Ernesto Vásquez. Abogado. Licenciado, Magíster y Académico U. de Chile. Máster y Doctorando en Derecho Universidad de Alcalá.
Algunos no se cansan de aparecer como catones de la moral y la justicia, desprestigiar las instituciones de la república e, incluso, aquellas de las que han sido o son parte, todo para pontificar desde un pedestal de moralidad superior por lo que es supuestamente el camino de lo correcto e impoluto, como si la vida fuese una perfecta armonía de sujetos que de suyo eligen observar lo justo en cada uno de sus actos. El deporte nacional, de mirarnos el ombligo y de cuando en vez, dar material a los medios de comunicación para que a partir de sus reportajes a fondo, entrevistas o predicadores ad hoc.
Muchos han descubierto que vivir “del prestigio, no de sus capacidades sino de sus imágenes de luchadores de un supuesto estado de superioridad de vida”, les da rentabilidad. Hoy ser populares sea por frases, posturas o disfraces es lo relevante, nada de esencia sí mucho de apariencia, lo que les da buenos dividendos personales, estatus que obvio lo disfrutan. En los hechos, buscan dejar de ser un profesional del derecho o el periodismo, para pasar a ser un personaje, un alfil del ajedrez de la vida que de cuando en vez, tratan de hacer caer el tablero o tirar el mantel de una mesa servida, para que el caos sea el que reine es nuestra sociedad.
Sabemos que las personas en su mayoría no solo opinan desde la ignorancia de los temas, sino de las muletillas o “relatos que algunos pretenden imponer” en las “cuñas periodísticas” que se venden como resúmenes, asumiéndose asimismo como los profetas de lo correcto a costa de lo que fuere, olvidando no solo que no existe sociedad perfecta y que las instituciones y la república deben buscar fórmulas de perfección. Aunque -insisto- desprestigiar entidades por las impropias actuaciones de sujetos o individuos con o sin uniforme, sotana o delantal; es injusto, a sabiendas que los medios de comunicación muchas veces se quedan con la frase única descontextualizada y como a algunos les sirve para lucirse, bien les vale en su “negocio correcto de convertirse en un personaje y usufructuar para su bolsillo y destino propio, los frutos de esas actuaciones”.
En esto, ha existido aliados que anónimos han pasado a ser cómplices de la destrucción de la armonía de una sociedad, muchos comunicadores sociales y sus medios; pues -como latamente lo hemos afirmado en este mismo espacio- aunque la existencia humana es de suyo imperfecta, no es suficiente con sacar muestras aisladas de casos y hacer el “juicio popular instantáneo”; se requiere un paso más, la prensa -creo- debe ser más profunda en sus análisis, respetar el principio de inocencia, los valores de un estado de derecho democrático, el pluralismo y la tolerancia, dejar de lado la frase para la galería y proponer más que destruir o criticar y también valorar algunas de nuestras tradiciones y que nos han hecho una nación; aquello que como me dijo una vez un extranjero: “Hace de Chile un gran país si no fuera por los propios chilenos que solo ven en la oferta fácil del juzgador impúdico de turno, que piensa que siempre el pasto del país vecino es más verde y no sabe del drama que hay en América Latina.”
En medio de tantos “analistas”, que jamás pasan de la preocupación a la acción y de este estatus a preocuparse, surgen las voces mesiánicas de los forjadores de la nueva nación, como si los padres de la patria y otros héroes como Prat, los jóvenes de La Concepción o el Teniente Merino, hayan derramado su sangre en vano, por un paño tricolor y un himno que hoy para algunos simboliza o a un sector o lo peor de nuestra historia y vemos casi con pudor, como nuestras fronteras se llenan desde el norte como efecto de la diásporas de otros países donde esos principios de justicia, pueblo y libertad han significado destierro y exilio económico para una mayoría.
