La Paz y Amistad Cívica son la ruta para una mejor sociedad. Por Ernesto Vásquez.

Nov 1, 2020 | Opinión

Ernesto Vásquez Barriga. Abogado. Licenciado, Magíster y Académico, Universidad de Chile. Máster y Doctorando, Universidad de Alcalá.

Qué duda cabe, llevamos un tiempo demasiado extenso en un túnel de desarmonía colectiva, sin observar la luz cercana de la salida hacia un clima de tolerancia y paz duradera; en donde reine el derecho, la justicia y la amistad cívica, parafraseando a Voltarire,“Los delincuentes tienen cómplices, los drogadictos compañeros de vicio, los Reyes poseen súbditos y los seres honestos tienen amigos que se respetan a pesar de sus diferencias.” El desarrollo tecnológico nos ha regalado mayor conectividad y oportunidades múltiples de crecimiento humano, sin embargo, el revés de la medalla es que también se han tomado ese espacio -como otrora la muralla era adueñada por el canalla- hoy, esas redes y la calle han dado espacio para algunos liderazgos que han hecho de la confrontación, la agresión verbal, la arrogancia y la pontificación un lugar común de desencuentro social, desde el pedestal de una supuesta superioridad moral de seres que se presumen revestidos de una mayor sabiduría para juzgar a otros.

Seres que, tras el anonimato, florecen con valentía propia del cobarde que se disfraza para declamar sus diatribas; que jamás tendrían el valor de exponerlas, si actuaran sin capucha ni en las redes ni en la calle. La violencia -en cualquiera de sus formas- deslegitima la justa causa que se dice defender, es la carta blanca para la autotutela contraria al Estado democrático de derecho y éste es el estadio donde el débil debe tener protección frente al fuerte y el poderoso o el rufián. La comunidad política debería estar a la altura y jugársela por formar líderes que piensen y reflexionen en la siguiente generación y no en la próxima elección; capaces de conducir con ética y probidad una lucha democrática en un ambiente de respeto. No es posible -decía el padre Alberto Hurtado- vivir solo de caridad, pues ésta comienza cuando termina la justicia. Es posible que haya espacios de pobreza o precariedad donde la solidaridad privada y el rol del Estado, debe cubrir y alivianar la carga que significa enfrentar la vida desde una población donde la equidad no es la norma, la escuela no es el núcleo de virtud y la policía no es la aliada incondicional de otrora, donde el flagelo de la droga usa a menores para involucrarlos en el delito y lucrar con esas vidas.

Ese modus operandi, es natural y conocido, sabíamos cómo ha erosionado otros países. Hay sectores donde el Estado ha llegado tarde. Es verdad que esa realidad de pobreza no es mayor que en otros lugares de nuestra América latina y que las recetas mágicas no han dado el ancho y los cultores proféticos de tales rutas, donde han llegado a ocupar ciertos cargos, han ahondado en las malas prácticas, usando “al pueblo como eslogan”. Hay varios ejemplos, diremos sólo uno que se nos olvida por lo aberrante de la mutación de su líder, Nicaragua, allí donde el ex revolucionario Daniel Ortega, es el ejemplo más real, de la decadencia de un líder con pies de barro. La delincuencia es un cáncer que recorre nuestras calles y simplemente denostar a las instituciones encargadas de clarificar delitos, no solo no ayuda, es una mala señal para la comunidad y un efecto solo positivo, para el delincuente, que corrompe a personas y copa espacios otrora impenetrables, es una herida al sistema de seguridad. Lo relevante más que denostar a las instituciones policiales para darse popularidad, no es el mejor camino, hay que preocuparse y ocuparse; proponer desde el realismo y no sólo desde un aula universitaria, pues los cuerpos policiales son esenciales para la eficacia del derecho.

El diagnóstico está claro, hay que pasar de la preocupación a la acción y así como esta pandemia ha sido una cruel forma de adecuarse y hemos observado grandes y miserables personas, debemos internalizar que la crisis institucional nacional, tiene una ventana de luz de solución tras el resultado del último plebiscito y si queremos parecernos a esos países que son líderes en derechos sociales; debemos también colocar el acento en los deberes colectivos, el respeto a la Ley y la autoridad, empoderar a los docentes y maestras, pues si bien hay injusticias, este hermoso país tiene mucho de qué sentirse orgulloso; quienes hemos vivido en los setenta y ochenta en el poniente de la capital, podemos dar cuenta que las nuevas generaciones nacieron en un peldaño de bienestar superior al nuestro, con más oportunidades e instalaciones, mejores colegios e instituciones, con millones de personas que salieron de la pobreza en la década de los noventa, un desarrollo material evidente, pero insuficiente y en paralelo, una crisis interna de desigualdad y clasismo impropio; borrándose hoy por hoy, aquellos rasgos culturales del chileno antiguo, aquel que carecía de arrogancia, me gusta recordar aquella alma del chileno antiguo, aquel que admiraba a sus profesores, que no gritaba y era hospitalario, que pagaba el pasaje de la locomoción colectiva, incluso cuando ingresaba por la puerta trasera y que polarizado vivió los peores momentos de su existencia, de desencuentro donde los errores de unos dieron paso a los horrores de otros, luego un desarrollo que era admirado desde el exterior y que escondía bajo la alfombra algunas injusticias y abusos incompatibles con el país que creíamos ser.

