El triunfo del profesionalismo y el compromiso de servir, sin la adulación fácil o el chaqueteo (dedicado en especial a Claudio Bravo y Arturo Vidal). Por Ernesto Vásquez

Nov 15, 2020 | Opinión

Ernesto Vásquez Barriga. Abogado. Licenciado, magíster y académico, Universidad de Chile. Máster y doctorando, Universidad de Alcalá.

He conocido durante mi existencia en lo humano y lo profesional, muchas personas muy buenas y otras no tanto. He tratado de seguir una directriz paterna como fórmula de vida, actuar desprejuiciadamente, conocer a los individuos y valorarlos por lo que son como seres humanos, no por lo que tienen o representan. Ni menos por lo que me digan otros de aquellos (tan propio de nuestra raza, el chaqueteo que me molesta porque lo he observado más cerca de lo que quisiera.)

La vida nos ha enseñado que muchas veces, si colocamos por sobre las diferencias el profesionalismo, los objetivos superiores de la sociedad y el país; pueden alcanzarse, sin estridencias, sin fácil linsonjería ni palabras grandilocuentes, sin el chantaje del miedo o del poder, empero con probidad y compromiso, el sino positivo de un servidor público o quien posea un liderazgo, tratando perennemente a los demás con el respeto que merecen por ser personas, sin importar su sexo, origen, orientación, profesión u oficio.

En estos días nuevamente el deporte y el vilipendiado fútbol, nos ha dado una lección sobre el sentido del trabajo en equipo y esto podemos graficarlo en dos jugadores de fuste, el Capitán Claudio Bravo y Arturo Vidal, ambos -todos sabemos- poseen posturas respecto de la vida y su actividad laboral, irreconciliables y sin embargo, cuando se coloca el bien común como puerto y uno se superpone a sus propios deseos, teniendo como norte el servicio de dicha meta por encima de las diferencias -legítimas o no-  ese noble fin une a quien deja su soberbia y realiza su labor con amor, alegría y compromiso.

Quien podría decir que en áreas donde hay verdaderas estrellas u otros que se auto aprecian de tales -cual palacio de las vanidades- hay quienes son capaces de dejar a un lado sus diferencias, eso –qué duda cabe- es una nueva lección que el fútbol le da a muchas personas cuyos intereses personales y su vanidad, son más grandes que los fines de sus desafíos colectivos. Debemos llegar a la máxima directriz profesional de conducta, esto es, que la gentileza en las formas, el compromiso con el trabajo y la cortesía en las vinculaciones interpersonales, sean virtudes propias de quien ama y ejerce esta actividad, como decía Kalil Gibrán, con la entrega de quien amasa el pan con amor, pues de lo contrario aquella masa no ha de quitar el hambre o de quien  cultiva la viña sin afecto, el trabajo de ese fruto ha de ser tan amargo que la ira del alma se ha de fraguar en el jarabe de la uva.

Si hay desgano, maldad y envidia, seguramente ante los ojos divinos o de nuestros antepasados, el resultado siempre será negativo. Quienes hemos estado en posiciones de cierto prestigio “real o aparente fama o reconocimiento”, tenemos la tentación de hacer que el personaje se coma al profesional y a la persona. En el triunfo, la proximidad real o imaginaria de estar cerca del poder, ha de dar un aura que atrae a muchos, pero sobre todo a ciertas personas que de lo contrario jamás buscarían una amistad sincera. Lo viví en ciertas oportunidades, tuve amistades temporales y admiradores de cartón que sólo veían en mi rol una circunstancia de estar más próximo de otros que efectivamente eran la materialización del poder, amistades temporales interesadas, aduladoras personas y actitudes que sólo la formación familiar me impidió subirme a un estadio que no era el propio, por cierto, muchos y muchas nunca más me han vuelto a saludar ni contactar, “cuanto tienes cuantos vales, decía mi padre”. Tarea revisada o realizada, cercanía esfumada.

Por ello, aprecio a los que han estado en momentos difíciles, a quienes han apreciado la cercanía sin importar que tenga efectos negativos para su entorno, ni buscar solapados frutos impropios. El rol y el poder a veces deben vivirse en soledad y no “creerse el cuento, ni cuándo se ha de escuchar que uno es el supuesto mejor profesor, litigante, juez o profesional”, pues la palabra es hueca o vacía si en ella no hay otro interés que usar esa vinculación. En mi vida y por mis roles, han pasado innumerables personas que luego de sacar lo que buscaban, no han vuelto a abrir la puerta del afecto. La claridad de la madurez permite junto al intelecto saber actuar con afecto a pesar del desdén de quien, en el pasado por tu rol, te manifestó aprecio y obvio, perdonar a quienes te adulaban incluso con frases públicas -que ya escucharlas enrojecían mi rostro- como “príncipe, maestro, gran doctor, etc.” Esos que en la desgracia fueron los primeros o primeras en darte la espalda.

La vida es el lugar donde cerrando los afectos a quienes verdaderamente estarán contigo siempre, puedes ser gentil y deferente -no buscando el conflicto sino la armonía- en el marco del profesionalismo y de la probidad, porque el límite es siempre lo justo, podemos oír y escuchar a cualquier persona y tener la capacidad de -con gentileza- ser coherente y consecuente con las reglas de la ley y la justicia, la vida en la corta o la larga te lo cobra y por último, no hay nada mejor que poder mirar a tu descendencia a los ojos y decirles que lo que tienes es fruto de tu esfuerzo y trabajo con amor y compromiso, sin hablar nunca mal de otro, porque las grandes personas no se conocen por como otros hablan de aquella sino como dicha persona habla de los demás, el resto es música de risa fácil y lisonja hueca, incompatible con la deferencia de la honestidad de la vida de un verdadero servidor de la justicia o profesional del deporte que como Bravo y Vidal, colocaron el profesionalismo como escudo de su labor, un ejemplo para el país, acostumbrado a lo fugaz, temporal y precario en el fondo aunque no en la forma, cual careta del baile de máscaras de las vanidades perpetuas.

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