La confianza. Por Rodrigo Reyes

Dic 10, 2020 | Opinión

Rodrigo Reyes Duarte, abogado. Director Jurídico de Prelafit Compliance.

“Hoy, con el dolor de mi alma voy a tener que abandonar definitivamente la (Corporación) La Esperanza, porque las instituciones de beneficencia viven de la confianza, y yo no soy, después de este proceso, un hombre digno de confianza”, dijo el exsenador Jaime Orpis en la audiencia previa al veredicto (que ya sabemos fue condenatorio) en el juicio denominado “Caso Corpesca”.

La confianza, a la que alude el exsenador, es sin duda uno de los elementos más importantes en la vida cotidiana y en las relaciones que tenemos en todos los sentidos.

Ponemos nuestro dinero en el banco que nos da confianza, contratamos servicios varios en el entendido que nos cumplirán. Confiamos en la gente que trabaja con nosotros, incluso en quienes cuidan y educan a nuestros niños y muy  pocas veces nos sentamos a reflexionar acerca de lo que la confianza significa en nuestras vidas.

Un profesor universitario contaba hace un tiempo que fue a comprar a una tienda de lápices en un país de Sudamérica. El local estaba vacío, pero le llamó la atención el sistema ideado en la hermosa tienda de lápices. Miró en la repisa una caja de cristal con lápices dentro que finalmente eligió comprar. El vendedor detrás del mostrador le entregó un ticket que debía llevar a otro rincón de la tienda y entregar a una segunda persona quien le dijo el precio de la caja de lápices (unos USD 12 dólares) y le pagó. Ahí recibió otro ticket que debió llevar ahora donde una tercera persona que le entregó finalmente el lápiz. El académico reflexionaba acerca del porqué se necesitan tres personas para vender un lápiz de USD 12 en una tienda vacía. Claramente era porque el dueño de la tienda no confía en la gente y se negaba a que alguien tuviera el dinero y el lápiz al mismo tiempo. El elaborado y costoso sistema tenía su origen en la desconfianza.

Y es que cada vez que la confianza se vulnera la cuenta la pagamos todos.

Lo mismo sucede con el denominado “juego de los bienes públicos”. Suponga usted que es seleccionado al azar para un juego, cada  mañana le entregan 10 mil pesos y usted puede hacer dos cosas: quedarse con el dinero o depositarlo en un fondo común. Todo el dinero del “chanchito” se multiplicará por cinco durante el día. Y por la tarde, el dinero se dividirá en partes iguales entre todos. Usted no sabe quienes son los otros jugadores y jugamos todos los días. Pues bien, al comienzo todos deciden poner el dinero en el chanchito. 10 personas, cada persona tiene 10 mil  pesos, multiplicando por 10, son 100 mil pesos, pero durante el día se multiplica por 5 y por la tarde tenemos 500 mil que serán repartidos equitativamente entre todos. Cada uno recibe 50 mil pesos. Es un linda inversión. Se levantan con 10 mil, y se acuestan con 50 mil . Esto continúa hasta que un día, una persona decide traicionar el bien común. Una persona se queda su dinero. ¿Qué pasa ese día? Ese día, nueve personas ponen 10 mil, se logra recoletar 90 mil ahora que multiplicado por cinco será 450 mil y por la noche, se divide entre todos, incluído el “delincuente” que no puso su dinero en la alcancía. Todo el mundo recibe 45 mil, pero el “delincuente” tiene 55 mil pesos; tiene sus 10 mil por la mañana. más el dinero del fondo común (45 mil). Esta persona traicionó el bien común por su interés egoísta. Aquí está la pregunta: ¿qué pasa al día siguiente? Posiblemente nadie pone su dinero en la alcancía.

En una sociedad buena todos invertimos en ella, voluntariamente, la gente participa, la gente ayuda y todos se benefician. Pero cuando alguien comienza a traicionar el bien público es nefasto y si finalmente nadie participa, es un equilibrio terrible. Pero hay otro tema. El equilibrio correcto, donde todos participan, es muy frágil. Basta que una persona traicione el bien común y todo se deteriora. Y el mal camino es muy estable. Imaginen que nadie pone dinero, pero un día tres personas ponen su dinero. ¿Qué pasa al día siguiente? ¿Hay un aumento? No. Volvemos a cero. Ese es el problema con la confianza. Cuando confiamos, podemos crear un buen equilibrio, pero las cosas pueden deteriorarse y terminar muy mal.

Y es en parte lo que ha venido pasando con nuestra política, probablemente con nuestro sistema de pensiones, también con las instituciones (Carabineros es un ejemplo claro de esto). Necesitamos volver a creer en nuestros políticos, en nuestras instituciones, en las empresas y en la gente en general, no es una tarea fácil, pero es imprescindible.

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