Juan Carlos Manríquez, abogado y socio del estudio MBCIA Abogados.
La vacilación es muchas veces una característica muy presente en la condición humana. Es esa falta de seguridad, previa al actuar o al decir, que agobia y paraliza, porque al fin y al cabo, lo tiene a uno pendulando, y a ratos, para allá, o para acá, para volver donde mismo.
Dicen, además, que la vacilación es prima de la indecisión, porque echa en falta la firmeza de la determinación definitiva.
Y siendo así las cosas, luego de examinar con detalle y por largas horas el texto propuesto al país por la Convención Constitucional para darnos una nueva Carta, debo decir que los últimos días han pasado entre oscilantes momentos en la medida que transcurren y las luces del entorno varían, he ido desde el rechazo sin más, al apruebo pero, al ir pero no marcar (si nadie me obliga a hacerlo), para, en la noche, decirme otra vez qué tan irresponsable he de ser, si siempre he marcado una opción desde que he tenido edad para ir a las urnas, considerando que incluso, imitando a esos que ya casi no se ven, en cada acto eleccionario voy con corbata, y me alegro, y lo disfruto, aunque el resultado no sea el que hubiera querido.
En lo prosaico, en su acepción de algo falto de elevación, también he llegado a convencerme que gran parte de esta indecisión se ha debido al vacilón guason o bromista con que varios convencionales se tomaron su histórico trabajo de donar con gracia sus nombres a la historia, y como otros ahí presentes, fungieron como excitados padres, madres o tíos buena onda de la Patria así creada, como si se tratara de reescribir el génesis y todos y todas tuvieran la capacidad de decir con imperio Ordo Ab Chao! Eso no pasa en ninguna parte, y menos en el cosmos, de ser sólo una aspiración fuera del alcance humano.
Entonces, haciendo esfuerzos por superar un pesimismo existencialista a lo Kierkegaard, y repasando desde la propia historia, hasta reafirmar que la Democracia es la menos mala de las formas de resolver estos grandes dilemas públicos, y ojalá con el menor apellido posible, o sin ninguno, decidí hacer un último acto de confianza en esos en que la mayoría parece no creer, pero que son tributarios de más de veintiún siglos de formas y maneras de resolver, fraguar y analizar entuertos y casualidades. O sea, me he propuesto confiar en los partidos razonables y curtidos, en el Congreso, en varios senadores y en las nuevas dirigentas de tiendas históricas a quienes sí conozco y sé que están bien inspiradas, con un compromiso sólido en lo social y en lo democrático.
Y por eso, a pesar del vacilón, ha terminado la vacilación. Voy a votar apruebo para mejorar. Sí, y por eso es necesario que antes del 4 de septiembre el Gobierno y las dirigencias de esos partidos demócratas y socialmente comprometidos con el Siglo XXI y los que vienen nos digan con total claridad qué, cómo, cuándo y con cuáles urgencias, se modificará del texto que ha propuesto la Convención.
Para muchos será determinante que antes del plebiscito se nos diga cuándo, cómo y con qué plazo se va a mejorar el esquema propuesto para el sistema político y si se le dará más aire a la Cámara de las Regiones; que se nos diga cómo Chile no se fragmentará más, reconociendo que los pueblos originarios y que sus cosmogónicas visiones y orientaciones, incluso sexo-genéricas, ya no son los de la pre colonia y están integrados a un Chile moderno; cómo el Consejo de la Justicia no cooptará a los jueces; que se reconozca la necesidad clara de restablecer un Estado de Excepción eficiente y sin culpas teóricas, ni meros remilgos intelectuales paralizantes; de qué forma la Corte Constitucional tendrá a disposición de los litigantes una acción de inaplicabilidad real y no un remedo ilusorio como el que describe el texto, y por último, cómo la aplicación directa de los Tratados Internacionales, incluso los que promueven el desarrollo económico, no terminarán sustituyendo o renegando del orden positivo interno porque sí no más.
Para eso votaré apruebo, y convencido, si antes del 4 de septiembre esas y esos dirigentes serios y responsables nos dicen que vale la pena confiar en acciones más que en buenas intenciones.