Armonía y optimismo, la vacuna que nos falta. Por Ernesto Vásquez

Mar 28, 2021 | Opinión

Ernesto Vásquez. Abogado. Máster y Doctorando, Universidad de Alcalá.  Profesor de la Facultad de Derecho de la  Universidad de Chile.

En medio de las grises nubes que hoy y hace ya más de un año, rondan nuestros cielos y nuestro espíritu; con una pandemia que no nos quiere dejar, más que una estela de sufrimiento, dolor y desesperanza, cada familia y los grupos humanos, tratan de observar de qué forma han de capear el temporal que esta desgracia global nos ha permeado con inseguridades -desde la vida cotidiana, lugares sagrados y las reuniones sociales- pues hemos descubierto que no sólo ir a un inmueble o un sitio, implica habitar un lugar físico con otros. Hoy por hoy, nos hemos dado cuenta que en realidad, la vida invita a crecer en comunidad, compartiendo y abandonando la soledad, la cual producto, a veces de obligatorias cuarentenas -con sus restricciones- nos permiten recordar que el ser humano, y el prójimo, es mucho más que un intercambio verbal o de imagen a distancia.

Tan extraño y absurdo que nos parecía cuando niños, esos dibujos animados “Los Supersónicos” que nos llenaron de futurismo y hoy con retrospectiva, podemos descubrir en esos episodios del anterior milenio, las clases online, el teletrabajo y la telemedicina, sólo por recordar algunos de los ejemplos notable muestra de sus capítulos, parte de una nueva normalidad. La vida cotidiana con los demás, el crecimiento en comunidad, la interacción personal entre familiares y amigos, el deporte masivo, las reuniones sociales, son algunos de los efectos colaterales que ha implicado las restricciones de la autoridad en esta materia.

No somos para nada expertos en salud pública y menos en epidemiología, por ello creo lo más sano es hacer caso a las medidas cuando se entregan directrices que impliquen cuidarse y cuidarnos de la propagación de un virus letal; mortalidad que –felizmente- podría tener su atajo gracias a la ciencia, a la unidad de diversas Universidades –públicas y privadas- y a las decisiones de salud pública e internacionales, para entregar al país, una vacunación masiva realmente ejemplar. Ello no puede ser obviado a pesar de otras críticas que con justicia se pudieren entregar, pero al menos por estos lados, parece que es prudente –conforme el panorama de la región y también de países desarrollados- reconocer el vaso medio lleno de la labor, tarea nada fácil, que nos ha de cambiar la vida; pues no existe hasta hoy, una cura total e inmunización absoluta frente a este ataque viral y en busca de dar respuesta a este adversario que nos ha puesto casi de rodillas, afectando como es común a los más pobres.

En tal contexto, sólo nos acordamos de las precariedades materiales y económicas; omitimos que hay mucha gente con problemas de salud mental y eso no es prioridad, lo que hace que tal padecimiento sea mayor.  Así, no es posible quedarse en el discurso negativo que empaña la vida y sólo merma las posibilidades de encontrar los mejores caminos para vivir intensamente una ruta de existencia que vale realizar, en búsqueda de la armonía social, optimismo y felicidad, estas dosis nos faltan de la vacuna espiritual, es de esperar que nos hemos de inocular con ellas en el corazón.

Si la vida es un viaje hacia el infinito cuyo sentido se capta al regresar –cual lo afirman las escrituras sagradas– como polvo a la tierra plena, entonces todo el misterio de ella fluye en torno al encuentro con la felicidad. Esta última, generalmente se da con meros destellos, luces que el intelecto digiere con alegría y que debemos disfrutar al máximo, este es el gran dogma del sabio.

La armonía es el estado que permite que los humanos vivamos íntegros y que en la ruta de su vida convivan respetando la libertad y las alegrías de los demás, evitando zaherir al prójimo. Subyace a dicha conducta la directriz correcta de actuación, cultivando la tolerancia hacia el entorno, como si fuere la oración de la patria de los hombres. El mundo donde estamos no nos pertenece, es apenas la casa temporal en que habitamos y que de manera precaria se nos ha entregado, no sólo para nuestros proyectos y sueños, sino para dar espacio a los anhelos de los demás (incluidos los animales, las plantas y las aguas).

Hemos de cuidar “corpus y mente”, habitar con respeto y armonía el planeta. Quizás lo más esencial de la conducta –en nuestro caminar hacia lo eterno– es la cualidad de ser sinceros en el amor –en sus diversas manifestaciones–, ser prudentes en nuestros juicios y ser misericordiosos en los reproches, porque cada vez que interactuamos entendiendo que en frente hay otro ser que desea legítimamente ser feliz y que está luchando su propia batalla, para lograrlo. Debemos por ello respetar sus características y formas, sus planificaciones y visiones de la vida. La gran misión es dar amor y afecto, bajo esas premisas de existencia y de actuación, se constituye el sublime sentido de una comunidad que tiene un sueño colectivo, convivir en armonía, tratar con respeto y paz al otro, verlos como un ser especial y único. Esa vacuna no existe, es sólo una semilla que cada familia puede fundar en el corazón de sus descendientes.

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