Ernesto Vásquez. Abogado. Licenciado, Magíster y Académico de la U. de Chile. Máster y Doctorando en Derecho. Universidad de Alcalá.
Es el minuto de cuidar las frases y los lenguajes, pues tantas veces se ha dicho que la palabra expresada, como la flecha lanzada, jamás retorna; menos aquella que es violenta y que socava nuestras relaciones interpersonales. Así, siguiendo a Carlos Siller: “La palabra tiene mucho de aritmética: divide cuando se utiliza como navaja, para lesionar; resta cuando se usa con ligereza para censurar; suma cuando se emplea para dialogar y multiplica cuando se da con generosidad para servir.” Esperemos que quien salga electo para dirigir los destinos del país, lo sea para servir, sanar heridas, escuchar y dialogar.
En estos días donde -en medio de una pandemia que parece una pesadilla final-nos enfrentamos a un destino que, en lo político y deportivo, nos trae una final de suspenso, hasta la última fecha y en tales ámbitos -diría un experto- pareciera que triunfará quien logre afianzar los mejores aciertos y evitar errores no forzados. Algunos desean un escenario donde sea el miedo el que defina las posturas de cada uno de los integrantes de este hermoso país llamado Chile, cuya bandera, más que nunca -ha quedado claro- nos pertenece a todos: izquierda, centro y derecha; gente que desea ganar lícitamente dinero y personas solidarias que busca el bien común como parte de su ruta personal. Todos los sueños son posibles en un Chile democrático, una república respetuosa de los derechos que emanan de toda persona humana y que están prescritos en la declaración universal de los derechos humanos, así como lo está en su artículo 29, los deberes colectivos; esto es, el deber de cada individuo respecto de su comunidad y agregaría, la obligación de hacer respetar el Estado democrático de derecho, buscar la igualdad ante la ley, exigir irrestricto respeto a las opiniones ajenas y a las minorías, para que todos podamos actuar con la bandera de la libertad, independientemente de nuestros sueños e ideales; que podamos amar sin que ello implique una respuesta de odio, que todos los seres humanos mujeres y hombres sean dignos integrantes de una sociedad tolerante, donde el reproche a lo injusto no dependa del color, orientación sexual o postura del autor de la ilicitud.
No es razonable tener una vara diversa según sea el caso; callar frente al desatino o ilegalidad cuando es realizada por un sujeto cercano a nuestros colores y al mismo tiempo exigir las penas del infierno, cuando algo similar lo efectúa un contrario a nuestras ideas. La ruta del respeto a las reglas del juego sea para todos quienes han de vivir en este país han de acatarse por todos, hemos de reconocer el descontento que existe en el norte de Chile y en la Araucanía, en un caso por no haber enfrentado el desenfreno sin reglas de una inmigración descontrolada -que, escapando del infierno de las otras dictaduras, busca Chile como refugio- así como la violencia rural que se ha enquistado como un nudo crítico, en la hermosa Región de la Araucanía y que irracionalmente se ensaña contra algunas escuelas.
Qué duda cabe que ha sido un error minimizar por una parte de los políticos estas realidades que el sujeto de a pie vive diariamente. La gente quiere paz, orden, equidad, oportunidades y justicia. Como en el fútbol, será el triunfador, aquel que logre mejorar en sus nudos negativos y reinventarse de verdad, en lo político, ojalá, no solo pensando en “capturar” votantes para la elección, sino en un cambio de verdad, los unos que abracen el respeto absoluto a los derechos humanos sin dobleces y los otros, bajen dos cambios en la exacerbación de los derechos por sobre los deberes, que todos actúen con tacto, tino, tono, tolerancia y ternura en sus diversas interacciones.
En lo concreto, que nuestras policías puedan reformular aquellos aspectos negativos y solidificar una entidad más cercana a la comunidad, acentuando aquella unidad comunitaria que en sus funciones les acerca a quienes creen en la respuesta legítima del Estado, frente a una ilicitud o incivilidades que a diario en cada barrio se hacen realidad; pues, estoy seguro que tal como lo plantamos en un encuentro académico con más de dos centenares de funcionarios policiales, con la presencia de profesores de la Universidad de Alcalá (España), Universidad de Chile y la Universidad Católica de Temuco, una autocrítica sana y profunda, puede reconquistar el vínculo social y alma de nuestras policías que son necesarios para la existencia de un país democrático y la eficacia del derecho.
Un sistema fundado en el respeto a la división de los poderes, se agradece el equilibrio que la elección del parlamento nos ha dado, con la tranquilidad que -como arte de magia- volveremos a los tiempos en que sea quien gane, la frase de don Patricio Aylwin, será realidad: “Los cambios deben efectuarse en estabilidad en la medida de lo posible”; pues, queremos un país para todos, donde no haya espacio a la insolencia y la funa impropia, a opiniones con capuchas en las redes y en la calle; queremos una comunidad civilizada, donde el respeto sea la regla de vida y donde las entidades policiales puedan escuchar también a muchos que desde hace años, venimos trabajando en silencio y con convicción, para efectuar cambios graduales en la formación de sus integrantes en particular en el marco del sistema penal, mejorando el insumo probatorio para una correcta resolución judicial y pasar del caso policialmente finiquitado a la causa jurídicamente terminada. Para lograr todo ello, hay que hacer cambios, que hemos declamado por doquier, pues ya lo decía Einstein, “Si haces siempre lo mismo y de la misma manera tendrás los mismos resultados”.
Espero y sueño, que al final del túnel de la pandemia, que se cruza con un gran e importante acto electoral, podamos decir, que en base al pluralismo, el respeto y la paz; logramos desterrar la violencia, luchar por la justicia y tener un país en el que hay espacio para todos, sin importar sus opciones políticas, sexuales o religiosas; un pueblo que vea reales oportunidades basadas en la equidad y el mérito, donde todos seamos iguales ante la ley, donde la armonía social y el bien común sea el fin y objetivo del Estado, el cual ha de hacer cumplir la Ley cuando por cierto, aquella sea justa, pues es el resultado de la soberanía popular y como broche de oro, podamos superar las caricaturas y escribir una carta fundamental definitiva, que sea la casa de todos los chilenos y chilenas de esta tierra sin ambigüedades, pues nadie sobra en nuestro territorio.