Ernesto Vásquez. Abogado. Licenciado, Magíster y Académico U. de Chile. Máster y Doctorando en Derecho Universidad de Alcalá.
Alguna vez escuché que alguien se mofó, porque un conocido rotuló Olimpiadas a los juegos Olímpicos, haciendo reír a otros y avergonzando a su semejante con su falsa sabiduría; una funa ad hoc, parte de la nueva tradición humana que establece que bien vale -por la causa que fuere- dejar como torpe al otro; pero al mismo tiempo, esforzándose más en ser inclusivos por el uso de letras o cambiando una consonante por una x para reafirmar tal inserción social.
Otros, luego de haber sido parte del espectáculo televisivo, usando la figura femenina en sus programas, amanecieron como los pretorianos que cuidan lo moralmente correcto y que juzgan al resto, estableciendo formas novedosas y absolutas, de dignificar su nuevo discurso. Seres impolutos que nacieron desde la misma santidad que declaman por doquier, como aquel que evoca la justicia de día y de noche dormita con la vendetta.
En fin, ya es parte de nuestra nueva tradición levantar como ídolos a personajes que actúan de esta forma, paladines de lo justo “desde su particular perspectiva”. El resto nada sabe y la patria, los valores y la perfección les son originarios. Es verdad que la vida ha cambiado y en muchos casos, socialmente para bien y la inclusión no solo debe ser una regla moral de una sociedad, ha de ser una legítima forma de observar la equidad de las personas. El amor que no conoce fronteras y que no juzga para demostrar superioridad, sino deferencia y armonía, es lo que nos hace falta como directriz de vida. La inclusión no se trata de cambiar solo la x por una vocal, implica algo más, es buscar incorporar a nuestra rutina diaria a aquellos seres que, por razones múltiples, la propia existencia les ha impedido tener o poseer todas las oportunidades para enfrentar la vida en comunidad.
Por ello, Deporte, Olimpiadas, Televisión y Constitución, son palabras que podemos también darle contenido propositivo y no peyorativo. En los setenta el humorismo en “el festival de Viña del Mar”, se fundaba en las rutinas que justamente, se reían de los defectos de otros y eso, para bien ha cambiado. En esa misma línea, programas deportivos que incluían al deporte, lo asociaban a la exhibición de la mujer como un objeto de deseo, sin pudor alguno o al maltrato de animales para dicha de los observadores. Qué duda cabe, la comunidad en esto ha avanzado y mucho, hoy es impropio exhibir el cuerpo femenino como otrora o declamar la crueldad de las especies, lo que era natural en antaño hoy es reprochable.
Cabe observar, que los discapacitados hace treinta años, eran seres invisibilizados para la sociedad y su sino normal era la limosna o el rincón del olvido. Hay mucha gente que le gusta el conflicto y la crítica sin aporte y en eso prefiero esa frase que indica “Hazlo, te van a criticar igual” o aquella del presidente John F. Kennedy de los Estados Unidos, que expresó: “No te preguntes tanto que hace tu país por ti, pegúntate que haces tú por tu país”. En lo personal, me he equivocado muchas veces en mi vida y siempre hablo desde mi precariedad humana, tratar de ser mejor persona no significa no reconocer errores, ni haber sido un monje; lo importante es no perseverar en actuar mal ni juzgar a otros con inmisericordia.
En tal estado de cosas, la Teletón -de cuando en vez- es criticada ácidamente. Recuerdo cuando niño un famoso escritor que, en una columna dominical del decano de la prensa nacional, la destrozaba, “como una obra que usa al ser humano y el mercado para mostrar que hace el bien”. Ese escritor, necesitó de dicha obra para un familiar. La Teletón es mucho más que un acto discutible o no de televisión, ni siquiera vale la pena preocuparse del mensajero o el personaje sino del mensaje. La obra que realiza cuando realmente la necesitan, es maravillosa. Es una creación del mundo privado no estatal y es efectivo que el Estado debería colaborar más, pero mejor ver el vaso medio lleno. Esa labor e hito colectivo permite por un instante, dejar el odio a la vera del camino; que gendarmes y presos, hagan donaciones, que gente humilde y adinerada entregue lo que estime prudencial, hasta ahora -como la democracia- no se ha creado una obra mejor. En ella, como en las urnas todos somos personas.
No he sufrido ni he tenido ningún familiar en dicha entidad, sin embargo, por cosas del destino, viví cerca del primer edificio, luego conocí el centro de Valparaíso y otros de regiones, he sabido de gente que realiza actividades hermosas, nunca he escuchado quejas sobre la atención como en otras entidades. Nadie es tan perfecto para criticar esta labor que nos dio a la sociedad la misma comunidad y es que la memoria es frágil, hoy también le debemos a dicha entidad un cambio cultural en el trato a las personas con capacidades diferentes e incluso los encuentros deportivos poseen un paralelo, las actividades paraolímpicas, que no solo entregan entretención a quienes las ejecutan sino también un sentido de vida.
La inclusión es mucho más que cambiar una consonante por una vocal, respetando todas las posturas, puedo afirmar que si queremos realmente ser inclusivos, debemos colocarnos en los zapatos de quienes poseen una discapacidad ser empáticos y observar el mundo desde sus perspectivas: en sus sillas de ruedas, su ceguera o falta de audio o sonido; solo así podremos verdaderamente pasar de preocuparnos a ocuparnos y dejarnos de buscar al que siembra la frase más hiriente para aplaudirlo. Si queremos ser inclusivos socialmente, debemos buscar que en las poblaciones y en los lugares que la misma sociedad ha puesto como marginales, existan los mejores profesionales, los expertos policías más probos, los funcionarios más comprometidos, los maestros y las profesoras con la mejor vocación y también las mejores instalaciones sociales y deportivas; porque efectivamente una sociedad es mejor no cuando los unos andan juzgando inmisericorde al prójimo desde su supuesta perfección, pues cabe observar -en las redes sociales- a los dueños de las verdades absolutas, expertos en todo y en nada; en derecho internacional, para el conflicto de la Haya; en constitucionalismo hasta hace poco y hoy sabios del ambiente o epidemiólogos peritos.
Por ello, prefiero a esos seres imperfectos que hacen cosas, aunque se equivoquen y en esto, recordar, esa sorna frase y risotada cuando alguien dijo :“están dando las olimpiadas y otro le espetó: Juegos olímpicos ignorante”….y es que efectivamente, la ignorancia es atrevida, pues cabe observar que los Juegos Olímpicos se efectuaban en Grecia también en la ciudad de Olimpia y cada casi un lustro se reunían en honor al dios Zeus, diversos seres humanos que competían y los más reconocidos hoy, son los efectuados en esa ciudad.
Entonces, no es tan absurdo rotular olimpiadas a los juegos olímpicos, obvio prefiero creer que lo razonable no es objeto de burla. Lo que nos debe importar es lo esencial, el desafío de pasar en medio del deporte y los juegos Olímpicos hechos en pandemia, a divisar la esperanza en los Juegos Panamericanos de 2023, que podrán ser para Santiago y Chile, una estela de luz al final del túnel y además podremos contemplar la real inclusión en la dimensión Panaparaolímpica, donde el deporte, el esfuerzo y la fe, derrotan al pesimismo y al odio, que solo sabe de rencor y desarmonía.