El Conocimiento, la libertad, las verdades y las universidades. Por Ernesto Vásquez

Jul 17, 2022 | Opinión

Ernesto Vásquez. Abogado. Licenciado, Magíster y Profesor Universidad de Chile. Máster y doctorando. Universidad de Alcalá.

“El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. Allí quedaron todos, mirándose unos a otros, nadie fue capaz -rezan las sagradas escrituras- de lanzar un objeto contra la persona que fuere juzgada por seres de luz que, desde sus impolutas vidas, eran capaces de lapidar a otro ser humano; porque la masa, irreflexiva y llena de ignorancia, creía era culpable. Hoy con mayor conocimiento incluso en sedes académicas -proporcionalmente- ocurren fenómenos de juzgamiento similares, con el agravante, de existir tiempo y desarrollo mediante, millares de años de estudios y supuesta evolución humana e intelectual, aún existen las cofradías, comentarios infundados, los grupos de poder, que suman a seres como peces y si eres un salmón o subsistes con resistencia o te lleva la ola. Es que se sabe que la ignorancia es atrevida.

Hace pocos meses algún destacado economista se alegraba porque “el imperialismo hubiere sido derrotado en Afganistán”; omitiendo que en su retirada la estela de las tropas se llevaba también para muchas mujeres, el sello de la condena a generaciones de aquellas, con la rúbrica literalmente de ser destinadas a padecer en la tierra, un infierno y a nadie le importaba; porque ven la vida en blanco y negro, amigos o enemigos; sin matices ni bemoles. A su suerte quedaban, universidades y centros de estudios donde las mujeres afganas habían logrado grandes avances en décadas, se cerraban para ellas de un día para otro.

Luego, el régimen abrió con rigurosas restricciones e impropias para una universidad, las aulas al mundo femenino. El conocimiento y la educación siempre ha sido una amenaza para los regímenes totalitarios. En Nicaragua Daniel Ortega, un dictador de mala estofa, luego de intervenir y atacar a las universidades y a todo lo que tuviese una huella de disidencia, expulsó a un grupo de religiosas, que asistían al pueblo en sus precariedades y es que para quien usa al pueblo cual corderos para perpetuarse en el poder, cualquiera es un enemigo; bien lo sabe nuestra distinguida Canciller Antonia Urrejola, quien ha dedicado años de su vida a la defensa de los derechos humanos en ese y otros pueblos. Cuando la bandera de la defensa universal de los derechos que emanan de la persona humana es digna y objetiva, solo otorga a dicha persona que la blandea -como nuestra ministra de RR.EE. – un manto de paz y armonía, unido a la consecuencia y coherencia de vida.

Lo cierto, es que hay muchas pequeñas dictaduras que viven dentro de ciertas comunidades, algunas se enquistan en instituciones educacionales y otras entidades, creando edificios de beneplácitos sujetos que van por la vida vetando a otros a su arbitrio, solo por lo que ellos estiman, habiendo subido a ciertos cargos, títulos, posiciones o grados, por ser vasallos de algún líder o amigo de alguien o parte de un clan; propio de las mafias, se dirá y cierto, aquello debiera estar muy lejano al ámbito del Estado y por obvio, impensable en sus entidades universitarias.  La gran misión de las universidades debiera ser -en un plano de respeto, armonía y debate- el sino de buscar la ecuación perfecta de todas las posibles verdades, porque nadie es el “dueño de la verdad absoluta”. Muchas veces grupos gremiales de estudiantes o académicos o de otra naturaleza, justamente se apartan de sus fines, buscan voces monolíticas, otros las usan para escalar posiciones sin importar si hacen morir las instituciones en que participan. Es antigua la receta de algunos, con herramientas del miedo o del rumor y el prejuicio. Si llegas a ser un clavo que sobresale, se te golpea, por innovar en la línea no deseada.  Chile, posee un historial de ejemplos, desde O’Higgins, pasando por Matta, Arrau y Mistral, donde el destierro y el exilio voluntario, son el cementerio natural para quienes osan pensar más de lo permitido.

En muchas ocasiones, falsos ídolos o dioses mundanos, blandeando banderas de libertad, se disfrazarán con vestimentas de lúdicos vates de la alegría o la justicia, bufones que nos han de tentar para que abandonemos el camino correcto y tomar un atajo. En esos casos no debemos olvidar que se trata de trovadores de huecos mensajes y modas pasajeras. Sólo la muralla de valores formada por los más sólidos principios construidos por cada familia –con la ayuda de los educadores– permitirá enfrentar, con especial fortaleza, las falaces “alegrías temporales” prometidas por terceros. Cuando nacemos y luego somos infantes, dichas elecciones están entregadas a la sabiduría de los padres o de quienes tienen a su cuidado a la criatura, entre otras cosas porque a ellos Dios les ha entregado la misión de ser el primer faro que guíe los pasos de dicho ser. Luego, en la vida ya universitaria, uno esperaría que el gran poder de decisión sea orientado por la inteligencia, la probidad y el saber. A mayor conocimiento genuino y mejor uso del intelecto, hay más libertad para elegir, siendo de mejor calidad la ruta definitiva que se escoja.

