La piedra, el chisme y el derecho, de una virtuosa sociedad imaginaria. Por Ernesto Vásquez

Abr 24, 2022 | Opinión

Ernesto Vásquez es abogado. Licenciado, Magíster y Profesor de la Universidad de Chile. También es Máster y doctorando, en la Universidad de Alcalá

No solo en las redes sociales existe el fenómeno de la violencia verbal, la mentira soez o el impropio chisme falaz, que varios replican con deshonesta lealtad a la verdad, se da en muchos espacios: en la calle, la oficina o los más disímiles lugares. Muchos prometen en el susto y olvidan el pago en el gusto, utilizan a otros solo como objetos o peldaños y los olvidan si no le son útiles. Hoy por doquier y según sea la potencia de la voz del que estima justa su causa, conforme “lo reflexionado con su almohada o sus amistades”, se asigna el derecho de agredir a quien fuere y de distintas maneras.

¿Qué más da, si es falso lo replicado? ¿Qué importa si la causa puede provocar daños? Cortes de ruta, insultos o afectar la honra de otros. Se dirá que son los efectos multiplicadores negativos necesarios; es el costo de imponer, una postura y decisión con unilaterales argumentos. El resto “que se joda”, se nos dice para justificar el accionar de algunos. Lo relevante es “visibilizar el problema que aqueja” o lograr el puesto y si para ello, hay que quemar neumáticos, provocar el temor de niños y pintar de negro el azul del cielo, para develar la contaminación que reclamamos, o golpear a otro ser humano y denostarlo, sin pruebas más que una apreciación “o aquello que es público y notario para quien lo declama”, será la meta que lo justifica todo. No importa respetar la determinación de un proceso, (el pre-juicio) eso es impropio, obvio, lo mejor -se plantea- es la expresión oportuna y clara.

Así, un grupo de vecinos empoderados y por el sabio camino de organizarse, fueron capaces de unirse, colocar cámaras en sus calles y enfrentar el flagelo de la delincuencia. Esa tecnología y el actuar en conjunto evidentemente, les daba mejores herramientas, usando la modernidad en favor de convivir mejor. Los hechos de un caso de público conocimiento, nos dan cuenta de que esa misma inteligencia usada para instalar medios tecnológicos de comunicación, frente a una confusión de una vecina que pensaba era objeto de un ilícito por parte de otro ciudadano, que declamaba por las calles auxilio, (ante un inminente asalto del que era víctima); gatilló la reacción colectiva, empoderada de una comunidad alerta y hasta ahí perfecta. Todo funcionó como si fuera un reloj suizo. Nadie, sin embargo, estuvo dispuesto a escuchar, ni siquiera a repasar las cámaras que habían instalado, muchos creyeron que era la hora de “hacer Su justicia”, casi como en la antigua Roma, no había leones, pero si sujetos sedientos de dar una lección que al supuesto malhechor lo dejara sin ganas de regresar a ese barrio. Nadie, ni un solo vecino, tuvo un segundo de razonabilidad y serenidad para dar la alerta. A veces no somos seres perfectos y ante la mínima duda de quien decía ser víctima, se podía titubear y llamar a la policía; mientras inmovilizaban al sujeto. Eso es lo que la ley penal posibilita frente a un delito flagrante como el accionar correcto. Detener al imputado y colocarlo a disposición de la autoridad para que ésta, resuelva su situación procesal, para eso existe el derecho y la acción de resolver los conflictos en materia penal está entregada exclusivamente a las entidades del Estado, nadie ni a pretexto de circunstancias excepcionales, podrá resolver la justicia de un asunto, lo que no es lo mismo que defenderse legítimamente ante una agresión ilegítima y ello está absolutamente regulado en nuestro estatuto penal sustantivo.

Pues bien, en el caso en comento, a alguien “se le pasó la mano”. Tal cual, nadie tuvo -por mil razones que podemos filosofar- la oportunidad de reflexionar que no es el rol de los particulares golpear a otro, la autotutela está proscrita por el derecho y esa es la regla. Así, aunque fuere un sujeto que está intentando cometer un delito, los particulares deben inmovilizarlo y entregarlo de inmediato a la autoridad. Más grave es el caso que someramente relatamos. En efecto, se trataba de una persona inocente que en su huida legítima de manos de los delincuentes que lo abordaron, buscó refugio y auxilio, alguien -con razón o no- lo confundió con un delincuente y bastó aquello, para que ciudadanos dispuestos a organizarse para logra un bien, esto es, reunirse y ser solidarios frente a algunos de sus vecinos, pasaran la frontera legal de lo permitido y se transformaran en aquello que perseguían. De supuestos defensores de víctimas fueron imputados de un homicidio. Una película horrorosa por cualquier lado que se observe, no hay razón para que ciudadanos decentes y honestos, se transformen en bestias y terminen con la vida de otro ser humano.

