Desde el “Parque Mirador Viejo”, soñando un país que viva en alegría, armonía y paz. Por Ernesto Vásquez

Dic 6, 2020 | Opinión

Por Ernesto Vásquez Barriga. Abogado. Licenciado, Magíster y Académico, Universidad de Chile. Máster y Doctorando, Universidad de Alcalá. 

Los que tenemos más de medio siglo en este país, que no es más que un paisaje, como diría nuestro gran antipoeta –Nicanor Parra– podemos recordar no sin pudor, que hace al menos unas tres décadas, parte de la comunidad estaba empapada de miseria, de niños que fallecían por desnutrición, donde la universidad era para una elite y la “cultura estaba reservada para algunos”; así el ballet, la ópera, el teatro, el cine o la música del piano de Arrau, las pinturas de Roberto Matta y Claudio Bravo, las escrituras de Isabel Allende, estaba en un circuito vedado para muchos.

La locomoción colectiva era de dudosa calidad, la vida en general era precaria; por cierto, había cosas buenas, como la existencia en comunidad, el respeto a las personas mayores al menos -en las formas- los actos y gestos de cortesía, no había una oda como hoy a la coprolalia y se admiraba a quien decidía estudiar o seguir la ruta del conocimiento. En nuestra población -permítaseme la expresión tan autorreferente– nuestra familia era admirada por la cantidad de profesionales y estudiantes que eran parte de nuestro hogar.

No es menos cierto que, el chaqueteo del chileno y la envidia, también se hacía notar; sin embargo, el empoderamiento en esta definición de mi padre en sus convicciones era tan fuerte, que tengo grabada a fuego en mi silla turca, un discurso que en medio de un cumpleaños que me celebró de manera modesta con mis vecinos y a mis cinco años -seguramente un gesto de orgullo para él- su hijo era capaz de hacer un discurso que muchos de mis amigos receptores de mis palabras, poco y nada entendían. Esa personalidad, me fue construyendo una forma que muchas veces no era bien recibida y he asumido con la modestia que da la madurez que quizás no siempre el tino, tacto y tono más otros defectos, pudieron construir la estrella profesional que soñó mi progenitor.

En fin, nuestro país y luego de décadas de trabajo colectivo de una democracia imperfecta, al menos la pobreza se había reducido, las canchas de tierra que divisaba cuando niño, las plazas simplonas sin juegos ni música, eran las fotografías en blanco y negro de una sociedad que así vivía o existía. Los colegios públicos tenían precarias condiciones, empero maestros de calidad absoluta, de respeto, fue lo que observé en la escuela de Barrancas, la N°247 donde no había uniforme, aunque sí un himno; no existían baños como los de hoy, sino mixtos no en la acepción gramatical sino constructiva, algunos unidos al alcantarillado y otros, derechamente de pozo negro.

Con todo, había en dichas aulas, maestros de gran calidad y compromiso humano, luceros a seguir e instituciones educacionales con apoderados respetuosos, donde los padres no se sentían clientes frente al colegio. Algo positivo y negativo nos pasó en nuestra sociedad, no sé cómo explicarlo, mi Liceo Valentín Letelier, era la cuna de grandes profesionales e intelectuales que seguían el mantra del rótulo de su creador -como Liceo de Hombres de Santiago- donde don Valentín, declamó que “Gobernar es educar” y en paralelo, en mi adolescencia observaba junto a mi amado padre la calidad de mis hermanos -sobre todo el mayor- un brillante alumno del liceo de la comuna de Recoleta, un sino humano digno de imitar; aunque seguí a medias sus pasos y llegué a ese emblemático establecimiento, donde hasta hoy existe un museo y la huella romántica de los millares de jóvenes que habitaban sus aulas.

Desde hace muchos años, sentí que no obstante el progreso, nuestro país era bastante clasista, quizás uno de sus defectos más importantes, se premiaba a lo adscrito más que lo adquirido. Desde luego, uno de los defectos más fuertes era ser una sociedad machista y algo cómoda al momento de servir desde lo público al otro semejante. Es cierto y algo impropio, juzgar y mirar con los ojos del hoy, el pasado y menos con el retrovisor de la madurez y el desarrollo cultural, aquello es injusto, quien no haya cambiado con los años, simplemente no ha evolucionado y el que esté libre de pecado que lance la primera piedra.

