Por Lamberto Cisternas. Exministro de la Corte Suprema.
Durante los últimos días me he resistido a escribir esta columna, porque una de las experiencias que quería contar al público de este sitio, cercano al quehacer judicial, se vincula -malamente, por desgracia- con el acceso a la justicia. Un cierto pudor me retenía.
Además, pensaba que una cosa tan simple, como la que contaría, pudiera no interesar, por la preocupación que todos mostramos por las “cosas importantes” que atraen la atención en lo nacional o internacional, de las cuales no necesito dar ejemplos.
Al fin, terminé venciendo esos temores, en favor de brindar un testimonio que puede ser útil. Y va de cuento.
Necesitaba notificarme de un nombramiento que un gentil juez civil me extendió. Vestido de terno, sin corbata, pero con mascarilla, me presenté en la sede de esos tribunales en el centro de Santiago, donde funcionarios externos al Poder Judicial cumplieron el protocolo de entrada. Subí al piso donde está el juzgado, que tiene dos entradas; una señorita, que esperaba sentada en una silla y miraba su celular, me indicó que golpeara no más y así lo hice en la puerta de la izquierda. Por la puerta de la derecha apareció un hombre -no puedo decir señor ni caballero- , vestido de manera casera, como uno lo hace cuando ordena la bodega, corta el pasto o hace aseo. Se produjo, entonces, el siguiente diálogo:
-(Apoyado con su mano derecha en el marco de la puerta): ¿Síííí?
-Buenos días, señor.
-Buenos días, ¿qué quiere?
-Necesito notificarme de un nombramiento…
-No estamos notificando personalmente. Tiene que presentar un escrito.
-Pero existe un horario de atención personal, y allí dice que este juzgado atiende los jueves, por eso vine.
-No, no estamos atendiendo personal. ¿Ha entrado a la oficina virtual?
-¿Con quién puedo hablar, quién es ud. señor?
-Soy el secretario subrogante.
-¿Puede facilitarme el libro de reclamos?
-Mmm, yo podría atenderlo, pero tiene que esperarme, estoy con otras cosas…
-Conforme, lo espero.
Quedo esperando. Se abre la puerta del ascensor y llega un señor notario conocido. Nos saludamos, le cuento lo ocurrido y conversamos un rato, me dice que viene a la lectura de un testamento… se abre la puerta de la derecha y se escucha “pase”. Los tres nos miramos y nos preguntamos ¿quién?, el señor notario intenta preguntar, pero me dice que pase yo, pues lo suyo con la señorita, que resultó ser la abogada que venía a la lectura del testamento, sería más largo.
Paso y nuevo intercambio:
-Asiento, número de la causa.
-Le paso la cédula de notificación (no la recibe).
-Número de la causa.
-Se lo doy.
-(Dice mi nombre), ¿tiene su cédula de identidad?
-Se la paso (no la recibe).
-Déjela ahí (señala un lugar al frente suyo. Escribe la fórmula, saca la hoja y me la pasa)
-firmo
Luego saca una copia de la aceptación y de la sentencia, me las entrega. “Eso es todo” me dice. Retiro el carnet.
-Gracias, hasta luego
-Hasta luego.
Hasta ahí la primera experiencia. Me despido del señor notario y de la colega. Bajo y camino hasta Agustinas, masticando la desagradable sensación que me produce la mezcla de pena, vergüenza y rabia. Y se produce la segunda experiencia.
Tomo un taxi, el conductor me recibe: “Buenos días, señor, bienvenido, ¿a qué dirección lo llevo?”. Quedé tan impactado que no respondí de inmediato. Me insiste: “Por favor, puede indicarme a donde lo llevo?”; reacciono y se lo indico. A poco andar me pregunta: “Tiene algún recorrido de su preferencia?”. Obviamente le cuento la desagradable experiencia número uno y seguimos conversando como personas civilizadas.
Mi propósito, al contar estas experiencias, es volver a dejar de manifiesto lo importante que es mantener vivo el espíritu de servicio y la deferencia en la atención de las personas. Esto significa, en primer lugar, respetarlas, comportarse con ellas de manera mínimamente educada y explicarles los trámites con lenguaje entendible.
La primera experiencia -que ojalá corresponda a algo aislado- muestra que muchas veces -en discrepancia con lo que se predica- no se da prioridad a facilitar el acceso a la justicia, lo cual debiera partir por las cuestiones mínimas y vale para todas las personas que llegan a los tribunales, no solamente para quienes están en situación de vulnerabilidad.