Ernesto Vásquez. Abogado. Licenciado, magíster y académico de la U. de Chile. Máster y doctorando en Derecho. Universidad de Alcalá.
Nací en un Chile pobre, (hace más de medio siglo) un Estado casi mísero, diría con mirada retrospectiva, (más de un setenta por ciento era gente pobre y eso se notaba en cada barrio y en cada lugar donde uno anduviera). Llegué al mundo en octubre en plena democracia en el gobierno del presidente Eduardo Frei Montalva, en medio de una familia de esfuerzo, cuyo norte era la educación y el trabajo.
En mi hogar, el respeto por los valores patrios y por la República hacía que también existiera ese acato por el presidente constitucional Dr. Salvador Allende. Nadie nos inculcó odio contra nuestros semejantes, menos la violencia como medio de acción política. Sí respeto por la autoridad y, por cierto, la tolerancia en el seno familiar era la directriz de vida; donde además conviven católicos y evangélicos en plena armonía.
Si bien, el pilar fundamental para mí en esta materia fue mi padre, quien me enseñó a través de la historia, la poesía y la prosa, el amor al país, su historia y el respeto a sus emblemas; mi amada madre también hizo lo suyo. Recuerdo tararearle a los demás uno de los tantos poemas que aprendí en este contexto: “Enseña noble y sagrada /que traes a la memoria/ tanto recuerdo de gloria/tanta grandeza pasada: cuando en ti nuestra mirada /se fija, despierta y crece /nuestro valor y parece/que una racha de heroísmo/bajada del cielo mismo /nuestras almas estremecen/Tu triple color entraña /para el patriótico anhelo /la azul pureza del cielo, la nieve de la montaña /y la sangre en que se baña /nuestra historia: esos torrentes de sangre, que los valientes de otras edades vertieron/cuando la lucha emprendieron/que nos hizo independientes (extracto del poeta Manuel Magallanes Moure).
A decir verdad, no recuerdo haberle escuchado alguna crítica destructiva respecto del Presidente Allende; trataron que no supiéramos de tanta división social; siendo niño y a pesar que en nuestras poblaciones la situación no se veía muy tranquila, no estaba crítica, fue resistible como infante; cuyo día consistía en disfrutar de las enseñanzas paternas, acompañar a mi madre a sus actividades sociales con otras madres y jugar hasta que abatiera el sol, en una calle popular con decenas de niños; puros esparcimientos que implicaban nulo gasto económico: “La payaya, la escondida, el pillarse, el caballito bronce, etcétera”, juegos donde usábamos elementos de la propia naturaleza como piedras, en una destinación pacífica para desarrollar habilidades; nada de tecnología y esto porque simplemente era imposible para nosotros llegar a ella.
Con todo, éramos niños felices en medio de las precariedades de un país sumido en una polarización que nos trataron de ocultar -al parecer con éxito- nuestros padres en la población y cuyos dolores no nos quisieron transferir. En efecto, mi padre, poco me habló del presidente y de aquello, solo me quedó grabada una frase que en el fondo era una verdad más grande que una catedral, recuerdo haberle oído una prognosis desde la sabiduría popular: “A este hombre su propia gente no lo dejó gobernar y algún día -como a Balmaceda- tendrá un monumento en algún lugar”.
Por otro lado, evoco también como nuestra niñez y adolescencia se fue desarrollando en un país que vivía en una paz establecida por decreto y cuando la adolescencia hizo que mi visión sobre la existencia en sociedad tomara sentido, busqué fórmulas para -hasta irresponsablemente- incorporarme a grupos que estaban en contra de lo que ya reconocía como una dictadura. En ese tiempo y mientras algunos conjuntos musicales populares emergían como Sol y Lluvia, decidí ser parte junto a millares de movimientos pro democracia y eso tuvo algunos costos menores, detenciones temporales, algunas golpizas en protestas pacíficas y en paralelo, inicié una labor en la Parroquia San José, dirigida en esos años por un gringo lindo el Cura amigo Lorenzo Eiting (de la Congregación San Gaspar) en la Plaza Garín de Quinta Normal, donde además coincidíamos con otros demócratas que estábamos por una salida pacífica.
Habíamos conocido algunos amigos en la población -tan niños como uno, llenos de sueños- que siguieron las directrices de los que llamaron a la lucha armada, pues bien, sus vidas y las de sus familias se vieron truncadas; eran niños como lo era yo y eso me dio más fuerza para luchar por la vía pacífica. Fui testigo como en la Iglesia Católica ese cura lindo que fue cercano a nuestra familia y que luego perdió su vida en extrañas circunstancias, le daba espacio a gente no creyente y los ocultaba, estuvo a punto de ser expulsado del país, junto a otros curas que veían en los perseguidos el rostro del cristo que sufre.