Nos sonroja como sociedad, los recuerdos de incoherentes actuaciones, donde nos reíamos de los discapacitados o de quienes tenían orientación sexual diversa, en nuestro “festival de Viña”. Nos encantaban los chistes que exacerbaban los defectos de los otros y extasiarse exultando los sentidos, al ver a una vedette en la televisión como la Maripepa Nieto, quien insinuaba a la mujer derechamente como un objeto, expuesto aquello por nuestra televisión estatal, como una situación natural y obvia. En esa cultura nos criamos.

Es cierto, todos hemos cambiado, madurado y entendido que las personas somos iguales en dignidad y que los derechos humanos son superiores a todos los Estados. No faltan los que hoy rasgan vestiduras, impolutos juzgan y olvidan aquello, con la fuerza y el cinismo del emperador en un coliseo virtual.

Tuvimos una crisis social y un quiebre democrático, sin justicia completa, seguramente también fuimos más lentos en esto que el gran Mandela, quien luego de veintisiete años de prisión, renunció al rencor y buscó construir una comunidad donde reinase el respeto. Hoy por hoy, como un hombre de derecho, demócrata y republicano, no puedo aceptar que sea sólo la violencia el camino, por justa que sea la causa que la motive, pues al final del día los más perjudicados son los más desposeídos. (aquellos que muchas veces llamé mis cabezas negras).

En un abrir y cerrar de ojos y también por efectos de la globalización y la inmigración que es una realidad que debemos asumirla con humanidad, hemos económicamente retrocedido, se ha mezclado en la ciudad la precariedad que creíamos haber superado hace sólo un lustro, empero lo que más me preocupa, es que hay muchos avances materiales y pocos progresos humanos, cada cual tiene su verdad y busca imponerla con el garabato y la ofensa cruel, donde la crítica no tiene espacio “estás conmigo o contra mí”, parece ser la consigna, como lo que se nos presentó con un video dirigido a niños, niñas y adolescentes que obviamente no fue un acierto y ello, no es óbice en poder reconocer el gran trabajo que desde hace sólo unos años se ha visibilizado en virtud de lo obrado por la Defensoría de la Niñez.

En fin, este sábado soleado, me dirigí a la inauguración pública del Parque Mirador Viejo (todo un misterio aún para mí su denominación, pues traté que alguien me lo explicara, sin éxito); lo importante que deseo relevar de tan importante acontecimiento, es además del evento mismo, las palabras que observé sinceras y emotivas de la autoridad edilicia, cuando decía aquello que como un mantra y un eco sin retorno, repetí durante mis estudios en la universidad: ¿Por qué la gente más humilde no puede tener derecho a buenos parques como aquellos de los sectores acomodados? (Agrego por mi parte y mejores policías, profesores, jueces, funcionarios públicos, médicos, colegios, etcétera).

Lo verdaderamente importante que se nos viene como país en el horizonte, junto con escribir la casa común que es la carta fundamental, es que retorne la paz y la armonía con justicia social a los sectores más precarizados, son los que más han sufrido con los efectos nocivos de una violencia que no es social sino de grupos que no creen en el Estado ni en la vida en comunidad ni menos en el derecho.

Terminada la ceremonia, recorrí por varios minutos, los senderos interiores y sectores del Parque Mirador Viejo, en la comuna de Independencia y vi rostros de personas de diversas edades, cuya alegría exultaba, era la natural expresión de la dignidad de poder tener un lugar con estándares de nivel superior, me hizo creer que es posible construir un país en armonía y paz, con equidad; una misión para los líderes sociales, políticos y para todos los que desempeñamos alguna labor, pensando que el respeto a los derechos humanos parte con el respeto al prójimo, al individuo que está a mi lado, evitando el desdén y el chiste cruel, el chisme malintencionado y dejando la burla y el desgano para el recuerdo, soñando con realismo en que es posible construir un país y una comunidad mejor, donde todos tengan las posibilidades de trabajar, estudiar y forjar con respeto a su comunidad, sus propios sueños y anhelos.

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