Por Ernesto Vásquez Barriga. Abogado. Licenciado, Magíster y Académico, Universidad de Chile. Máster y Doctorando, Universidad de Alcalá.
Para los cristianos, la navidad es uno de los hitos más importantes en la existencia, para un ateo o pagano, parece una historia cinematográfica, cuyo gran pecado es representar con humildad y sencillez el amor por la vida y la esperanza, encarnado en la gran protagonista de la salvación de la humanidad, una mujer llamada María, quien a pesar de tener una pareja recibe desde el espíritu santo el germen fecundo del fruto de la fe en la humanidad con el nacimiento de Jesús de Nazareth, el mismo que tres décadas después y por predicar ser el mesías e hijo de Dios, es condenado por un pueblo virtuoso que lo escoge como regalo de las fiestas para ser crucificado en lugar de Barrabás, el delincuente que azotaba con el odio y la muerte.
No obstante, ese grupo humano -denominado pueblo- cuyo nombre ha sido utilizado y denostado por muchos líderes a través de la historia con rótulos especiales como chusma inconsciente, nietos o simplemente pueblo, necesita para sobrevivir de “pan y circo” y cuando hay poco tramoya que divierta o escasea la comida, es capaz de subsumirse en la irracionalidad de la masa y sacrificar a un santo por la solución fácil, la entrega inmediata y renunciar al estudio, al trabajo arduo; prefieren muchos al líder temporal sin sustento ni sustancia, pero con la frase mágica, aquel que entrega el pescado antes que el guía que enseña a pescar, en fin un pueblo que se llena de banderas y que como en la época de Moisés crea criaturas casi místicas como un animal que representa el becerro de oro, para alentar a las masas habidas de fuego y caos, amantes de una ruta sin rumbo.
Es el sino del despertar de la borrachera, la resaca del que derrocha todo lo reunido para una larga estancia y lo consume en una noche de jolgorio y risas. En ese caminar nos encontramos con violencia y destrucción, agentes del Estado que cometen tropelías y que, aunque son unos un puñado, ensucian el uniforme que con vocación millares de policías vestían no hasta hace muy poco, con orgullo y hoy observan como la confianza en ellos se derrumba con la rapidez con que cae un coco, habiéndose forjado con la lentitud del crecimiento de una palmera.
Reestablecer la fe en algunas autoridades que como Poncio Pilatos se lavaron las manos frente al abuso, el descontrol y el desorden, buscando justificar en algunos casos lo inimaginable, olvidándose de millares de hogares cuyos esforzados padres y madres, lo perdieron todo, producto de una violencia social a veces irracional con los sectores más vulnerables. Como las desgracias no vienen solas y pensando en que estamos casi al filo de la hora en donde la estrella de Belén nos recuerda la ruta seguida por aquellos que entre los más precarizados buscaban al verdadero salvador, así las sagradas escrituras nos dicen que no había lugar para ellos en un sitio decente -perseguidos, además- como inmigrantes en un mundo hostil, tuvieron que cobijarse en un establo, en el pesebre, nadie jamás dijo que era un basural, pues era un sector humilde, pero decente, es que algunos acostumbran no sólo a arengar a otros sino a confundir precariedad con ilicitud y así, alientan -desde sus comodidades- para azuzarlos a fin que den (como carne de cañón) la cara y más, por los ideales de terceros e incluso enfrentar la prisión o la vida por la obra, así definida por autores del guion que divagan toda su vida para que otros renuncien a la música de la armonía y la felicidad y abracen el conflicto como forma de vidas.
Esta realidad se ha repetido innumerables veces en nuestra américa latina, donde el belenismo o la construcción de belenes o pesebres reales o místicos ha dado lugar a la creación de fuerzas que usan el miedo, el dolor y la patraña para tener sus fines propios o colectivos, jugando al todo o nada, olvidando que una sociedad plural es la que ostenta en su seno la diversidad de pensamientos y gustos, actuando con esas directrices uno sólo se gana el apelativo de amarillo. Si la vida es un viaje hacia el infinito cuyo sentido se capta al regresar –cual lo afirman las escrituras sagradas– como polvo a la tierra plena, entonces todo el misterio de ella fluye en torno al encuentro con la felicidad. Esta última, generalmente se da con meros destellos, luces que el intelecto digiere con alegría y que debes disfrutar al máximo, este es el gran dogma del sabio.
La armonía es el estadio que permite que los humanos sean íntegros y que en la ruta de su vida convivan respetando la libertad y las alegrías de los demás, evitando dañar al prójimo y si se ha hecho, ofrecer disculpas e implorar al cielo por el perdón. Subyace a dicha conducta la directriz correcta de actuación, cultivando la tolerancia hacia el entorno, como si fuere la oración de la patria de los hombres y mujeres que la habitan.
El mundo donde estamos no nos pertenece, es apenas la casa temporal en que habitamos y que de manera precaria se nos ha entregado, no sólo para nuestros proyectos y sueños, sino para dar espacio a los anhelos de los demás (incluidos los animales, las plantas y las aguas). Hemos de cuidar “corpus y mente”, habitar con respeto y armonía el planeta. Quizás lo más esencial de la conducta –en nuestro caminar hacia lo eterno– es la cualidad de ser sinceros en el amor –en sus diversas manifestaciones–, ser prudentes en nuestros juicios y ser misericordiosos en los reproches; porque cada vez que interactuamos entendiendo que, frente a uno, hay otro ser que desea legítimamente también sentirse feliz y que tiene su propia batalla; debemos entonces respetar sus características y formas, sus planificaciones y visiones de la vida.
Por ello, la gran misión es dar amor y afecto, asumir nuestros errores y culpas, cambiar el rumbo y bajo esas premisas de vida y de actuación, se constituye el sublime sentido que cual estrella se nos ofrece desde el cielo, con una oración que entrega el real mensaje de navidad: tratar con respeto y paz al otro, verlos como un ser especial y único, sin perder de vista el sentido humano y sencillo que el pesebre de Belén, hoy nos informa e ilustra, en los más precarizados, en aquellos que han perdido la fe, las ganas y sus proyectos; en los que entienden que para avanzar es necesario transar, en aquellos que están enfermos producto de esta pandemia, en los que han trabajado en la verdadera primera línea de la salud, en los Tens, kinesiólogos, enfermeras, tecnólogos, personal administrativo y médicos, así como todos quienes por diversos motivos no pudieron estar en aquella ocasión u hoy en sus hogares, recreando en cualquier lugar la esperanza de la estrella de Belén en el nacimiento del salvador del mundo, empero han ayudado a salvar vidas y tal como se ha dicho, quien salva una vida salva a la humanidad.
En fin, se trata de dignos seres y profesionales que merecen nuestra gratitud, con la fe y esperanza que la unidad chilena, se construya en el nuevo texto constitucional, entendiendo que aquella, será la casa de todos y debiera representar a la diversidad que habita esta hermosa tierra, que, como Nazareth, también tuvo la bendición de la buena nueva, que nos permite soportar tanta desgracia con la necesaria cuota de esperanza que esta navidad se un hito del inicio de una vida mejor.