En estos días, un inmenso número de familias, se reunirán para regalonear y celebrar a la madre y para algunos –que suelen tomar natre en las mañanas- se trata de un día más o una invención comercial; bueno, allá ellos con sus visiones negativas de la vida. Aunque es obvio, que se ha mercantilizado esta fecha, también es –desde otra perspectiva- muy breve “asignarle un solo día a un ser tan especial”. Por esto, que tal ocasión sea destacada por los medios de comunicación, si ello permite la unidad de la familia chilena, enhorabuena que se produzca algo positivo en medio de tantas noticias negativas en el país y por ello, que lo mercantil también se adhiera a este justo homenaje, no ha de ser negativo a priori.
La mujer siempre y más aún cual madre, es un ser especial, qué duda cabe: un ángel que Dios nos ha remitido para acompañarnos, darnos paz y armonía en nuestras vidas. Es que aquella, en infinitas situaciones, ha usado sus poderes virtuales maternos, pues es capaz de convertir una congoja en una reflexión, una pena en una oportunidad, aplicar sicología ante la angustia humana y frente a una herida, convertirse en una experta en medicina. Toda madre, posee el don de la abundancia y la multiplicación: Solicitado su auxilio, por alguien de su prole, aquella guarda para cada uno, la dosis necesaria de afecto y comprensión.
Las madres son seres multifuncionales, capaces de realizar infinitas labores en diversos sentidos.
Mi madre -a menos de un lustro de llegar al siglo de vida- con su voz, siempre me regala paz y abrazarla me reenvía a mi niñez, a aquella escena mágica cuando la acompañaba a sus reuniones con otras madres o a sus compras en momentos de estrechez económica. Hasta hoy disfruto de sus cazuelas, llenas de amor y ternura culinaria.
Hoy –cuando repaso su vida- veo su actuar como increíble, una mujer que lavó a mano la ropa la indumentaria de sus hijos, sin pañales desechables, ni comidas preparadas como hoy y con pocas opciones de tener ropa; jamás recuerdo haber estado sucio o desarreglado para ir al colegio en la población. Ella se distinguía hasta hoy como un ser especial, entregándose por entero a los suyos, sufriendo en silencio los padecimientos y compartiendo sus alegrías. Es que la madre es así, siempre está dispuesta a animar al que está pasando por tristezas o momentos amargos.
Ahora, que soy un adulto con más de medio siglo –bajando más las colinas, que subiéndolas- me agrada escucharla lúcida a su edad avanzada y saber de sus propios labios, que es una mujer plenamente feliz.
En una sociedad que ha perdido la confianza y donde prevalece el individualismo, la deslealtad, la soberbia y el deshonor; necesitamos como en los orígenes de la patria –cuya prueba es el Templo Votivo de Maipú- implorar la bendición de un ser superior femenino y el de una mujer vital, como lo es la Madre en cada hogar, porque en mi caso, ella es, un ejemplo de dulzura, sencillez, gratitud, alegría, superación e integridad.
Decía el gran Khalil Gibran: “La más bella palabra en labios del hombre es la palabra madre y la llamada más dulce: madre mía”.