabilidad y responsabilidad criminal en el ámbito penal, a la luz de la evidencia presentada, queda de manifiesto en el impacto que generan estas alteraciones biológicas en el “libre albedrío” que representa los conceptos de libertad en la presunción de culpabilidad. Aún queda mucha investigación por examinar, sin embargo es un tema que hasta el día de hoy es materia de debate, respecto a la pregunta de cuál debe ser la respuesta del sistema penal ante sujetos que presentan tales marcadores neurofisiológicos al momento de la comisión de estos delitos, en tanto colisiona al menos de manera razonable en la capacidad de poder discriminar lo correcto de lo incorrecto y, desde ahí, ofrecer una respuesta que permita cumplir con uno de los objetivos fundamentales de los principios de la pena, esto es, la posibilidad de resocialización, pero sabiendo que hasta ahora la evidencia no ha entregado una respuesta favorable para estos fines en sujetos que presentan este tipo de psicopatología, que resulta tan incomprensible para la sociedad en su conjunto.
Referencias.
Baskin-Sommers, A., Curtin, J. J., Li, W., & Newman, J. P. (2012). Psychopathy-related differences in selective attention are captured by an early event-related potential. Personality disorders, 3(4), 370–378. https://doi.org/10.1037/a0025593
Blair, R. (2005). Applying a cognitive neuroscience perspective to the disorder of psychopathy. Development and Psychopathology, 17(3), 865-891. doi:10.1017/S0954579405050418
Contreras-Rodríguez, O., Pujol, J., Batalla, I., Harrison, B. J., Bosque, J., Ibern-Regàs, I., Hernández-Ribas, R., Soriano-Mas, C., Deus, J., López-Solà, M., Pifarré, J., Menchón, J. M., & Cardoner, N. (2014). Disrupted neural processing of emotional faces in psychopathy. Social cognitive and affective neuroscience, 9(4), 505–512. https://doi.org/10.1093/scan/nst014
Espinoza, F. A., Anderson, N. E., Vergara, V. M., Harenski, C. L., Decety, J., Rachakonda, S., Damaraju, E., Koenigs, M., Kosson, D. S., Harenski, K., Calhoun, V. D., & Kiehl, K. A. (2019). Resting-state fMRI dynamic functional network connectivity and associations with psychopathy traits. NeuroImage. Clinical, 24, 101970. https://doi.org/10.1016/j.nicl.2019.101970
Hare, R. D. (2003). The psychopathy checklist–Revised. Toronto, ON, 412.
Kiehl K. A. (2006). A cognitive neuroscience perspective on psychopathy: evidence for paralimbic system dysfunction. Psychiatry research, 142(2-3), 107–128. https://doi.org/10.1016/j.psychres.2005.09.013
Lykken, D. T. (1995). The antisocial personalities. Lawrence Erlbaum Associates, Inc
van Dongen J. D. M. (2020). The Empathic Brain of Psychopaths: From Social Science to Neuroscience in Empathy. Frontiers in psychology, 11, 695. https://doi.org/10.3389/fpsyg.2020.00695
Raine A. (2018). Antisocial Personality as a Neurodevelopmental Disorder. Annual review of clinical psychology, 14, 259–289. https://doi.org/10.1146/annurev-clinpsy-050817-084819
Tillem, S., Weinstein, H., & Baskin-Sommers, A. (2021). Psychopathy is associated with an exaggerated attention bottleneck: EEG and behavioral evidence from a dual-task paradigm. Cognitive, affective & behavioral neuroscience, 21(4), 881–893. https://doi.org/10.3758/s13415-021-00891-z
Dr © Diego I. Quijada Sapiain – Investigador pre doctoral en el estudio de la neurocognición de la Psicopatía (Universidad de Palermo, Argentina).
Psicólogo Forense. Docente universitario de pre y posgrado.
Magíster en Psicología Jurídica y Forense (UDP)
Director Asociación Chilena de Psicología Jurídica y Miembro de la Asociación de Pensamiento Penal.
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