La sociedad de los sabios juzgadores y la comunidad de los humanos sencillos. Por Ernesto Vásquez

Jul 3, 2022 | Opinión

Ernesto Vásquez. AbogadoLicenciado, Magíster y Profesor Universidad de Chile. Máster y doctorando. Universidad de Alcalá.

Qué duda cabe, vivimos en el mundo y en el país en particular, en tiempos difíciles y en muchos planos, desde lo económico a lo político. La guerra y la violencia han socavado la situación económica del orbe y también la pandemia, unida a ciclos de inestabilidad social, han creado una tormenta perfecta. En estos tiempos, donde aparecen los jueces sociales y seres de luz, es bueno buscar el mejor atajo, aquel que fluye de la madurez y la coherencia, el saberse precario como ser humano, buscar ser mejor persona desde las luces y sombras que los años han sembrado y cosechado a lo largo de la vida. Ello, permite con serena convicción, tratar de ser un ser humano digno de confianza.

Aspirar a ser reconocido como un buen hijo y padre, es el piso que, como objetivo, me ha acompañado en estos años, ser un ciudadano respetuoso de los deberes colectivos consagrados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos (artículo 29) y colocar de mi parte para -desde mi imperfección y fortalezas- aportar a que la gente que interactúa en mi entorno familiar, laboral y académico, pueda encontrar más espacios de apoyo que grises respuestas mundanas. Los años hacen que algunos, reconociéndonos que somos apenas un punto en una infinita recta, vivimos para aportar y ayudar a que esas personas especiales que conviven en nuestros entornos busquen y logren ser felices y, en ello si podemos ayudar, lo hacemos, como un ladrillo en una inmensa muralla; una contribución sencilla cuando nos toca ejecutar un rol: Ser padres, jefes o académicos. Es que nos han convencido de que solo seres perfectos y sociedades absolutas y óptimas, son la ruta o meta de la vida. Quizás, siguiendo a Sócrates, “La mejor manera de vivir con honor en este mundo es ser lo que aparentamos”. Uno trata de mejorar a diario. No somos el ser superior, como otros se muestran y creo que aquellos-en el fondo- no existen. Muchos, se han caído o decepcionado, porque se enamoran del mensajero y no del mensaje, se reúnen entre iguales y esperan que los demás piensen como ellos.

Nada más lejano para mí. Creo que un verdadero maestro, no espera acólitos de sus estudiantes y un jefe o líder, no busca sacristanes con lisonjas perennes o adulaciones por sus títulos, grados o escritos. Cada individuo es un mundo en sí mismo y por ende, buscar y compartir con iguales o “gente que piense, sienta o crea como uno”, es de lo más aberrante que existe; para mí, la diversidad y el pluralismo enmarcado en el respeto y la tolerancia son un dogma de actuación insalvable. Las personas con sus acciones diarias y no con sus pergaminos académicos, han de conquistar mis mejores admiraciones. He conocido tanta gente en este más de medio siglo en la tierra y muchos de aquellos se han ganado un aprecio temporal con las caretas de cinismos que se han mostrado en algún espacio y la verdad sea dicha, como decía mi abuelo: “Cuanto tienes, cuanto vales”, lo he descubierto en la realidad de la existencia y es que en la necesidad laboral o académica, muchos “prometen en el susto y huyen en el momento requerido”, gente que te busca como si fueras una entidad de consejería o favores y que cuando ya no posees aquel poder o rol que les fue útil, entonces, desaparecen o tus palabras y comentarios les suenan a sermones y como ya no eres la persona que podía ayudarles en una dificultad, caes en el ranking y te conviertes en uno más, alguien desechable a quien ya no se le tolera porque  no sirve para los fines que requieren. Esa realidad permite obviamente -con la sapiencia de los años- distinguir la paja del trigo, la amistad verdadera del interés puntual, el afecto sincero de la lisonja fácil.

