Una frase repetida y corriente, pero cierta: “La vida te da y a veces te quita”. Algunos poseen bienes y recursos económicos en abundancia; otros, carencias de cosas, pero mucho afecto. Desde la mirada en perspectiva que dan los años, agradezco siempre, haber tenido –pese a las precariedades materiales- una infancia feliz y unos padres maravillosos; pues crecí rodeado de amor, cuidados y gestos. Recuerdo cada día y desde que partió de este mundo -hace más de dos décadas- a mi progenitor; sus palabras, cariños y claros consejos; la disciplina, sus historias y relatos; el amor por la poesía, su sabiduría y su ejemplo de esfuerzo por salir adelante, jamás se olvidan.
Cuando niño, asir la mano de mi padre, me daba la seguridad de caminar por doquier y en plenitud, pues él, me hacía sentir que tenía todo bajo control y algo más importante, sentía el amor paternal infinito, dedicado y pleno. Amé y amo a mi papá y estoy seguro -por mi fe- que en algún lugar del universo me acompaña con la estrella de su sapiencia y con el apoyo de sus consejos sutiles que me llegan desde la vida misma. Mi niñez fue simplemente hermosa, la senda era ser feliz y crecer, en un Chile muy distinto al que conocen las nuevas generaciones. En efecto, en los años setenta del milenio pasado, la pobreza en nuestra sociedad era fuerte y el panorama muy desolador; un minúsculo grupo de personas tenían acceso a alguna educación futura de calidad; crecí en medio de las polvorientas calles de una comuna más que modesta, en un país muy distinto; comunas populares, Barrancas hoy parte de Cerro Navia, en donde la comunidad hacía carne aquello de común-unidad o vida comunitaria. A diario, los niños buscábamos fórmulas ingeniosas de pasar la vida, jugar y ser solidarios en jornadas eternas, con una pelota de plástico, un tarro o algunas piedras con fin positivo e ingeniárselas era una directriz constante.
Fue todo tan distinto, insisto, otros tiempos, donde la televisión, un parque, un viaje y el teléfono, significaban privilegios de algunos. Es que la vida de barrio de los setenta, estaba inserta en otra república, comunidad y también otros valores; con una forma digna de vivir la situación de pobreza, hasta la ilicitud de muchos sujetos era de menor envergadura. En lo familiar, con un colegio cercano en la población, la Escuela N°247, con baño de pozo negro, sin insignia ni chaqueta; con profesores y profesoras empoderadas por apoderados que -dentro de su penuria y humildad- les veían con respeto total y la educación aparecía como el único motor y senda de desarrollo posible. La escuela carecía de muchos elementos materiales, empero su cuerpo docente estaba amalgamado con el concepto de vocación y una estela de autoridad absoluta que permeaba todo; había sueños y proyectos, trabajábamos duro para ser como un cóndor que no caza zancudos. Ese respeto total a la autoridad, ya no se ve, desgraciadamente. Yo recuerdo a mi profesora que me enseñó a leer, la señorita Ivón Paredes González, una maestra tan extraordinaria como mi hermana mayor, Julia, Profesora ya jubilada del Colegio Carlos Condell de La Haza, en la Región metropolitana y antes en establecimientos de nuestra querida ciudad natal, Quillota o como mi querida cuñada Patricia Muñoz Sandoval, que lleva treinta años aportando como una gran pedagoga, en la formación de millares de personas para el bien del país en el Colegio Villa España en Estación Central.
No es casualidad que ambas fueran hijas ejemplares, amadas por sus progenitores –Pedro y Jorge, respectivamente- y que sean también madres, hijas y familiares íntegras en sus núcleos, con los frutos de la vida: hijos e hijas que además de ser personas de bien, son de una calidez humana que honra esa labor tan hermosa de maestra, como el ángel que Dios nos ha remitido para enseñar en la tierra y como no homenajear asimismo, a mi segundo padre, mi hermano mayor Miguel Ángel, quien me cuidaba y entretenía desde que tengo uso de razón, hasta hoy que me trata con amor y magnanimidad de padre, que a su turno formó una hermosa familia y sus hijas e hijo, son fiel expresión de su bondad e inteligencia.
Así, sentí a mi padre Pedro, como el guía que tuve a mi lado, con un espíritu celestial que me acompañó desde mi infancia. Como no recordar sus desayunos sazonados con buen humor, gratitud; prosas, poemas y frases para formarnos como individuos de bien. Mi amado padre fue mi maestro y no tengo dudas que, con mis estudios, hoy aquel sería un sabio. Siendo un niño, me regocijaba si me invitaba a caminar o simplemente, acompañarlo a ver la tienda “Donde Golpea el monito en Santiago centro”; el trayecto en sí, significaba un regalo; sentarme en sus piernas y escuchar su voz, era todo lo que requería para ser feliz.
Como no olvidar su arenga: “Vamos, que se puede hacerlo mejor, mire que lo excelente es enemigo de lo bueno”, dando a entender que siempre era posible dar algo más de uno en post de mejorar. Mi Papá fue mi guía desde siempre y sentía que su sabiduría infinita me daba todas las respuestas. Evidentemente, con la juventud tocando a mi puerta, mi padre fue saliendo de su sacro pedestal y parecía que el inmaculado ser que se dibujó en mi mente de niño era, obvio, un hombre imperfecto. Sin embargo, con los años recordaría mis oportunidades en la vida y las suyas, aquel soñaba con escribir y ser profesor de castellano y la pobreza con la falta de oportunidades, pudo más; por ello su constante entrega e ilustración sobre el estudio y la historia, influyó en mi amor por los relatos y la escritura.
De aquel ser humano, pude colegir que escribir, era en cierto sentido terapéutico. Su máximo legado indicaba, sería la educación y saber observar e inferir de los demás, lo mejor de cada cual; pues todos tenemos las potencialidades, debemos soñar y llenar de contenido y desafíos el espacio de intelecto que la vida nos ha entregado. Culpar al empedrado no es razonable, porque es verdad que la vida es muchas veces injusta, pero quienes han vendido humo a costa del pueblo del que provengo, con falsas promesas, han creado en Latinoamérica tiranías que no han solucionada algo al efecto. Un estado democrático de derecho con justicia social, aparece como el sino correcto en el horizonte para un país que, con intelecto y razonabilidad, busca lo mejor para sus habitantes.
En estas semanas donde somos “bombardeados por la publicidad respecto del día del Padre”, invito a ver el vaso medio lleno de esta fecha y solamente, puedo decir que me honro en haber sido un buen hijo y haber amado a mi padre hasta sus últimos días, donde antes de partir, aquel me regaló su afecto con gestos de amor puro y profundo, lo que guardo como un tesoro en mi corazón. Gracias a Dios, por haberme remitido un padre que me cuidó y amó, espero haber estado a la altura, cuando me tocó asumir el rol más hermoso que puede tener un hombre, ser padre.