Ética y empresa. Por Rodrigo Reyes

Oct 8, 2020 | Opinión

Rodrigo Reyes Duarte, abogado. Director Jurídico de Prelafit Compliance.

“No es suficiente que una empresa haga negocios cumpliendo con la ley y procurando no cometer delitos, sino que debe desarrollar sus actividades tomando en cuenta el entorno en que vive, respetando los derechos humanos, pagando salarios dignos, preocupándose de las comunidades y de sus trabajadores, proveedores y clientes”.

En una columna reciente publicada por diversos medios don Gerardo Varela, ex Ministro de Educación, defiende la idea de que las empresas deben dedicarse a generar utilidades cumpliendo con la ley, agregando que deben comportarse como buenos ciudadanos corporativos y ese concepto significaría hacerse responsables de las externalidades negativas de su actividad. Señala que “las personas que forman una empresa tienen como propósito hacer un negocio, realizar un sueño del cual vivir y prosperar y no hacer caridad, educar al prójimo o salvar el planeta” y  termina señalando que una de las amenazas que enfrenta el capitalismo vendrían de lo que él denomina “socialismo intelectual”.

A este respecto y disintiendo del articulista, las grandes amenazas al capitalismo han venido paradójicamente desde dentro del capitalismo, ya que algunos de sus “defensores” han demostrado ceguera ante desigualdades estructurales, falta de movilidad social o el sobreendeudamiento, riesgo y vulnerabilidades de los sectores medios. En Chile, estos temas han vuelto a ser prioridad en el debate nacional luego de los sucesos de octubre de 2019 y la pandemia posterior.

Como alguna vez dijo Zizek, probablemente es “más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”. Aunque el mismo autor esloveno hace muy poco -probablemente imaginando el fin de los tiempos-  sostuvo que la pandemia es un golpe mortal al sistema, creo que aquí se dejó llevar en demasía por la emoción. El capitalismo ha significado innegables avances sociales y modernización de sociedades que abrazaban por siglos la pobreza y aunque la pandemia nos muestra nuevamente la fragilidad de toda construcción humana, probablemente las fuerzas inmensas que se desarrollan en la sociedad capitalista nos llevarán pronto a mejorar las condiciones materiales de la población.

Sin embargo, los ataques más feroces al capitalismo -como adelanté- han venido precisamente desde quienes dicen ser sus más acérrimos defensores. Es que al igual que Varela en su artículo, son muchos los que han puesto trabas a las regulaciones, han sido condescendientes con quienes atentan contra el mercado, como por ejemplo, quienes se coluden atentando contra la libre competencia o han defendido la concentración en algunos mercados o el flujo de instrumentos rentistas o especulativos que compiten con el financiamiento de emprendimientos innovadores.

El Capitalismo debe ajustarse para ser más justo, más sostenible y, por ejemplo,  más efectivo para financiar innovaciones. Quienes se atreven a sostener lo anterior, sin embargo, ha sido silenciados históricamente imputándoseles que están defendiendo una economía planificada.

La acumulación de capital, por ejemplo, es un tema del que debemos hacernos cargo ya que ha creado un capitalismo poco meritocrático y que acerca nuestro sistema político más bien a una plutocracia, como dice Nick Hanauer. En otras palabras, el capital debiera financiar innovaciones, huir de las inversiones especulativas y en esto debiéramos esperar una mejor intervención del Estado, así como en otras iniciativas que permitan avanzar en movilidad social, en integración y en una red de seguridad social acorde a mínimos establecidos.

En relación con las empresas también el paradigma ha cambiado. No es suficiente que una empresa haga negocios cumpliendo con la ley y procurando no cometer delitos, sino que debe desarrollar sus actividades tomando en cuenta el entorno en que vive, respetando los derechos humanos, pagando salarios dignos, preocupándose de las comunidades y de sus trabajadores, proveedores y clientes. Una empresa debe cuidar mejorar el entorno, de manera proactiva y tratando de generar buenas sinergias con prácticas valiosas para con la sociedad. Una empresa inteligente no maximiza el beneficio a cualquier precio, primero porque la empresa está al servicio no solo de los accionistas, sino de los seres humanos y segundo, porque sería torpe hacerlo, ya que en el mediano o largo plazo le llevará forzosamente a granjearse enemigos y no aliados, y es de sujetos torpes ir por la vida cosechando enemigos. Todo esto, por cierto, no se trata de actos supererogatorios, como intenta argumentar don Gerardo en su artículo, sino un deber que debe cumplir toda empresa que quiera forjarse un futuro exitoso. Seguir el otro camino es suicida hoy.

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