Solo la Educación, me atrevo afirmar es la base fundamental para una mejor sociedad y para ello la clave está en los maestros y las profesoras, que puedan dar a sus educandos las herramientas para que estos piensen cual arquitectos de su propia vida, desde la libertad, la tolerancia, el respeto al otro y la armonía, como base de toda convivencia. No me interesa reunirme solo con aquellos que piensan de una determinada manera, eso no solo monopoliza una forma de pensamiento que en una vida no permite crecer intelectualmente, encontrarse con otros que piensan diferente y que no estiman que son los profetas de lo correcto, sino que poseen una postura y toleran la del prójimo, que disfrutan de la vida en paz y armonía, buscando lo esencial de la existencia, que cada sujeto logre su propia meta y sea feliz.
Las lecciones de estos días nos deben dar cuenta que la ruta indicada por don Valentín Letelier. “Gobernar es educar”, implica colocar el acento en aquello que es lo que deben pensar los verdaderos estadistas: la siguiente generación y no la próxima elección, que lo glorioso sea haber sembrado armonía y paz, creado entidades o instancias de recreación, formación y desarrollo para nuestros semejantes y no solo haber sido el líder en una marcha, pues hasta aquella ha de tener sentido profundo si luego de criticar y proponer, se efectúa y se vive austeramente, sembrando no el conflicto eterno que a nada conduce, sino dando paso a aquel estado social que permite la anhelada existencia en torno a ser feliz, siguiendo a Kant “La felicidad más que un deseo, alegría o elección es un deber”. Sabemos que hay personas que a diario y donde fuere, se empeñan por sembrar el conflicto y la odiosidad; cuyas directrices no tendrían terreno fértil si tuviéramos una comunidad que empoderada en sus derechos reconoce también sus deberes y ha sido educada en el mejor sentido valentiniano de dicha expresión y es que ya lo dijo Ortega y Gasset “La Felicidad es la vida dedicada a ocupaciones para las cuales cada hombre tiene su singular vocación”. Ergo, debemos ser felices con aquello que nos alegra la existencia y podemos realizar y no frustrarnos por el talento que no poseemos, ni declamar, como lo hizo un movimiento que venía a limpiar la política, las virtudes que no tienen. Pues en estos días se ha hecho carne, aquel refrán: “Dime lo que presumes y te diré lo que padeces”.
Empero, no todo ha sido desgracia, pese a las horrorosas imágenes que nos trae el mundo desde Afganistán; hubo un gesto que dable es rescatar, más allá de la gran noticia de la medalla de oro en los juegos paraolímpicos del chileno Alberto Abarza, quien no solo nos dio la alegría sino una gran lección en muchos sentidos que hoy no creo se haya destacado con la importancia que se hace con las notas negativas o las frases polémicas de los catones o justicieros que pululan por los medios de comunicación.
En efecto, Alberto Abarza, nos ha dado la mejor lección que podría replicase como historia de vida en cada familia, colegio, liceo y universidad; la expresión de orgullo y patriotismos de una persona con capacidades diferentes, que en la cúspide de la gloria, no olvidó a la institución que le dio la oportunidad de comenzar el camino para ser feliz: la Teletón y sus palabras emocionan cuando otros siembran el odio y la violencia como forma de vida, buscando incluso eliminar palabras como República desde nuestro lenguaje.
Sí, es que Alberto me emocionó cuando dijo que toda su vida soñó con estar en el podio de las olimpiadas con esa medalla de oro levantando simbólicamente nuestra bandera y cantando nuestro himno patrio y para ello tuvo que trabajar mucho; me recordó el sentido del esfuerzo, el amor hacia nuestras tradiciones y nuestros símbolos de unidad, aquellos que enorgullecían a don Arturo Prat, al General Prats a don Eduardo Frei, al Dr. Salvador Allende y al presidente Jorge Alessandri. Gracias Alberto por regalarnos con humildad y orgullo, la mejor de las lecciones sin dártelas de profeta de la virtud y enseñándonos que el esfuerzo y el compromiso, unido al deporte y la gratitud, la lealtad y la solidaridad, más la armonía y la fe, pueden volver a recrear la sociedad de armonía en que muchos desde nuestras precariedades e imperfecciones soñamos para Chile, sin hablar mal de otros o desprestigiar entidades.