En cualquier momento de mi vida, máxime en donde las noches oscuras e intensas me abordaron, sólo me bastó su regazo, su palabra y su bendición… Cuando era un niño su mano era mi timón que me daba la ruta de la felicidad, la seguridad y el sosiego. Ella siempre ha sido, un escudo protector eterno que me cuida y me consuela. Los suaves ecos de su boca entregan siempre alegría en medio de la desesperanza, verla feliz cuando el cuarto menguante de la adultez mayor es el estadio de su vida, es simplemente conmovedor. Sus noventa y seis años llenos de lucidez y sabiduría son un regalo que pocos tienen la dicha de contar. Como un poema de la realidad invernal, su cabellera con destellos de nieve -como la majestuosa cordillera que atesora la capital- es un esplendor en días grises para la vida de muchos. Su historia es una epopeya de principio a fin, una heroica senda que supo del dolor inmerecido y del esfuerzo sublime. Mi madre, es una mujer desde siempre trabajadora, luchadora y honesta. Es que su ejemplo de integridad y sapiencia, dan cuenta de una historia de vida ejemplar para la familia y la comunidad. Su abrazo es el bálsamo de la vida plena, la pureza, la verdad, la claridad y la belleza. Es el nido maravilloso que anestesia cualquier dolor por colosal que este sea. Ella es la respuesta oportuna a las más complejas consultas de la vida y también las más sencillas, siempre sabía cómo un radar donde todo estaba, por recóndito que fuese ese lugar y su palabra era y es un verso sublime para cualquier oído.
Mi madre es la esperanza que hay luz después de cada túnel, es la mujer que me da fuerza para enfrentar el desdén y la labor a veces traicionera; es el cable a tierra y la conexión con el universo. Es simplemente, más que una estrella, es un lucero de luminosidad en medio de las tinieblas. Es el escudo moral ante la desazón o la traición artera. Con su compañía nada temo, pues su sola presencia me solaza con felicidad plena ante la adversidad que uno enfrenta.
Dios quiso entregarme un ángel que cuidara mis sueños y mis anhelos e hizo la divinidad la elección con perfecto acierto, yo tengo la mejor madre que hay en el orbe y más allá del universo. Ella siempre habla maravillas de su hijo, muchas inmerecidas, sin embargo, jamás ha comentado mis defectos; su misericordia es infinita para recoger mis restos, cuando de pie me ha costado mantenerme despierto. Mis modestos logros son en gran medida, gracias a su natural talento, ella que de niño me incorporó en sus encuentros y sin conocer de derecho, me enseñó las mejores normas de la existencia; sin haber estudiado medicina, fue la doctora que cuando me enfermaba, velaba mis sueños. No teniendo un templo fue la mujer que me heredó la fe en un Dios bueno, sin ser economista, me instruyó a manejar los recursos con acierto y no siendo docente, fue una maestra sin diploma, una sabia mujer que es un espejo para quien busque observar convicciones con testimonio pleno.
En mi hermosa madre, se reflejan -como otrora lo fue- aquella joven doncella que asumió con virtuosidad la maternidad perpetua, es que todas las madres deberían ser eternas, porque madre hay una sola y todo el año se celebra.