En nombre de los Padres. Por Ernesto Vásquez

Jun 19, 2022 | Opinión

Ernesto Vásquez. Abogado. Licenciado, Magíster y Profesor Universidad de Chile. Máster y doctorando Universidad de Alcalá.

Cuando niño y adolescente, sentía con un halo de seguridad plena, estar en el seno de mi familia y que mi casa fuese la mejor morada que pudiera haber tenido donde criarme. En efecto, uno lleno de protección y cariño infinito; lo cual, para mí era absolutamente natural y es que tengo prístino el recuerdo de mi infancia, aquella casa era para mi -visto en retrospectiva- un verdadero hogar, una fortaleza moral y afectiva, a pesar de la precariedad material que nos embargaba y en eso mi papá fue para mí un eje de la vida, un gran maestro o mejor aún, como lo describe Jean Jacques Rousseau: «Un buen padre vale por cien maestros».

Hoy entiendo que eso no era así para todos los infantes de mi barrio, en mi casa se respiraba amor profundo y para el menor de la prole -que era yo- había ternura infinita, en todos los sentidos y ello, sustentado siempre en las máximas de actuación de mis padres, que se traducían en directrices de comportamiento diarias en medio de una sociedad pobre y también, compleja. Mi padre fue oro para mí y como decía Juan Luis Vives: «¡Cuán grande riqueza es, aun entre los pobres, el ser hijo de buen padre!»  Así, la autoridad con amor es la ruta formativa que hasta el día de hoy me ha acompañado -como un mantra- en mis relaciones afectivas.

Sin duda alguna, solo los años logran asentar la madurez requerida, para entender en su real magnitud a los padres y su dignísimo oficio, para el cual no se estudia ni se poseen recetas ni caminos seguros y menos atajos; porque la meta es difusa e incierta en un mundo lleno de contaminaciones, ilicitudes e invocaciones a la senda que lleve al regocijo con prontitud y bien sabemos -siguiendo a Kalil Gibrán- “El pan hecho con amor es el que quita el hambre y el vino si no se cuida y cosecha con paciencia, puede ser amargo” y un veneno que destroza cualquier proyecto si no se estima como un regalo de la vida que unido a la prudencia, ha de lograr su mejor cepa. Por ello, la solidez familiar de un hogar donde el respeto y afecto, son la viga maestra de las acciones humanas en ese espacio y por modesto que sea, ha de entregar aquel sentido profundo que más allá de la casa en lo estructural, crea un verdadero hogar en lo espiritual y cada uno -en particular los progenitores- pueden develar sus roles respecto de su prole, los destellos de valentía, entrega y compromiso con especial amor hacia su descendencia y los hijos -a su turno- han de recoger con obediencia, los consejos paternos. Así y siguiendo a Confucio: «Una casa es indestructible cuando está sostenida por un padre valiente, una madre prudente y un hijo obediente».

Si me jacto de algo, es que con mi padre fui un buen hijo, hace más de un cuarto de siglo que nos separamos, yo seguí el camino del derecho terrenal y él, por un breve lapso, pasó en el interior de un prado en un Cementerio capitalino y estoy seguro hoy está unido a alguna estrella que de cuando en vez sigue iluminando mi camino. Con mi madre, una santa mujer que disfruta de sus noventa y cuatro primaveras me une un vínculo obvio especial, un protector cordón umbilical imaginario, pues solo su voz suave, cubre cualquier tristeza y su bendición, ahora es el regalo para mí, que habiendo pasado medio siglo en la tierra, tengo la dicha de obtener cada día en que con ella converso. Con los años, si bien la figura paterna, ha de pasar por varias visiones desde la perspectiva de un hijo, en mi caso, hubo una constante visión positiva del mismo.

No puedo negar que cuando niño, mi papito era lo máximo, la expresión de la divinidad y sabiduría, para mí, caminar con él por donde fuere, salir a cualquier actividad era un maravilloso panorama. Escuchar sus versos, sus historias y consejos, en mi primera infancia qué duda cabe, eran dogmas de verdad no sujetas a cuestionamientos, ello unido a la fórmula que siempre he tenido en mi vida, de -como dice un poeta uruguayo- poseo memoria selectiva positiva, solo recuerdo aquello que engrandece su figura y no lo que pueda mellarla. Para mí, tomar su mano e ir al centro de Santiago, sin recursos para comprar algo y solo llenar mi tiempo de historias o lugares gratuitos, era en sí un panorama. Cómo olvidar los paseos a la plaza de armas, para escuchar el orfeón y deleitarnos con alguna historia o relato, que solía transmitirme conforme alguna consulta que me nacía como niño curioso, por los nombres de las calles o escucharle su explicación mientras me mostraba la tienda “donde Golpea El Monito”, en la calle 21 de mayo de la capital.

En fin, cada vez que escucho o sé de alguien que haya perdido a su padre, pienso en el mío y lo mucho que siempre lo he extrañado. He tenido palabras de consuelo, para esas personas, me he puesto un instante en su lugar y congoja, he querido que perciban que, por sus padres y sus familias, también resuenan las campanas. Por don Alejandro Correa, sus hijas Catalina, Valentina y Javiera, junto a su esposa Laura, que aún le lloran y recuerdan. El Profesor Juan Manuel Baraona, un maestro azul, recordado por su hijo Juan Pablo y los suyos; El periodista deportivo y Juez, don Juan Aguad, que ha de ser parte del duelo de la señora Adriana y su querida hija.

Enhorabuena, son tantos, que lo simbolizo a todos en nuestro ángel de la Biblioteca de Pío Nono, Eugenio Palacios, en su compañera de vida y en su querida hija, aún evocan sus afectuosas y amorosas palabras. En fin, en el día del Padre, en un país donde la paternidad es un honor que algunos deshonran al no asumir sus deberes paternales y como lo indicó Mario Puzo: «Un hombre que no sabe ser un buen padre, no es un auténtico hombre». Por ello, podemos afirmar que uno, ha de esperar que la vida nos entregue solo amor retributivo de nuestras hijas, en mi caso, lo único que les he pedido que, si me ven postrado algún día, me cuiden con el mismo amor que les entregué cuando se dormían en los brazos de este padre que las amó siempre y fue a su turno un buen hijo, ergo, ha de ser real entonces, lo que dijo Tales de Mileto: «Espera de tu hijo lo mismo que has hecho con tu padre»

Al menos en mi caso, recordar a mi padre y maestro, es relevar las palabras de Víctor Hugo: «El sueño del héroe, es ser grande en todas partes y pequeño al lado de su padre»

Ojalá, mis hijas, tengan la misericordia que uno espera la posean en la adultez para ser suaves en sus juicios y es que, como dijo Enrique Jardiel Poncela: «Por severo que sea un padre juzgando a su hijo, nunca es tan severo como un hijo juzgando a su padre».

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