Distancia, esperanza y amor en tiempos de pandemia. Por Ernesto Vásquez

Jun 6, 2021 | Opinión

Por Ernesto Vásquez, abogado y profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile.

No toda cercanía es afecto, ni todo trecho es desdén u olvido. En términos físicos, la natural distancia que se nos ha impuesto en medio de la crisis sanitaria nos recuerda que el alejamiento, el desafecto o el confín de la huella de la ruta, es la vinculación témporo espacial entre dos puntos extremos, que en el ámbito humano es -metafóricamente hablando- una simple línea recta u oblicua imaginaria que aparta o acerca a los seres humanos.

La ruta deseable -cuando hay estima- es mutar tal estado hacia la proximidad posible, volviéndose corta toda distancia y aquella separación física o mental, que, en medio de la emergencia sanitaria, se nos pide como un mantra: “Alejarse físicamente para cuidarse, esto es, para protegernos”; nos presenta un noble desafío: aproximarse en lo humano de manera virtual, para estar pendiente del devenir del prójimo. Si añadimos a tal circunstancia, cariño verdadero, sincero, real -sin disfraces ni imposturas- podemos hacer más llevadera la directriz de la autoridad que -sin duda- nos estremece en lo interno, pues se apartan las familias, se cierran los circuitos de amistad, se impone el temor al otro y el miedo real a ser contagiados se vuelve una pesadilla.

Sin embargo, cuando hay afecto genuino, el amor hace lo suyo y los gestos sutiles donde la palabra y el respeto, le dan un toque de armonía y humanidad, acotando la distancia física necesaria por las circunstancias, en episodios simbólicos de cercanía, son destellos de humanidad. Es que más que nunca, se hace carne la frase de “El Principito”: Lo importante y esencial es invisible a los ojos y -añado- el sentido de ser afectuosos, no siempre es un acto material, basta una comunicación o la preocupación en pequeños fulgores que el receptor ha de percibir como un legítimo destinatario de un aprecio sincero y luego, la reciprocidad es el alimento que nutre esa vinculación, pues de no ser así, será una siembra inútil en un terreno infértil.

En este sombrío escenario, la palabra y la acción hostil, el comentario soez, la envidia insana, corrompe toda comunidad que busca armonía y sobre todo en este tiempo de encierros, cuarentenas y restricciones. Por ello, no debemos dar espacio a la patraña barata e impúdica, pues no podemos desconocer la realidad que hay gente que se regocija con el dolor ajeno, que disfruta al hacer el mal y quien es servil a ello, nada aporta y lamentablemente eso existe. Observar al prójimo con empatía y evitar el desdén en momentos de crisis o tristeza, es imperativo y por eso, la misión del ser humano correcto se hace cada vez más deseable, cortar la ruta del comentario falaz, que busca zaherir el honor de un tercero o mellar su honra y esto no nos debe dejar impávidos, pues quien calla otorga se ha dicho con razón.

Dable siempre es recordar que uno puede brillar sin opacar a quien está a su lado. No debemos borrar de la memoria que cada cual carga la cruz que la vida le ha entregado con sus dolores y tragedias; colocarse en los zapatos de tu semejante antes de emitir una opinión es la mejor receta; cuidar las palabras que se exponen irreflexivamente, pues se ha afirmado -con acierto- que la palabra dicha como la flecha lanzada y la oportunidad perdida, jamás regresan. Estar presente, ser prudente y empático y cuidar los afectos, parece la consiga imperativa en medio de la estela de dolor que conlleva esta pandemia.

Tanta desgracia -como señala el poema Desiderata- no nos puede hacer olvidar que, aunque hay mucha maldad por doquier, existen personas que aún buscan como norte nobles ideales. El amor sincero es un regalo y una decisión que la vida nos presenta. En fin, el amor en medio de la pandemia es una fórmula física y química, una sensación más humana que real, un obstáculo para el amante pesimista y una oportunidad para el soñador que ama con sinceridad. La distancia no existe entre dos personas que han apostado por sentirse plenamente el uno al otro, porque el aprecio sincero puede más que un obstáculo físico. La misión ha de ser el medio, cultivando cada día el mejor vehículo: el afecto, la tolerancia y el respeto por los semejantes, lo que se transforma en un acto de sentimiento pleno, cuando se basa en la lealtad infinita entre seres que se aprecian, anhelando que la distancia, algún día, sea cero o humanamente mínima, a pesar de esta pandemia que lamentablemente, hoy por hoy, nos atormenta.

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