Desde Chile me declaro un Optimista incombustible, lleno de esperanza. Por Ernesto Vásquez

Sep 11, 2022 | Opinión

Ernesto Vásquez. Abogado. Licenciado, Magíster y Profesor Universidad de Chile. Máster y doctorando. Universidad de Alcalá.

En estos días, como la materialización del péndulo de la vida, que como tantas veces he afirmado, nos permite valorar algunos destellos de alegría o felicidad, en una recta cargada de hitos tristes tanto en lo individual como en lo social; así como otros colmados de congoja en lo personal y preocupación unida a desesperanza en lo colectivo.

Uno observa a una madre extraordinaria, que con una lucidez ejemplar, celebra con mesura y regocijo sus 95 primaveras, no solo superando y dejando atrás los malos momentos y busca persistir en una actitud de felicidad e integridad de quien, a un lustro de cumplir un siglo en la tierra, ha sabido de esfuerzos y de persistencia, de fe, religiosidad, respeto y tolerancia.

Alguien que -junto a mi padre- nunca nos dijo ni como pensar ni que afectos deportivos abrazar, nos dieron libertad, amor y educación; más precisamente autoridad con amor y la ruta de la búsqueda del conocimiento y el saber, como la senda correcta para avanzar sin pedir ni dádivas al estado ni ser inmisericorde con los que sufren, padres que nos enseñaron a abrir los brazos para acoger y las manos para dar, no para pedir; reflexionar antes que imponer y tener fe en nuestra propia cultura, amar a nuestra familia, nuestro país y nuestra historia, relevar los actos heroicos de Prat y Condell, la cultura y prosa profunda de Gabriela Mistral, la poesía de Manuel Magallanes Moure y tantos otros, reproducido aquello en un colegio humilde donde lo material era secundario.

Lo relevante era que la maestra fuese nuestra segunda madre, la profesora Señorita Ivón Paredes González, era no solo el amor platónico de muchos, además fue junto al equipo docente de una Escuela la 247, que siendo muy modesta, estaba enriquecida de gente con muchos sueños y proyectos, de ahí surgieron médicos, Ingenieros, hombres de ciencia, abogados y profesores, entre otros y también buenas personas; quizás el sentido de los proyectos o directrices estaban basados en el afecto, una maestra que proyectaba otra faceta de la pedagogía en su más alta expresión, la de enseñar siguiendo la ruta de Kalil Gibran, buscando que la mente de los niños y jóvenes fuere explorada por ellos mismos, sin teñir de odiosidad o mensajes personales a estos; era una guía no un destino en sí misma, jamás nos enseñaron a maldecir a sujeto alguno, como en historia nos daban cuenta de la gesta de Prat y reglón seguido, nos ilustraban de la caballerosidad de Miguel Grau.

Aquello, también era la ruta de mis padres que tras años de esfuerzo, dolores y tristezas, nunca nos legaron una actitud de desdén frente a la vida, por el contrario, sea cual fuere el escenario, nos dieron enseñanzas de sacrificio y entrega, mi madre comprando telas con algunos de sus hijos en Recoleta, mi padre haciendo pan en tiempo de escasez, trabajando y respetando al prójimo en su condición o creencia; en nuestro modesto hogar de Cerro Navia, recibimos con respeto e inclusividad, a un amigo ciego que se ganaba la vida con el oficio de la masoterapia, a una mujer creyente que por algún modesto pago, desarrollaba con la mezcla de religiosidad y sabiduría popular, el arte de ser una componeradora de huesos, dañados por el deporte que se practicaba en la calle en una comunidad y época donde las poblaciones carecían de espacio para usar canchas, empero las calles eran una explanada infinita para múltiples deportes y juegos, un país precario es verdad, pero mucho más respetuoso y solidario que el actual. Una generación otrora pobre donde se nos enseñaba que la “muralla era la pizarra del canalla”, otros tiempos y otro país con otros valores.

