En el recuerdo y nombre de nuestros padres. Por Ernesto Vásquez

Jun 20, 2021 | Opinión

Ernesto Vásquez. Abogado. Licenciado, Máster y Académico de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile.

Este domingo muchas familias celebrarán -con algunas restricciones en medio de esta pandemia que nos acecha- el día del Padre y será para algunos, un justo honor sentir en vida el afecto de los suyos. Obvio, siempre hay voces que desdeñan estas ocasiones y desde una estatura moral superior, declaman lo iluso que es ser zalamero un día y desdeñoso el resto del tiempo.

En fin, hay también un rótulo o un conjunto de “hijos”, que parece haber crecido como nunca en estos tiempos con la estela de dolor que la emergencia sanitaria ha dejado entre nosotros y para estos y los que no tenemos a nuestro padre al lado es un día de conmemoración. Quien ha perdido un padre amado sabe que el dolor de su partida jamás se extingue, con el tiempo obviamente, se morigera.

Quiero pensar que este luto que hoy abraza a los hijos de mis queridos amigos y maestros que han partido en este período, ha de ser temporal y, luego, podrán recordar con algo de sosiego en el alma a su progenitor. Para todos ellos seguramente, estas palabras no pueden ser más que resonancias vacías frente a su profunda congoja, sin embargo y pese a ello, quisiera hacer el esfuerzo de llegar a los corazones de los hijos de Juan Aguad, Juan Manuel Baraona, Eugenio Palacios, Fernando Pacheco, entre otros tantos amigos y conocidos, los padres de mis colegas que partieron y de muchos otros que han dejado una huella de pena inmensa, imposible de poder suplir con un pésame o una oración.

Es que lo he vivido en carne propia, han pasado más de dos décadas de la partida de mi amado padre y la pena no desaparece y su recuerdo se engrandece, aunque fue un buen padre, obvio como todos, vivía con luces y sombras, empero, tengo la virtud de aquella que habla Mario Bendetti, de ser practicante de la memoria selectiva, solo recuerdo lo bonito de las personas y en este caso, había mucho bueno que recordar de mi progenitor, sus actos mágicos y heroicos, el Rey que significó en mi niñez y el hombre sabio que me daba respuestas a todas mis inquietudes, su mejor regalo fue la enseñanza de luchar por los objetivos de hacer feliz a los tuyos sin pedir sino oportunidades y explotar al máximo los talentos que el creador haya podido depositar -como a cada mortal- en su cerebro.

Cuando cae el alba recuerdo con la misericordia unida a la autoridad con amor que me heredó mi padre, su silueta y su legado, se agranda con los años su legado y no falta aquella noche que alguna lágrima vuelve a besar mi rostro en su memoria. Hoy que soy padre de dos hermosas perlas nortinas, sé lo que significa ver crecer a tu prole y que la vida como un soplo te transforma a las niñas cariñosas y te presenta a mujeres que buscan su propio camino, con sus propias alas y es que uno al observarlas crecer, entiende al vate que declamaba que los hijos son seres prestados por un tiempo finito.

Con todo y aunque ya no se pelean por mí ni me prometen el amor eterno que cuando niñas me juraban cruz al cielo, el recuerdo de haberlas visto crecer con valores y con intelecto, solo me insufla el corazón. Una de las cosas más hermosas que me han pasado en la vida, sino la más hermosa, es haber sido padre de dos ángeles maravillosas que hoy ya tienen su carácter, su impronta y sus planes. Se observa solo a lo lejos la estela de las canciones de cuna que les canté a ambas o las millares de veces que las estreché entre mis brazos protectores o los cuentos que les inventaba cada noche sagradamente durante años.

En mi caso, se hace patente en esta fecha que cada día hábil en el atardecer -siendo yo un infante- rogaba a mis hermanos salir en la búsqueda de mi progenitor, pues sabía que mi padre debía ya estar por llegar desde su trabajo de obrero. Planificar aquello, era uno de mis proyectos relevantes y es que, luego del juego infantil, venía esa alegría indescriptible, ver bajar a mi progenitor desde la rotulada liebre Pedro de Valdivia y Blanqueado; tomar su mano y solo caminar las siete cuadras hasta mi hogar, sin pedir nada más que su compañía. Eran los años setenta del milenio pasado y no había para mí, mayores responsabilidades ni desafíos, salvo un jugar interminable en una comunidad de personas de recursos escasos y de ideas infinitas en medio de las polvorientas calles de una comuna más que modesta, en la capital.

Era un país muy distinto y precario. Era la vida de barrio de los setenta, otra república, comunidad y valores; otra forma de convivir con la pobreza. Con un colegio cercano en la población -la Escuela N°247- con baño de pozo, sin insignia ni chaqueta, que solo usaba overoles color mostaza claro, profesores y profesoras empoderadas por apoderados que los observaban con respeto y admiración.  Mi padre nos reunía cada mañana antes de asistir al pequeño colegio, nos daba un modesto desayuno y nos entregaba directrices básicas de comportamiento, y algunas estrofas de poesía que hasta hoy recuerdo: “A la Escuela sin demora, vamos niños vamos pues, nos enseña y nos manda, la voz santa del deber….de los profesores vamos a aprender…” y seguía con una forma que me emociona recordar, la alegría y el afecto de servir a sus hijos.

Evidentemente, con la adolescencia y la juventud tocando a mi puerta, mi padre fue saliendo de su sacro pedestal y lo vi un hombre imperfecto. Con los años recordaría mis oportunidades en la vida y las suyas, aquel soñaba con escribir y ser profesor de castellano, la pobreza pudo más. No obstante, su sueño lo hice propio e influyó en mi amor por la enseñanza, los relatos y la escritura, pues de aquel ser humano, pude colegir que relatar y escribir, era en cierto sentido terapéutico. En fin, sigo soñando, con medio siglo ya en la tierra, una comunidad donde sientan, como Valentín Letelier, el líder formador que he admirado por siempre o mi padre Pedro Vásquez -mi héroe terrenal- que el intelecto y el saber deben estar al servicio de la “común unidad” que hemos de transformar en una sociedad de personas que se respetan y toleran, a pesar de sus posturas diversas, ese es el legado que deseo declamar, dando sentido a la misión que nos ha tocado realizar en el nombre de nuestros padres.

 

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