La avaricia de algunos por no dejar de ganar un peso no avizoró la oportunidad de compartir o del conflicto que produjo el caldo de cultivo para que algunos apagaran con bencina el fuego de la injusticia social. Así, como sin quererlo o con la claridad de colocar los males estructurales en la carta fundamental con pecado de origen, empero mutada en centenares de veces en democracia; llegamos a un pacto nacional, un punto de inflexión que puso en jaque nuestra democracia con un acuerdo por la paz, la justicia y la nueva constitución, donde ha de existir un espacio por cierto, para la reflexión y el entendimiento, buscando diseñar la nueva morada, el nacimiento de una carta fundamental moderna y paritaria, con lugar para los pueblos originarios y aunque, es claro que no ha de significar la  solución mágica para todos los problemas, es una ruta posible del camino para la paz, pues como dijo Gandhi, “No hay camino para la paz, la paz es el camino”.

La gran mayoría lo anhela, las personas de buena voluntad, desean abrazarla y no observar llamas de injusticias o protestas, donde los vecinos del sector del monumento al General Baquedano, han sufrido como la memoria de aquel militar, injustamente denostado por quienes mezquinamente le han quitado su rol en nuestra historia, son los mismos, que otrora se burlaban del gesto heroico de Prat o festinaban con la vida de nuestros padres que forjaron la nación, según la historia que se nos entregó en el Liceo Valentín Letelier, cuna de servidores públicos. La historia nos ha dado cuenta que países han buscado el camino de la concordia y no el de la confrontación, existen heridas profundas en nuestra historia pasada y reciente, empero, no más grave ni más triste y dolorosas que las padecidas por otros países europeos que fueron parte de guerras mundiales y que luego formaron la Comunidad Europa. Estamos viviendo tiempos donde el tango cambalache, se hace carne, observamos algunos liderazgos basados en cáscaras de eslogan vacíos, en lucha por los derechos de las personas que son de cierta forma, repitiendo frases a jóvenes azuzados por crearse épicas inexistentes, en aulas donde algunos no les permiten pensar por sí mismo y les adhieren sus mochilas llenas de sus padecimientos.

El aula ha de ser -como decía un distinguido profesor argentino- “Un lugar divertido y agradable, donde jóvenes quieran estar, para encontrarse con ese líder que no les trunque sus sueños y se diviertan, se rían y estudien con afecto pues es éste el mejor instrumento del maestro que sólo les inspira, los invita con auténtica pasión a descubrir lo mejor de cada uno, que cada cual tenga su sello y encuentre en la mente su propia mejor versión, siendo el arquitecto de su destino”; evitando que en los patios y pasillos de las escuelas de derecho, veamos jóvenes estresados y a veces tristes, sólo preocupados del ranking, de las notas y no de ser sus mejores versiones como personas. Frente a la violencia verbal y física, contra lugares de trabajo o semáforos que protegen la vida y que algunos ridiculizan a quienes defienden el orden y la paz armónica de una ciudad vivible, me hace sentido el lenguaje no violento que nos sedujo a muchos hace décadas, de un líder que por su testimonio y consecuencia hubo de pagar con su vida el fanatismo de otros; el gran Martin Luther King, actualizando su declamación, nos pedía que nunca miráramos para el lado frente al dolor de un semejante, pese a que tengamos condenas sociales ( hoy sería funas en redes o pachotadas desde el anonimato del cobarde que se encapucha incluso en internet), pues el gran luchador por la libertad y la justicia, indicaba que el castigo social por defender las injusticias no es más doloroso que las heridas del alma, cuando miramos para el lado frente a toda violencia, sea del Estado, sea de fanáticos, de terroristas o del lumpen; no podemos tener doble estándar, pues la vida vale tanto como si es de un matrimonio chileno, de un mapuche o de un policía y también las consecuencias de la violencia del Estado, también debe condenarse con fuerza y para ello, tenemos instituciones preocupadas de la defensa de los derechos de las personas.

Lo que no podemos hacer es usar la injuria, la calumnia, el anonimato, la grosería, en la vida y en las redes sociales, pues no es la forma de construir un Chile nuevo, que ha sido por algo el sino de muchos que, en sus países azotados por la pobreza, demagogia y el hambre, han buscado adecuadas estaciones para sus sueños. Quiero un país mejor, donde todos sean respetados, sea cual fuere su orientación sexual, sus preferencias o sus orígenes, donde los servidores públicos cumplan con sus labor con amor y compromiso, un país con el rigor para perseguir al narcotraficante que ensucia algunas villas y envenena a nuestros jóvenes; donde haya oportunidades, un espacio en el cual, todo sujeto tenga la posibilidad de ser feliz, si queremos escribir una carta fundamental que sea la casa de todos y todas, sin lugar para la exclusión y la violencia y que la frase de una humorista:

“ Que no pueden ser parte de esta constituyente quienes votaron una alternativa del plebiscito”, sea sólo un chiste de mal gusto, para que llegue la anhelada paz.

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