Como muchos y varias familias de lugares modestos, fuimos testigos del cambio profundo de un Chile, donde con algo de esfuerzo era posible soñar y crecer. Eso no fue sencillo para millares de chilenos y sus grupos familiares, que supo creerse una ruta de desarrollo familiar con ripios corregibles obvio, que proyectaba en una democracia en un arcoíris de tolerancia y respeto, donde se avanzó muchísimo, pero una nueva generación que nació en un país de oportunidades y algunos privilegios para nosotros prohibitivos, con enormes posibilidades de encontrar el camino al desarrollo, donde se enquistaban nudos críticos de injusticias e inequidades, pedía a gritos -pese a ser destino de millares de inmigrantes- mejorar esos nudos negativos y la demanda fue, ya no superar la pobreza y pasar de setenta por ciento de pobres a casi un ocho (con otros indicadores que pueden observarse en cualquier entidad seria) y que empero, podía más.

Creo, creí y trabajé además por ello, en una carta fundamental que nos uniera y fuese la casa de todos, hubo una inmensa oportunidad perdida, por líderes académicos y sociales con pie de barro. Convocado al efecto, el pueblo habló claro y categórico, eso implica escuchar a aquellos que nos pidieron reflexionar, como el maestro José Rodríguez Elizondo, Premio Nacional de Humanidades y un gran profesor de pío no, quien alertó sobre los ripios que implicaba consagrar en vez de la multiculturalidad de los países desarrollados, la plurinacionalidad de Latinoamérica o Carlos Peña, que ha sido de los más coherentes en estos tiempos, dando cuenta de un diagnóstico asertivo: Las grandes mayorías querían correcciones a las injusticias en un modelo que les ha cambiado la vida en lo individual y colectivo, como nunca en la historia del país y no estaba disponible a seguir una ruta de acción refundacional completa, las personas y los vecinos -lo sabemos los que a diario compartimos con aquellas en lugares populares y de clase media- declaman por seguridad y confían mucho más en Carabineros que en otras instituciones que les critican, es que los sujetos de a pie, desean mejorar su situación, sin renunciar a lo que por años han ganado producto de su esfuerzo.

No están buscando ser un pueblo redimido por profetas de clases acomodadas que les vienen a decir cómo deben vivir. Por ello, la ruta de actuación de un medio periodístico de exponer a las personas buscando ridiculizarlas con sus acciones en una senda profesional que poco posee de ética periodística, (pues busca exponer a los individuos, olvidando la máxima de la democracia, un hombre un voto en el secreto de la urna); cuando el soberano se ha pronunciado tan claramente, parece que más que ridiculizarlo, deberían buscar reflexionar si está correcto lo que se hace, por ejemplo en la academia, donde pareciera ser que todo está teñido de una sola visión, hasta las asociaciones de académicos o los colegios de periodistas y de profesores, jugados por una opción política determinada, cuando lo natural en un proceso en medio de un estado democrático de derecho, es que aquellas entidades sean imparciales frente a las opiniones legítimas en dicha institucionalidad jurídico política, lejanas por lo visto con el pueblo que grita en las urnas su verdad. La Universidad de Chile y las universidades estatales, deben alejarse de aquel discurso monolítico de una irresponsabilidad inmadura que algunos pretender secuestrarlas y hacer realidad las palabras de Andrés Bello, ser un lugar pluralista donde todas las verdades se encuentren, toquen y reflexionen.

En lo personal, seguiré siendo optimista en lo íntimo, sabiendo que mi guerrera ganará esa batalla contra una visita de una enfermedad maldita, que ya le vamos ganando. En lo colectivo y profesional, pasar siempre de la crítica a la propuesta, con fe, haciendo realidad lo que nuestro profesor y colega Carlos Peña, nos rotulara como el optimista incombustible, al retratarnos: “Ernesto Vásquez, el autor de las páginas que siguen, es un optimista incombustible. Cualquiera de los temas que toca, desde la relación con la madre, el fútbol o el proceso penal, son para él una ocasión para mostrar el haz de luz que alumbra todas las circunstancias humanas, incluso las más difíciles. No se trata, sin embargo, de ese optimismo ingenuo que nace de la ignorancia y de cerrar los ojos ante los aspectos más ásperos de la vida, sino de un optimismo que se sostiene a pesar de esos aspectos. Lo que parece ocurrir entonces es que Ernesto Vásquez es un hombre de fe.”

Sí, como una gran mayoría de chilenos, soy un hombre de fe y eso nadie me lo ha de quitar, haciendo cosas, pasando de preocuparse a ocuparse, creo que la mano misericordiosa de Dios se ha de posar en mi guerrera y en mi país su bendición con esperanza de un Chile mejor.

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