Esto sucede cuando las comunidades van desconfiando de las entidades e instituciones, horadadas por quienes les interesa desprestigiarlas. La justicia “por mano propia” es inaceptable en un país civilizado y si se analiza bien porque el Estado ha eliminado la pena de muerte, entre otras cosas, es porque jamás aquel ha de usar la misma herramienta que utiliza el delincuente: El bien no puede, usando el mal, provocar algo justo. Esta escena de una sociedad que suponíamos virtuosa nos debe llamar a la reflexión, frente a los hechos de violencia que ya son parte de cada día, basta una chispa de maldad para provocar un gran incendio. Las normas y el Estado de derecho democrático, tienen su base en el respeto a las instituciones consagradas conforme a la ley, en donde la autoridad que actúa con probidad y respeto por el ordenamiento jurídico da el ejemplo y en base a la separación de los poderes del estado, el respeto a la dignidad de todas las personas, se busca el bien común y que cada cual pueda desarrollar su plan de vida, sin manejar a otros y su existencia como rehenes, sea por medio de una violencia verbal, sicológica o física; pues ninguna causa justa ha de basarse en elementos violentos para lograr sus objetivos, una sociedad que solo resuelve sus conflictos a gritos, piedras y violencia, está profundamente enferma.

Varios escuchamos con empatía al Rector del Internado Nacional Barros Arana (INBA), un prestigioso otrora establecimiento, como el Instituto Nacional, el Liceo Valentín Letelier o el LiceoN°1 Javiera Carrera, todos cunas de grandes ciudadanos y servidoras públicas, lugares donde se formaron personas de bien, pero que traían primero, valores desde sus propios hogares.  El Rector del INBA con serenidad y sinceridad, declamaba su impotencia en un tema que evidentemente le superaba y es que el asunto no es solo la quema irracional de un bus por parte de personas al alero de su comunidad educativa, ni menos la agresión censurable de la que fue objeto, el problema es cultural, es una sociedad que ha aceptado la violencia como el camino para que algunos impongan sus condiciones. Parafraseando al ex alumno del INBA el gran Nicanor Parra, dable es recordar ese Chile imaginario donde las personas imaginarias, conversaban sus disputas imaginarias y jamás lanzaban ni siquiera piedras reales o imaginarias.

La violencia se sabe cómo comienza y no como culmina; parte muchas veces con la palabra dicha que -como se ha afirmado tantas veces- es aquella flecha lanzada que jamás vuelve. Es que el tino, el tacto, el tono, la tolerancia y la ternura nos han abandonado como país y la funa a quien piensa distinto, incluso en entidades que nos ofertan cambiar todo para bien, desde nuestra carta fundamental, nos muestra escenas de intolerancia que son un pésimo ejemplo del país unitario  que soñamos y que como dijo nuestro padre de la patria a inicios de nuestra historia republicana, es el hogar donde todos hemos de llamarnos chilenos, todos quienes habitan en esta tierra, incluido quienes eran llamado indígenas y mestizos, porque la patria es aquella que hemos ido formando a través de la historia, con diversos colores y pensamientos con la memoria de José Miguel Carrera, Bernardo O´higgins, Arturo Prat, Irene Morales, Elena Caffarena, Amanda Labarca, los Presidentes Salvador Allende, Jorge Alessandri y Eduardo Frei Montalva, por recordar a algunos. Sí, aquella patria justa para todos los chilenos que declamó Patricio Aylwin con el retorno a la democracia.  Espero no sea demasiado tarde para vivir en ese país imaginario que -perfectible siempre- supo salir del fondo de la precariedad de Latinoamérica, gracias al trabajo de campesinos, obreros, empresarios, profesores y maestras, ingenieros, personal de la salud, soldados y artistas, estudiantes y dueñas de casa y tantas mujeres valientes que siguiendo a nuestra gran poetisa Gabriela Mistral, nos guían y nos hace eco del llamados a enfrentar ese desafío que nadie quiere asumir, ser justos y entregar lo mejor de nosotros para que tengamos una comunidad sana y un hermoso país multicultural y unitario, un solo Chile, el hogar para todo el que desea la paz y la armonía social, trabajar y no delinquir, siendo el asilo contra la opresión, también para aquellos que huyen de las dictaduras del continente.

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