Por Ernesto Vásquez Barriga. Abogado. Licenciado, Magíster y Académico, Universidad de Chile. Máster y Doctorando, Universidad de Alcalá.
Como un sino de la vida, una torpeza coincidencia de mis supersticiones -dirían mis cercanos- los números me daban la certeza que hoy 21 de diciembre (un múltiplo de siete) sería un día de la suerte, y por tanto, amanecí más feliz que nunca. La suma de mi nombre y apellidos es veintiuno y aunque creyente y blasfemo en este punto, creo mucho en la coincidencia de los números.
En esta tarde, mi amor por la República y mi formación familiar y valentiniana, me daba una luz de esperanza en medio de esta sociedad donde cada vez más nos hace sentido la palabra cambalache, en la cual da lo mismo “un burro que un gran profesor”. En medio de todo ello, recordaba que hace unos años y por una coincidencia del destino, los exalumnos del Liceo Valentín Letelier, me invitaron a un reconocimiento junto a otro egresado que era muy destacado en la sociedad. Qué duda cabe, en mi caso fue un error fortuito que sólo me dio la opción de obtener un inmerecido galvano por una labor al menos ajustada al derecho y la razón. A mi lado, estaba y me fue presentado, un destacado juez y exalumno del glorioso Liceo Valentín Letelier, el Ministro don Mario Carroza. Aunque por pudor frente a lo consumado, guardé respetuoso silencio y recibí aquel galvano, tuve como un mero acto de justicia a los docentes, leer unas palabras y una prosa que escribí a un egresado y mi ex profesor de Matemáticas Jorge Miranda, quien se encontraba en el público y ese acto, que emocionó a muchos y en particular a ambos, entregó algo de justicia a la presencia del suscrito en ese acto de reconocimiento a destacados ex alumnos del Valentín.
Hoy durante parte de la tarde, sentí un nerviosismo especial, aunque no era yo quien estaba expuesto -en lo profesional y menos en lo humano- ante el hemiciclo del Senado de la República y que avizoraba la posibilidad de ser designado integrante del máximo tribunal de la República a un destacado juez, observé –como una estela de sueños- a varios de los ex alumnos de diferentes generaciones que he conocido, desde mi padre, mi hermano mayor y millares de ex alumnos de nuestro amado y emblemático Liceo, escuché con solemnidad el acto republicano del Senado que daba cuenta de la de votación –en algunos casos de manera fundada- por el nombramiento del Señor Ministro don Mario Carroza y sentí que más allá de lo que se discutía, que no sólo era la vida judicial del juez Mario Carroza, quien tuvo a cargo por decirlo en dos extremos temáticos, en la investigación de los llamados casos Allende y Guzmán, el que estaba expuesto en ese minuto, era algo más profundo, era la mejor expresión del sueño de don Valentín Letelier Madariaga, quien ya en 1888, buscaba existiera un faro de luz para el lado norte de la ciudad; pues fue a ese ex Rector de la Universidad de Chile, a quien se le arrebató la frase: “Gobernar es educar” que era propia de don Valentín.
Con don Mario, ese faro de luz se ha hecho realidad en la praxis de vida, en medio de esta pandemia, con su empatía con los que sufren y su sencillez en su conducta, su tono, tino, tacto tolerancia y ternura –que son mis directrices de vida- aquel sí las ha cumplido a cabalidad y más aún ha sido un hombre sometido al rigor del dolor de la vida y ha llevado con dignidad dicha pena profunda por la partida de sus familiares cercanos y luego, ha buscado hacer justicia en casos de la comunidad, particularmente donde los derechos más fundamentales estuvieron en juego.
Luego de una extensa votación, el Senado dela República, aprobó la designación de don Mario Carroza, como nuevo integrante del Máximo Tribunal de la República, sentí no sólo un alivio, sino una profunda alegría que aquel siquiera imagina y es que en su nombre, en su historia y en sus hombros, estaban millares de valentinianos que han aportado al país desde sus más diversas labores, oficios y profesiones y que con dolor hemos podido observar que el sueño que inspiró al ilustre Rector de la Universidad de Chile y prestigioso iberoamericano don Valentín Letelier Madariaga, se esfumó o está en coma, sin la luz que lo llevó a crear un gran establecimiento, el llamado Liceo Santiago, ulteriormente nominado: “Liceo de Hombres Nº1 de Santiago”. (También conocido como Liceo de Varones Nº1).
Vuelvo en recordar ese día cuando los egresados de nuestro querido Liceo y por haber asumido el rol de Fiscal, teniendo el caso Zamudio, fui reconocido por gran parte de la sociedad e inmerecidamente por la comunidad valentiniana, puesto a la altura por los ex alumnos del liceo, con el Ministro de la Ilustrísima Corte de Apelaciones de Santiago don Mario Carroza Espinosa, un juez de excepcional carrera, pues a ambos –en mi caso inmerecido- se nos entregó una medalla como exalumnos destacados y se grabaron nuestros nombres en un lugar importante del liceo. Hoy me pongo de pie, ante nuestro nuevo brillante Ministro de la Excelentísima Corte Suprema de Justicia, quien acompañará a otro Valentiniano don Carlos Aránguiz Zúñiga, el cual -amante de la pluma prodigiosa- seguramente podrá en algún momento retratar en un texto literario de calidad, mejor que el suscrito, la vida que el gran Liceo entregaba como un segundo hogar a miles de adolescentes y jóvenes que soñaban como ellos, en ser protagonistas de un futuro mejor y en ser un real aporte al país. Ambos lo han hecho de la forma más hermosa que pudiere un hombre de derecho realizarlo, haciendo justicia con armonía, temple, rectitud, imparcialidad y coraje.
Y tal como lo consagra el himno institucional del Liceo: ¡Hurra, muchachos del Valentín! Luchemos para que nuestros sueños y el de nuestros padres no sean mutilados; pues recuerden: “¡Templad los nervios y sonreír, nunca rendidos, siempre vencer!