Por Ernesto Vásquez Barriga. Abogado. Licenciado, Magíster y Académico, Universidad de Chile. Máster y Doctorando, Universidad de Alcalá.
Hace algunas semanas y mientras el estrés laboral y la angustia colectiva de la pandemia, parecía colarse hacia mis neuronas, decidí seguir los consejos de una maestra del séptimo arte -Ana Josefa Silva- quien transmite como si fuera una historia en la que ha sido protagonista, cada película que -con natural ángel y simpatía unida al intelecto femenino- analiza todo, con opinión fundada. He tratado de aplicar en el ámbito académico, la herramienta del arte en el derecho, la vinculación del cine y el estudio jurídico, todo un acierto que hubiere querido tener en mis años de estudiante, con lecturas infinitas de textos que eran verdaderas letanías normativas.
En fin, cuando el cine recoge realidades mágicas, nos sorprende con mensajes sublimes que nunca imaginamos al comenzar a ver la película, con el prejuicio de encontrar respuestas increíbles no planeadas por nuestra silla turca. No quisiera contar la película, parafraseando e imitando -de ser posible- a la maestra Ana Josefa, que, con tacto, tino y tono, da luces y pinceladas que invitan a ver la obra, porque tiene esa magia del verbo y ubicación témporo espacial, que carezco para decir lo esencial de una hermosa serie y a decir verdad, ella posee el oficio de saber compartir la pasión honesta y limpia por el séptimo arte. Seamos claros, en tiempos donde el tango cambalache es la mejor versión de la conducta humana, no sólo se agradece una crítica de cine asertiva; también palabras llenas de afecto y optimismo, que surge de la calidad humana de quien la emite y eso, en todas las colectividades se ha olvidado, a saber: una gran persona puede ser una tremenda profesional, una mala persona jamás.
Empero, no siempre nos fiamos y acotamos nuestra lectura a personas cuya profesión es una ruta diaria que busca la expresión de la morbosidad, la adulación del conflicto, la crítica constante y vacía, sin propuesta, sin rutas, sólo desarmonizar -al costo que sea- y en ese camino se ha olvidado la razón, la sabiduría de los adultos mayores, la cordialidad, la madurez de la pausa y la razonabilidad del tiempo que si con ganas y paciencia esperas que surja la uva correcta, será un vino de altura universal, de lo contrario, como decía el poeta Gibrán, el líquido esperado, será un fraude, un vino que destilará amargura infinita.
No hay causa justa que nos autorice a utilizar el insulto como medio y menos la edad de una persona para ganar una discusión con un argumento que degrada a quien lo dice, pues pedirle “que el interlocutor revise sus pañales”, es impropio, máxime si el pecado en la historia sería tener otra opinión y una edad avanzada. Es una insolencia a millares de personas que han comenzado a bajar las colinas de la vida y están más cerca de la meta que del inicio, jamás zaherir a la persona o calidad del semejante podrá justificarse, salvo que aceptes que te traten como un ser inferior parte de una masa que puede ser manipulada. Una de sus mejores invitaciones, de la periodista Ana Josefa, fue ver en medios digitales en el hogar, haciendo un paréntesis a la cuarentena estresante y un destello de libertad a una mente que también era presa del encierro, “El Agente Topo”.
Un integrante de un hogar de ancianos que atendida su octogenaria existencia es el individuo perfecto para que sea un agente encubierto, que seguramente tenía como misión dejar en la tranquilidad a un descendiente que olvidó a su familiar y que sólo desea, cumplir con el pago y el cuidado de ésta, dejando en manos de un tercero la llegada a la meta de la vida de su pariente. Sólo puedo decir que nos falta mucho -como sociedad- si solemos levantar banderas de justicia y respeto a los derechos de la persona humana, pero callamos frente a la degradación del lenguaje hacia el prójimo en la vida colectiva, laboral o en las expresiones de los servidores públicos respecto de los adultos mayores y si omitimos el respeto a quienes nos han dado su vida para que existamos y merecen no sólo deferencia y también especial consideración, hemos olvidado el sentido de nuestra existencia como sociedad.
Si la película que nos fuere recomendada nos hace un eco colectivo real para colocar en el primer lugar de la fila también a los adultos mayores, eso sería desarrollar nuestro espíritu colectivo y dejar de ser un paisaje para ser -por fin- un país con alma.