El sello de las buenas formas en el trato entre colegas y personas. Por Ernesto Vásquez

Nov 29, 2020 | Opinión

Por Ernesto Vásquez Barriga. Abogado. Licenciado, Magíster y Académico, Universidad de Chile. Máster y Doctorando, Universidad de Alcalá. 

En estos días y como cada año -hace ocho exactamente- celebramos unas jornadas académicas rotuladas “El Proceso Policial y el Rol Policial, Jornadas abogado y General Hernán Sanhueza Ramírez”. Si bien desde el año 2005 y antes, he tenido la costumbre de involucrar a mis estudiantes -estimulándolos en participar en estas y otras actividades de interés y desarrollo académico- el único fin que subyace a esa directriz, es que aquellos puedan a su vez, vincularse y desarrollarse profesionalmente, más allá de los ramos y materias regulares que entrega la universidad, quizás ello, surge del convencimiento personal que la carencia de redes -por provenir de un establecimiento público y de un sector popular- menguó las oportunidades y al efecto la falta de conocimiento de idiomas por ejemplo, se me ha presentado como una cruz.

Recuerdo una beca que me ofrecieron atendido el compromiso demostrado para ir de pasante a la Fiscalía de Nueva York y tuve que decir que estaba feliz, pero que apenas leía y entendía el inglés, perdí esa oportunidad maravillosa y, obvio, la amargura me llenó el alma. Desde hace muchos años insto a mis estudiantes a realizar actividades asumir roles y luego, siguen su camino, algunos retornan con los años y agradecen ese espacio. Tengo innumerables ejemplos al efecto, quizás ese lado humano más que lo intelectual es el aporte que precariamente puedo hacerles, pues de los docentes evidentemente no estoy entre los mejores, mi plus es poder incorporarlos rápidamente, de ser posible, a instituciones y tareas, hay muchos que luego se han transformado en funcionaros de entidades del sistema penal y colegas destacados, luego con la perspectiva del tiempo, me han indicado lo relevante que fue esa apuesta que hago, sin otro interés que vincularlos con una sociedad que está fuera de la universidad, pues mi vida ya está hecha en lo profesional y creo haber conseguido lugares de prestigio y privilegio.

Pues bien, el sello personal, que repito casi como un mantra a mis estudiantes, en esta oportunidad me hizo ruido; ya que atendida la situación del país, algunos colegas incluso cercanos, criticaron que los invitara a ser parte de un proyecto en favor de mejorar la actividad policial y, por otro, no consideraban que ellos ganaban mucho con esta actividad, evidentemente pienso lo contrario. La verdad que el sólo hecho de escuchar el comentario me dolió profundamente, se lo comenté a una Fiscal amiga -Margarita Millares- quien tuvo la paciencia de escucharme y corroborar que nuevamente era presa “del que dirán”, pidiéndome no considerar comentarios mal intencionados, pues los fines perseguidos son loables y prueba de ello hay muchos comentarios ulteriores de los participantes de gratitud por la interacción y la actividad.

Así las cosas y por provenir esos innobles comentarios de colegas, recordé un artículo que alguna vez le leí al actual secretario de la Excma. Corte Suprema y que -según recuerdo- lo tituló, “La justicia del coliseo”. Hoy todos se dan el derecho de hablar del prójimo, juzgándolo además y mi máxima, como expreso en mis clases y en las actividades es justamente lo contrario, “No debemos hablar de los y las colegas”. Nadie conoce el fondo de la olla más que el cucharón que la revuelve, estoy saturado de los colegas que en las redes juzgan a los demás, ya es un deporte que me desagrada.

En mi liceo público nos enseñaron que: “Debemos apoyar en público y criticar en privado, y que eso, se me enseñó, se llama educación”. Empero, es algo más profundo, hemos perdido la deferencia y el buen trato como sello profesional basado en el principio de la buena fe. Recuerdo a mi maestro, don Mario Garrido, quien tenía dos grandes áreas de interés penal y se traducía aquello en sus publicaciones: “Los delitos contra el honor y los delitos contra la vida”. Es tan importante no hablar mal de otro, que hacerlo degrada al emisor que lo efectúa, sea a espaldas o por las redes sociales, que se han transformado como otrora la muralla, en la pizarra del canalla.

