El derecho internacional y las relaciones internacionales: un delicado equilibrio. Por María Angélica Benavides

Ene 27, 2023 | Opinión

María Angélica Benavides. Dra. en Derecho, académica UCEN y abogada integrante de la Corte Suprema.

Los acontecimientos de los últimos días se presentan propicios para recordar la fragilidad en la que descansa la sociedad internacional. Sabido es que los estados interactúan entre ellos desde dos complejos ámbitos. El jurídico y el político. El primero da lugar al Derecho Internacional y el segundo a las relaciones internacionales. Ambos contribuyen al avance de la sociedad internacional desde los impulsos que propicia el concierto (o desconcierto) de estados.

Las relaciones internacionales son complejas dado que por una parte y en el estado actual de cosas, los estados mantienen sus intereses nacionales frente a los otros en los acercamientos y acuerdos políticos a los que arriban. Pero por otro lado y dado lo entrelazado de los problemas y soluciones del mundo en el día de hoy, ninguno puede prescindir de los otros estados, debiendo conciliar una política internacional que obedece a delicados procesos de negociaciones y formas de conducirse que impidan se generan tropiezos, retrocesos o suspicacias. Y es por eso que los gobiernos deben idealmente apoyarse para tomar decisiones, por irrelevantes que parezcan al público general, en el consejo de funcionarios de carrera, expertos y personas con determinadas competencias de sobriedad, mesura y capacidad de conciliar diversas posturas más allá de las coyunturas políticas nacionales o internacionales. No olvidando nunca, que los gobiernos pasan y las relaciones internacionales son de largo aliento en su construcción y mantenimiento.

Por otro lado, el Derecho Internacional Público es igualmente complejo. Frágil si podemos utilizar más adjetivos. Depende en gran medida de la buena fe, de la capacidad de mantener la palabra, de ser predecibles como estado en el respeto a las normas acordadas. Esto, porque a más de muchas diferencias con el derecho nacional, el derecho internacional lo crean los estados en última instancia y de su consentimiento depende el asumir o desvincularse de normas jurídicas.

En los últimos días nuestra Cancillería, que tiene una tradición importante en el buen manejo de ambas herramientas con que el estado participa en la sociedad internacional, nos ha permitido apreciar algunos momentos en que se mezclan las relaciones internacionales, el derecho internacional y la mesura en su utilización. Por una parte, el Presidente durante el desarrollo de la CELAC, ha salido acertadamente, a defender la vigencia de los derechos humanos en la región. Es deber de todos los estados recordar una y otra vez la importancia del control de los órganos estatales en su interacción con los particulares, quienes, frente al estado, están en una situación de total desventaja en todos los ámbitos de la vida. Ahí el Presidente acierta, sobre todo porque nuestro país forma parte de un concierto institucional – la OEA y la ONU – que se sostienen, en una parte esencial, en el respeto a los DDHH. Sin embargo, no sólo nos obligan las normas internacionales sobre DDHH, también el principio de no intervención en asuntos internos de otros estados. El punto medio entre defender los derechos humanos y respetar la no intervención, es un asunto de mesura y prudencia. Hablar de actos específicos, que al parecer no tuvieron un desenlace oscuro para los DDHH, como lo ocurrido en la universidad peruana, no parece prudente. Insinuar la creación de un proceso constituyente, cuando el estado peruano está saliendo de un golpe fallido por parte del ex presidente, no parece prudente. El arte de gobernar y navegar en el concierto internacional requiere un fino análisis de oportunidad para, por una parte, defender la vigencia de los derechos humanos (derecho internacional) y encontrar el tono y mensaje para hacer política internacional (relaciones internacionales).

Otro evento de los últimos días, fue el caso de la grabación. Hubo, dentro de varias, una declaración que refleja completamente la fragilidad del derecho internacional. Los acuerdos como se toman, se pueden dejar sin efecto.

Jurídicamente la aseveración es totalmente correcta. Y por correcta que es, nos permite mostrar a modo hipotético, que eventualmente una acción en el marco de la política internacional, realizada con baja prudencia, podría tener repercusiones en la vinculación jurídica actual o futura. Los estados no olvidan displicencias ni desaires, como no recibir embajadores o referirse a ellos de forma poco sutil. Y esa fina y delicada forma de relacionarse políticamente entonces, podría repercutir en las relaciones jurídicas que mantenemos o queremos tener con otros estados. Porque efectivamente los acuerdos como se hacen, se deshacen. Tanto las relaciones internacionales como el derecho internacional, si bien ámbitos de acción distintos, están en un delicado y frágil engranaje que es menester observar siempre con sumo cuidado, para evitar, por ejemplo, que, manteniendo las relaciones políticas adecuadas, podamos arribar a acuerdos jurídicos beneficiosos, pero que luego y por imprudencias o desprolijidades, sean dejados sin efecto. O sean concretados en condiciones menos beneficiosas de las que proyectábamos.

Nuestra Cancillería tiene una brillante historia. Y la seguirá tenido. Pero siempre es bueno recordar que el internacional, es un derecho frágil y que las relaciones internacionales, siempre en movimiento, pueden eventual e hipotéticamente potenciar o enlentecer avances jurídicos internacionales.

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