En la senda de la vida debemos colmar nuestro tanque de combustible con conocimiento, llenarlo con el estudio y con kilos de sensatez, todo ha de ser mejor. No podemos dejarnos avasallar por verdades únicas o monolíticos razonamientos, no siempre los títulos y grados, conllevan necesariamente un maestro o profesora más brillante.  En ese estadio de la vida, cabe recordar que la misión de las universidades públicas es una carga leal de roles en favor de sus comunidades, no es la misión adoctrinar a un pueblo inculto, sino entregar herramientas para que nuestra gente se eduque con completa visión del universo, sin líneas editoriales, con libertad y sin miedo. La historia nos ha plasmado que ya el gran intelectual y primer Rector de la Universidad de Chile, don Andrés Bello, en su discurso inaugural, declamó: “Lo sabéis, señores: todas las verdades se tocan, desde las que formulan el rumbo de los mundos en el piélago del espacio; desde las que determinan las agendas maravillosas de que dependen el movimiento y la vida en el universo de la materia; …. la masa inorgánica que pisamos; desde las que revelan los fenómenos íntimos del alma en el teatro misterioso de la conciencia, hasta las que expresan las acciones y reacciones de las fuerzas políticas…”

Es importante la libertad académica en la enseñanza, por los efectos multiplicadores que dicha labor provoca, a saber: “Un docente influye en la eternidad, jamás se puede asegurar dónde termina su influencia”, dijo Henry Adams. Historiador estadounidense y es que la vida universitaria debe ser multicolor y no monolítica, donde exista plena libertad y jamás temor, para expresarse; así lo afirmó Alberto Kornblihtt, de la Universidad de Buenos Aires: “La Universidad es discusión, es efervescencia, no es pensamiento único”; Ya se dijo también por don Ángel Gabilondo -Exministro de Educación de España y Catedrático de la Universidad Autónoma de Madrid; que, “Una universidad que no es inclusiva no es una universidad de calidad.”

Hace pocos días otra importante universidad -como la Universidad de Santiago- elegía a un nuevo Rector, el Dr. y Arquitecto Rodrigo Vidal, quien entre otras cosas declamó al ser electo: “…Nuestra universidad es estatal, laica, pluralista, tolerante, inclusiva, diversa, estimula el pensamiento crítico, y seguirá enarbolando estos principios incuestionables bajo nuestro gobierno. Pero, además, impulsaremos la equidad sin distinción en todas sus expresiones, la libertad de pensamiento, la participación y la vida en comunidad.”  En esa línea, estimo, que toda universidad, más aún las públicas y estatales, poseen un rol relevante respecto de la comunidad y una carga de sello innovador y de servicio público en sus egresados. Hace un tiempo desde la Universidad de Valparaíso, el chileno Aldo Valle, expuso una directriz relevante: “La universidad debe ser un momento estelar en la biografía de cada persona y del país.” Cabe observar, que no podemos olvidar que la academia está inserta en su comunidad, ya expresaba Platón: “El objetivo de la educación es la virtud y el deseo de convertirse en un buen ciudadano.”

Una pauta dada para las entidades que reciben dineros públicos, debe considerarse como un mantra -como alguna vez lo expresó la Fundación Ford- “Cualquier universidad que reciba dineros públicos tiene una responsabilidad con la sociedad, es responsable de la calidad de la educación que brinda.”  Dable es jamás olvidar que, como dijo un vate inglés, “Hay pocas cosas terrenas más hermosas que una universidad: un lugar donde los que odian la ignorancia pueden luchar por el conocimiento, y donde quienes perciben la verdad pueden luchar para que otros la vean”.   Un buen académico puede hacer la diferencia, pues ya lo declamó William Arthur: “El educador mediocre habla. El buen educador explica. El educador superior demuestra. El gran educador inspira”.

Esperemos que todos aquellos que desean modificar los nudos negativos que están en alguna cultura universitaria, superen el sino dejado por Ortega y Gasset: “Hacer cambios en la Universidad es como remover cementerios”; pues, hoy por hoy, la sociedad y la vida exigen cambios. Tengamos fe, porque no hay nada como invertir en educación de calidad en libertad, siguiendo a Aristóteles, “La educación es la mejor provisión para el viaje de la vida”.

En esta ruta de innovación, no hay que repetir las formas autocráticas de enseñanza, hay que cambiar para mejorar, pues, siguiendo a Plutarco, “Una mente es un fuego para encender, no un recipiente para llenar”.

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