Para mí las formas, la deferencia y la misericordia, son un sello de vida.

La abogacía permite enfrentar diversos roles, desde la judicatura, la defensa penal letrada y la persecución estatal, el arte, el deporte, entre otros; esta profesión tiene un abanico enorme de opciones temáticas. Las universidades presentan, primero para el estudiante y luego para el egresado, un conjunto de desafíos no menores para llegar a la meta. La constancia, el compromiso y el profesionalismo son hitos relevantes para lograr la cumbre de esta carrera. Si inyectáramos el concepto a nivel formativo de pregrado, es decir, que el respeto al adversario y que la omnipresencia de la deferencia, tanto en las actuaciones sociales como profesionales, deben ser los elementos esenciales de la conducta de los hombres y mujeres de derecho, entonces otra imagen podríamos explotar de nuestra, a veces, desdeñable labor. Quizás una de las cosas en las que más he mostrado interés en las constantes conversaciones que llevo a cabo con estudiantes, es intentar empoderarlos como sujetos capaces de hacer respetar sus derechos y siguiendo para ello sólo la directriz constitucional: “Hacerlo en términos respetuosos y convenientes”. Asimismo, he abogado -cual apostolado– por grabar en sus sillas turcas “la actitud corriente de poseer una deferencia y respeto en el trato con sus futuros colegas, autoridades y público en general”.

Hay que ser respetuosos y leales con todas las personas, pero más aún en el trato entre colegas, proscribiendo las acciones ajenas al mérito en el momento de adoptar alguna decisión. El norte de un profesional del derecho debe ser el respeto a la profesión y a sus colegas y demás personas, y para no aparecer ante los educandos como un profeta o pontificador vacío, utilizo las evocaciones efectuadas por algunos grandes autores que me han marcado. Si se trata de abordar el compromiso hacia la profesión, caen como anillo al dedo las palabras de Eduardo Couture, a partir del “pensamiento, el estudio, el olvido y la tolerancia”.

Desde un punto de vista práctico, en lo que respecta a las buenas y positivas maneras de actuación, vienen a mi memoria ejemplos de vida que sirven para graficar los adecuados signos de conductas de un letrado, particularmente en el trato con sus pares, el ejemplo diario de célebres docentes que tuve el honor de observar desde mi pupitre -como don Mario Garrido, Mario Mosquera, Alfredo Etcheberry, Máximo Pacheco, Ana María García y Jaime Williams- lo que me permite, cual testigo privilegiado, evocar sus conductas, lo que da pie para replicar sus actuaciones. Sus palabras, gestos y actitudes, siempre buscaron convencer y no vencer a sus interlocutores, bajo formas inalcanzables a primera vista, pero posibles de imitar, usando el estudio y el buen argumento como directrices de conducta profesional.

Debemos llegar a la máxima pauta profesional de conducta, esto es, que la gentileza en las formas, el compromiso con el trabajo y la cortesía en las vinculaciones, sean virtudes propias de quien ama y ejerce esta actividad, pero ir más allá hacer que nuestra comunidad tenga ese sello y en eso nos hemos dedicado, antes del estallido con el proyecto “Derecho a tu comuna”, por el cual buscamos potenciar liderazgos positivos en la comunidad. Trabajar con amor, dedicación y respeto a los clientes, así como la deferencia en el trato con los pares, debe ser no sólo posible, sino que exigible en un profesional del derecho. Con los años me he convencido que la esencia de esta profesión está dada por el sometimiento pacífico de nuestros argumentos y propuestas a la resolución de un tercero (nominado comúnmente juez o árbitro) y a la plausibilidad de fundamentación de lo resuelto. En definitiva, el derecho es el triunfo de la razón por sobre la fuerza; puede convencer con argumentos y no vencer con el arbitrio. Este es el emblema que los abogados estamos conminados a levantar y defender: siempre la razonabilidad de las posturas y las buenas formas en el proceder personal, buscando objetivar los argumentos y jamás caer en subjetivismos hirientes que puedan menoscabar a un colega. Lamentablemente, parece que, en el Chile actual, pedir ese estándar es demasiado.

 

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