El Juez de Talagante. (Un homenaje póstumo a don Héctor Osorio, magistrado de Garantía). Por Ernesto Vásquez

Oct 6, 2020 | Opinión

Ernesto Vásquez Barriga. Abogado. Licenciado, Magíster y Académico, Universidad de Chile. Máster y Doctorando, Universidad de Alcalá.

En medio de la vorágine de la vida diaria, a veces pequeños grandes detalles se pasan por alto y no nos damos el tiempo de reflexionar o admirar lo que tenemos o lo que hemos perdido. El ganar a toda costa, el cumplir con las metas, el demostrar ser el mejor y no dar cuenta de ser frágil o tener pena, son rutas que la sociedad nos exige para avanzar. Cultivar la bondad, el respeto, la tolerancia y la armonía, se ha transformado cada día en un mantra negativo, un recuerdo vacío de las normas de urbanidad perdidas en una sociedad que coloca sólo los acentos en lo negativo o el conflicto, echándole siempre la culpa a un tercero para aparecer como perfecto en la acción o actividad que se desarrolla. Chile país de grandes artistas, pero también diagnósticadores profesionales, expertos por doquier en el tema de moda.

Las redes sociales y el juicio fácil, la pachotada verbal llena de verborrea vacía y la coprolalia han dejado atrás a la reflexión o el argumento, la bipolaridad social es cada vez más potente y el arcoíris de la pluralidad de una sociedad tolerante, da lugar a la uniformidad de reunirse sólo con quienes piensan de igual manera, so pena del epíteto pertinente, conforme quien lo exponga; juntarse con quien diga siempre lo mismo que uno y ojalá con menos reflexión y más visceral, es la vía aceptada.

La escena fuera de nuestras fronteras del (no) debate de los candidatos a la presidencia de EE.UU. es un ejemplo que este fenómeno es universal, la mediocridad en no escucharse y creer tener siempre -en el tema que sea- la razón, es la regla. Estar lleno de certezas y absolutos juicios categóricos en una vida precaria de afectos es el paisaje que se avizora entre nosotros. Pareciera que la polarización de las viejas generaciones, en nuestro caso, no nos entregó la lección necesaria de no repetir los mismos enfrentamientos y polarizaciones.

Hoy por hoy, disentir es una insolencia al intelecto y los muros mentales de la vida aún no caen para muchos, la libertad y la solidaridad, la misericordia y el compañerismo, pareciera no tener espacio por la imposición de una idea o postura, directriz que las redes sociales establecen como un eco sin matices. La deferencia en el trato, la amistad cívica, la cordialidad, el respeto en su sentido más profundo al profesor o alguna autoridad, se ha banalizado, al punto que la autotutela académica e intelectual y el prejuicio han dado paso a una nueva forma de aparentar una sociedad que, parafraseando a Quino, “no es aquel mundo donde el otro, sino el propio espejo es a quien debes apoyar y en quien confiar.”

Por ello, y siguiendo a Albert Camus, la pandemia no solo ha dado una estela de muerte, ha sacado lo mejor y lo peor de nuestra gente.  Hay brillantes sujetos que poseen monumentos y otros héroes que rubrican su vida en un calendario y hay también personas y profesionales sencillos, capaces de considerar al otro como un ser humano digno de compartir una anécdota o ser gentil en la vida diaria. El tiempo no nos ha dado tregua para reunirnos a conmemorar la memoria y la partida de algún ser humano. El rito del adiós y del duelo, en el recogimiento, nos ha sido vedado por esta pandemia.

Hace ya un par de meses, en medio de dicha pandemia sorprendí a una Defensora de Talagante, por primera vez en quince años, sumida en una profunda congoja y dolor, que provenía del ámbito laboral; prudente como siempre, buscó un lugar solitario, para descargar su pena. Una noticia nefasta había llegado a sus oídos. Fue un puñal imaginario que le tocó el fondo de su corazón, por primera vez desde hace mucho tiempo, necesitaba huir de los códigos y buscar la paz y el silencio para -confidencia aparte- declamar su pena y llorar en la memoria de don Héctor Osorio; pues aquel había partido en silencio y para siempre.

Un Juez con quien tuvo que conciliar y compartir en millares de audiencias. Respetuoso de sus ritos personales, la observé desde lejos y solo guardé silencio, fui testigo privilegiado, de una expresión de dolor genuino, no había consuelo ni explicación posible, la pandemia había atrapado en su ruta hacia la muerte a un ícono del Juzgado de Garantía de Talagante, la pena era colectiva, sincera e infinita. No hubo palabras disonantes. Desde mi rincón ajeno en la materia, preferí el silencio y el respeto. No vi lágrimas impropias, observé pena, congoja real, plena y profunda. Con el pasar de las horas le consulté a esa defensora, quien mantuvo infinitas disputas jurídicas por las decisiones de don Héctor, justamente por aquellas formas; sin embargo -me explicó-  jamás dejaron de sentirse empatía y respeto mutuo, muy pocas veces hubo consuno en sus decisiones, las más implicaban horas de trabajo para recurrir -como lo hace una letrada, ante la Corte respectiva; sin aspavientos siguiendo la lógica del sistema jurídico, quien ejerce una facultad procesal o declama un derecho a nadie ofende, es de la esencia del proceso, así entenderlo. Tema aparte era la persona del Juez, un ser especial, lleno de detalles, actos y palabras de deferencia con un respeto tolerante; saludos humanos apropiados, gentilezas extremas, propias de otros tiempos.

Tenía el Magistrado, una forma de entender su rol, poseía mucha experiencia en el sistema criminal tanto en el antiguo como en el nuevo. Tenía asumida su misión como Juez y lo hacía saber; sin embargo, en esa comunicación jamás buscaba zaherir a los intervinientes, ni al personal ni a los funcionarios de Gendarmería, era el alma del tribunal aquel personaje que lograba consolidar la armonía del sistema en la materialización de la labor; la broma oportuna, el comentario futbolístico, la delicadeza adecuada, el límite preciso fueron su norte. Un hombre de grandes amistades, ajeno al conflicto artificial.

Todo un Juez, como cualquier ser humano, con luces y sombras, sin embargo para el tribunal de Garantía de Talagante, sus funcionarios y personal auxiliar, para todos los intervinientes y también para los Gendarmes, era un destello de naturalidad, una ruta de armonía en las relaciones interpersonales, qué duda cabe, su partida repentina caló hondo e hizo apretar el pecho de varias personas, entre ellos la compuesta defensora, quien no ha podido olvidar que pese a que muchas de las resoluciones del magistrado Héctor Osorio, no le eran favorables, rescataba de aquel el trato, su humanidad y cordialidad; aquello que falta en esta sociedad donde la prepotencia y el abuso de los roles suelen ser la regla. El Legado en el testimonio de vida de don Héctor, el sencillo Juez de Talagante que, aunque muchas veces no compartía los argumentos de la defensa, respetaba y valoraba su rol.

“Adiós querido Don Héctor Osorio”, se escuchó declamar en medio de su pena a la defensora de la comuna; descansa en paz en la tierra, en el orbe y en nuestro corazón, fue también la declamación colectiva.

 

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