Tengo hermosos recuerdos tanto de mi fe como de las labores desarrolladas en dicha parroquia, donde solo pude recoger experiencias positivas. Como si fuera un sino de mi vida “pasar de preocuparse a ocuparse y de la preocupación a la acción”, junto a un amigo organizamos un homenaje el año 1981, en el marco de “Las primeras Jornadas Juveniles de Extensión Padre Lorenzo Eiting”. Fue obvio, aunque un homenaje en vida al sacerdote del pueblo, un motivo para hablar de este movimiento por la democracia; Invitamos al Vicario de la época, a varios feligreses y vecinos, al homenajeado, a don Alejandro Hales (a quien invité personalmente en su oficina) a Jaime Moreno Laval y a Nicolás Flaño; desarrollamos jornadas de análisis sobre el Chile que soñábamos, de allí como varios y en medio de un peligro que no imaginamos, nos jugamos por la salida no violenta, pues no nos gustaban las dictaduras de ningún color, otros -junto con insultarnos por ser supuestos traidores- nos decían que la única salida era “un pueblo armado contra el tirano”.
Nunca pensé que ello fuere posible y de hecho en la inocencia de mi juventud, no imaginaba la realidad de un grupo armado, hasta miraba con simpatía las banderas del grupo Frente Patriótico Manuel Rodríguez, pero veía con desdén otras agrupaciones como el Mapu Lautaro, que en algunas ocasiones tenía claro que sus atentados terminaban con la vida de carabineros, lo que de suyo es inaceptable, era absurdo además que se trataban de gente de nuestro propio pueblo, por ello, cuando se creó la Alianza Democrática encabezada por un gran líder como don Gabriel Valdés -pese a la crítica, mofa y odiosas palabras de los extremos de siempre- luchamos por inscribirnos en los registros electorales y apostamos por ganar un plebiscito histórico, eligiendo un lápiz, esto es, una metáfora que implica frente al supuesto grupo armado, “un pueblo unido” y recuerdo que todos esos años fueron soñar con la libertad, aunque teníamos miedo, nos inspiramos también en pensadores relevantes y es que: “El que ha superado sus miedos será verdaderamente libre”, nos decía Aristóteles y “El hombre es libre en el momento en que desea serlo”, nos ilustraba Voltaire. Claro que hubo errores, porque las obras humanas no son perfectas, pues como dijo “Mahatma Gandhi: La libertad no es digna de tener si no incluye la libertad de cometer errores”.
Y aunque no puedo decir que fui un protagonista, si fui uno de millares de adolescentes y jóvenes que apostamos por el sueño de aquellos que en Alemania saltaban y luego botaron el Muro de Berlín, creímos en el arcoíris, cuya aparición en el cielo proyectaba metafóricamente un arco de luz multicolor de una democracia donde todos incluidos nuestros más extremos adversarios (aquellos que apoyaron la dictadura y otros que creyeron en la lucha armada), nos miráramos como hermanos y no repitiéramos la historia que partió a Chile entre dos sectores irreconciliables antes del golpe y nos hizo pasar un largo infierno de divisiones. Ese cinco de octubre del año 1988, fue el día más largo que recuerde, pues los resultados del triunfo del NO fueron entregados de madrugada a regañadientes por el subsecretario del Interior, y cuando supimos finalmente que habíamos ganado, fue ese día seis de octubre uno de mi cumpleaños más hermoso.
Es verdad que vinieron años de una democracia imperfecta, pero los datos económicos positivos matan cualquier relato, salieron a lo menos cuatro millones de pobres y la democracia logró con sus luces y sombras, llevar a nuestro país del penúltimo lugar de Latinoamérica al primero, bajando la pobreza a niveles históricos- con muchas cosas que corregir, empero sin recurrir a las armas y obvio, con heridas aún profundas.
Hay bastante que mejorar y espero que esta nueva generación que se crio y vivió en una abundancia al menos relativa comparada con la precariedad en la que vivimos en los setenta y ochenta, pueda también crearse una épica nueva y hermosa, pero para ello es menester que la violencia sea proscrita por todos y bajo cualquier circunstancia, no sólo para cuando las “víctimas sean de mi sector”, pues se ha dicho y con razón que “Quien usa la violencia como medio, debe recurrir inevitablemente a la mentira como regla” y ello debiera ser un mantra que de cuando en vez se escuchase en el hemiciclo del antiguo Congreso donde se ha de escribir -espero- una Carta Magna que sea la verdadera casa de todos los chilenos y chilenas que nacieron o eligieron este maravilloso país para soñar sus vidas en paz y armonía.