Las niñas primero. Por Ernesto Vásquez

Dic 13, 2020 | Opinión

Por Ernesto Vásquez Barriga. Abogado. Licenciado, Magíster y Académico, Universidad de Chile. Máster y Doctorando, Universidad de Alcalá. 

En un país lejano, dentro de un grupo social privilegiado, un conjunto de niños y niñas, cuyos padres ocupaban un estadio especial en la sociedad subdesarrollada de un flaco y largo país de dicho continente, se unieron para forjar una comunidad mejor.

Había destellos de esperanza, pues una cultura general basada en el egoísmo y lo pagano, atentaba contra los principios y los valores que ese grupo de padres y apoderados eligió como directriz de vida para su prole, partiendo por sus hijos e hijas, en esa definición la disciplina del hogar y el establecimiento forjaban los pilares de esa cultura donde estos adultos entendían que sus hijos y las personas en general, valían por igual en dignidad y derechos.

Así, fueron consolidando el lema del proyecto escolar, que era una isla de virtud en un continente cargado de machismo, según se sabe y conforme lo pudieron apreciar este selecto grupo de profesionales que optaron por este plan educativo que, bajo el alero de la cruz de cristo, sus valores y directrices de vida, entre los padres del establecimiento y los profesores, eran un faro guía con su conducta y por ello, eran el ejemplo a seguir.

Las reglas estaban claras para todos. Los principios y valores se manifestaban naturales al momento de iniciar la jornada, la que se sellaba en la tarde con la oración y el mantra de virtud que ese grupo pensaba tenía en sus almas incubado para siempre.

En esa sociedad, la gran mayoría de jóvenes, niños, niñas y adolescentes eran parte de una vida sin destino, de un mercado cruel que los explotaba y los hacía incluso aceptar en algunos casos que fueran los padres de las niñas los que les escogieran a sus futuros esposos, circunstancia que era horrible para nuestra cultura y obvio máxime para estos padres que abrazados al pensamiento religioso, no toleraban el padecimiento con fines no elegidos ni establecidos por la religión que estos profesaban, recordando que las penitencias que implicaban la aplicación de dolor, estaban proscritas por el afecto, que es el sustento de esta cultura que busca crecer en el amor hacia el prójimo, pues se sabe, el respeto a los derechos humanos parte por el respeto al ser que está en tu entorno y el deber colectivo de cuidar la paz y la armonía para que cualquier persona puedas desarrollar su felicidad.

Fue difícil desarrollar ese plan educativo y de vida para este selecto grupo humano, era imposible para esa comunidad entender y asumir que la mujer cuyo rol en la cultura de ese país era claramente procrear y reproducir la especie, optara en ese acto a algún momento de agrado o placer.

No, para ellos esa era la virtud privativa del varón, quien además de proveer a la sociedad y al hogar, de los impuestos por una parte y por la otra, de los bienes necesarios para la subsistencia de la especie humana, eran los elegidos por los dioses para tener expresiones de orientación sexual y unidas al exultante jolgorio que da el ser el único destinatario de dicho plan sin importar la mujer, ser el macho dominante de la especie y reproducir esa cultura ad infinitum.

En ese marco, cuenta la leyenda, que estos padres habían llegado a esa sociedad con el fin de desarraigar tales costumbres impropias, burdas, ajenas además al concepto de igualdad entre varones y mujeres, niños y niñas, cuyo único norte potencialmente libre, era que aquellos buscaran la felicidad siendo profesionales al servicio del amor cristiano reflejado en sus semejantes.

Este selecto conjunto humano, tenía ciertos privilegios básicos, adquiridos en su cultura y el lugar desde donde habían nacido, que se traducían en poseer los únicos vehículos, textos, cuadernos y teléfonos que estaban en la ciudad; habitaban en una especie de burbuja social; dicho colegio había sido además elegido por el catolicismo para presentar allí su proyecto educativo. En fin, en medio de tanta desgracia, por un pago razonable, tendrían educación basada en los valores que se afianzaban desde el mismo Vaticano.

¡BASTA!

Por varios años la misión comenzó a quebrajarse, las diferencias en los estilos de vida de los padres -que ya no creían en esa comunidad educativa como el sino valórico al que pertenecían y en conjunto con sus hijos eran parte del mismo-, implicó que el grupo cuestionara su condición de integrantes de un conjunto sólido, más bien eran un número más y esto se transformó en pasar de ser un colectivo con un sueño educativo, a un cliente de dicho colegio. Al final el tema cada año no era como nos reuníamos a servir a otros y nuestros sueños, sino como pagábamos el establecimiento y en ese desierto académico, con calles llenas de mendigos con gente en carpas acampando para subsistir, aparecía como la única solución probable, razonable y plausible.