En fin, en estos momentos complejos de nuestra sociedad, donde el destino del país se juega en algunos meses y con ello, el futuro de la patria, inexorablemente, algunas personas han tomado -monolíticamente- las posturas políticas como sendas únicas para definir sus aprecios y cerrar sus círculos de amistades y casi como si fuese un mandato divino “o estás en su postura o sales de su vida”. La política mal entendida ha fracturado amistades y familias, así aquella armonía que soñamos cuando creímos en la democracia, desaparece como una pesadilla.  Ante la mirada binaria de la vida, me rebelo como lo hice en dictadura, cuando ser valiente era difícil, siendo un adolescente e incluso con algo de irresponsabilidad, tomé riesgos que hoy quizás no lo haría, soñé con un país lleno de colores, porque a Dios gracia, la vida no es blanco negro, tiene matices y bemoles. Con los años aprendí a reconocer a los líderes verdaderos y a las personas, más por sus cualidades humanas que por sus posturas políticas y aunque suene repetido, la vida no es monolítica y hay -como dice el poema desiderata- mucha maldad, pero también otras tantas personas que persiguen nobles ideales. Ni yo he sido perfecto, ni exijo perfección en los demás. Por definición los seres humanos estamos como la luna en su cuarto menguante, con lados luminosos o visibles y otros más opacos, lo relevante son las intenciones de los sujetos. La sociedad está llena de falsos líderes y de otros que, cegados por sus supuestas superioridades morales, los siguen como si fueran la perfección hecha persona, académicos, políticos o verdaderos profetas de una corriente social o ideológica. Para mí y con los años, he podido observar y distinguir a los verdaderos de los falsos líderes, es que se han de develar con facilidad si observamos con cuidado, como decía Cicerón, “La falsedad está tan cercana a la verdad que el hombre prudente no debe situarse en terreno resbaladizo.” Y es que “No se puede ser y no ser algo al mismo tiempo y bajo el mismo aspecto”, decía Aristóteles.  Los sujetos ambiguos en sus explicaciones y acciones no son para mí confiables.

En mis modestas actuaciones, trato de inspirar con las enseñanzas que he podido colegir de mi experiencia y es que, para mí, aquel es el verdadero liderazgo, como decía John Quincy Adams: «Si tus acciones inspiran a otros a soñar más, aprender más, hacer más y convertirse en algo más, entonces eres un líder.»

Lo importante en estos momentos turbulentos, donde muchos apagan el fuego con bencina, la mejor senda es usar el intelecto, sembrar armonía y responder ante el ataque con paz y serenidad. Es que, ya lo expresó Aristóteles: “Así como los ojos de los murciélagos se ofuscan a la luz del día, de la misma manera a la inteligencia de nuestra alma la ofuscan las cosas evidentes”, para mí lo obvio es ser tolerante y cordial, sonreír con sinceridad y buscar con ansias mayores grados de felicidad.

Algunos se obnubilan, por ciertos privilegiados que dan cátedras de sus diplomas, olvidando que -siguiendo a Confucio- “Lo que quiere el sabio lo busca en sí mismo; el vulgo lo busca en los demás.” Con todo, prefiero dar cuenta de mis dudas más que de un ser un sujeto lleno de certezas, que no las tengo, prefiero la precariedad del que no juzga y que trata de crecer, siguiendo a Gandhi, “Es saludable recordar que el más fuerte puede debilitarse y el más sabio puede equivocarse”. Espero que, para mi país, este proceso sea un tiempo de reflexión en la cual no haya violencia pues aquella, decía aquel líder de la paz, “solo engendra violencia, El odio y la intolerancia son los enemigos del correcto entendimiento; sin olvidar que la pobreza es la peor forma de violencia” y que “La intolerancia en si misma es una forma de violencia y un obstáculo al crecimiento del verdadero espíritu democrático”.

Esperemos que seamos un mejor país y para ello, requerimos una sociedad, más pluralista, respetuosa y armoniosa, en eso al menos, quiero aportar desde mis modestos roles.

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