Surgió un rumor entre los pasillos que fue un tsunami educativo, que daba cuenta que algunos adolescentes -agrupados en una “manada”- se burlaban de una compañera, pues tenían una foto comprometedora para aquella. Era una joven de unos catorce años; todos en verdad eran adolescentes, como lo era un secreto a voces. Así, para algunos el problema era la niña que, amante del deporte, cometía el pecado de ser atractiva. Las reglas del colegio eran muy claras, en medio del salvajismo culturales de ese país, esta comunidad educacional había optado como su visión y misión, promover los valores de las personas, educarse con reglas comunes, mirar siempre al prójimo como un ser escogido selectivamente por el Dios.

A decir verdad, Rocío, esa dulce adolescente que soñaba con ser deportista, sufría en silencio el acoso de sus pares, ese grupo de compañeros que compartía historias inventadas o mutiladas de ella, entre los miembros del circuito de varones algo así como la sociedad de los poetas muertos, pero en una versión degradada.

El problema se agudizó cuando producto de la pandemia dicho grupo comenzó a interactuar en medio de las redes sociales y uno de ellos tenía una gráfica privada de Rocío, lo que la dejaba en muy mal pie ante la comunidad de valores superiores que formaba esta colectividad educativa, entonces en un acto de impotencia se encerró en un baño del colegio y rayó una pared con la palabra ¡BASTA!.

Muchas niñas la vieron llorar y sufrir, sólo dos concurrieron en su auxilio, con modestas y precarias herramientas, entendieron que, si bien no había que subir la gráfica a las redes, sí era una forma de morigerar el dolor y parar la burla cruel, dar cuenta de quienes estaban acosando y burlándose de Rocío. Así Paz y Matilde, conversaron con Rocío y le ofrecieron su amistad y protección, le dijeron en ese entorno debían demostrar que las mujeres del mañana y las niñas del hoy, no eran ni menos ni más que sus compañeros varones y que debían no crear -como aquellos- una agrupación que se riera de los demás.

Al destaparse este evento negativo de la comunidad selectiva, pocos asumieron el error de no modificar culturalmente la estructura machista y simplona en la que fuimos criados, enseñándole a los nuevos hombres del mañana que la mujer es un ser como él y que merece todo el respeto, que puede ser su madre, su hermana o su abuela y que por tanto no debían repetir las conductas erráticas y torpes de nuestra generación y sin perder la gentileza, respetar los derechos de las compañeras porque ellas también eran la expresión de la protección de Dios.

Aunque algunos asumieron la lección con sincero arrepentimiento, dignidad y recato, hubo otros que ni siquiera sentían que el actuar grupal de estos adolescentes, les debía generar compromiso o responsabilidad alguna. Pasada esta nube hostil, Rocío pudo mirar hacia el futuro con fe y esperanza, no faltaron los que justificaron tácitamente estas conductas sexualizadas, machistas y cobardes; heredadas de nuestros malos ejemplos como adultos y aplaudieron al centenar de niñas que callaron y que “con decoro, cuidaron la imagen de la comunidad” y por cierto, desdeñaron a Paz y Matilde, quienes fueron dos heroínas de la vida, pues demostraron la punta del iceberg que nunca nadie quiso creer ni ver y menos, descubrir en el colegio, que aquellos que denostaban como primitivo lo efectuado por los ciudadanos de ese país, eran en la práctica con todo el desarrollo educativo, más incivilizados que una comunidad originaria de ese lugar; en frío era mucho menos cruel y antinatural que las acciones desplegadas por personas formadas en valores de respeto a los derechos de los niños, niñas y adolescentes.

El pasar del tiempo había calmado el volcán de dolor en Rocío, sentía que tenía dos amigas en quien confiar y que estaban dispuestas a hipotecar su tranquilidad para dársela a su compañera y no mirar hacia el lado sin solidarizar con su género, ellas fueron las heroínas de esta historia y como siempre -en los nuevos tiempos- las niñas estuvieron primero, en el camino de la rectitud y la solidaridad humana. Podemos tener fe en una mejor sociedad, los varones debemos aprender de ellas y el que esté libre de culpa que lance la primera piedra, si bien no es justo juzgar el pasado con los ojos del hoy, siempre vale la pena cambiar para mejor y reconocer en las mujeres que se la juegan por otras, un gesto que nunca puede ser visto como debilidad o terquedad, sino nobleza de género y justicia, que sólo busca la paz, el nombre de nuestra heroína.

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