Andrés Bello López, un inmigrante que fue y es un faro guía para Iberoamérica. Por Ernesto Vásquez

Sep 26, 2021 | Opinión

Ernesto Vásquez. Abogado. Licenciado, Magíster y Académico de la U. de Chile. Máster y Doctorando en Derecho. Universidad de Alcalá.

Hace pocos días se conmemoró un nuevo aniversario de la universidad más antigua del país, aquella que implica para sus egresados una carga extra, esto es, servir a la patria y no servirse del cartón como banal provecho de un estudio que solo tendría como su sino el individualismo; pues en esa entidad de educación superior, sus docentes no son hedonistas de la arbitrariedad y vanidad sino, hombres y mujeres, que llevan sobre sus hombros la carga de aportar, de unir y no dividir a la república, de entregar con humildad y misericordia, con disciplina -pero con sencillez- sus conocimientos y formar con afecto y sin soberbia, teniendo entre sus educadores no tan solo a un profesor que emite expresiones repetibles, sino a un maestro que inspira a sus estudiantes.

En fin, la fundación de la Universidad de Chile, fue entre otros, el trabajo y sueño de un inmigrante que, obvio, fuere también un aporte sustancial a nuestra cultura, a la educación y al derecho, y ese fue un hombre latinoamericano, el venezolano don Andrés de Jesús María y José Bello López, no solo un sujeto que aportó desde la poesía, la filosofía y la diplomacia, sino que fue considerado uno de los humanistas más importantes de toda Iberoamérica y eligió Chile -en la mejor etapa de su vida personal- como su destino para hacer florecer en estas tierras toda la grandeza y riqueza de conocimientos, que intelectualmente, la naturaleza le había dotado en su mente y alma.

En estos tiempos, donde el relativismo y el desprestigio que se reputan o se les rotulan -justa o injustamente– a muchas instituciones, tienen en la vida de Andrés Bello, una luz certeza, un faro guía a seguir y una ruta de virtuosidad plena. La mismísima sociedad venezolana, si tan solo pudiese observar su historia personal como intelectual y en ella, encontrara a ese soporte moral que hoy carece, hallaría  también en dicho erudito chileno venezolano, la grandeza de su labor en el otrora importante estado de Caracas, en una época donde dicho país, era una cuna de la máxima cultura en nuestra américa; hoy por cierto, gobernada por una dictadura que está en la antípodas de Bello, un país sometido bajo la ignorancia de un dictador que ha provocado un efecto multiplicador negativo en toda la región con una diáspora de millones de individuos que huyen de ese sueño o pesadilla bolivariana; que además ha implicado una serie de círculos viciosos y criminales como la trata y tráfico de personas, usando a los migrantes y sus dolores como el costo de tener a la ignorancia  -que de suyo es atrevida- al mando de una nación, otrora gloriosa y hoy sumida en la miseria material, intelectual y humana.

Cómo una paradoja a la realidad , los ciclos de la vida y la salubridad pública, Bello, también fue un laborioso poeta y una de sus producciones parecen como atingentes a nuestros días: “Oda a la Vacuna”, poema que tenía como objetivo ser un homenaje a la extensión de la vacunación por toda América, quizás hoy estaría escribiendo otra oda al trabajo del personal de la salud en Chile a raíz del éxito indiscutido en la materialización de la vacunación universal en una perfecta sintonía de un trabajo mancomunado de universidades, municipios, profesionales de la salud e instituciones públicas y privadas, con un solo norte: el bienestar de nuestra gente. La realidad nos golpea y responde y no le hacemos caso: “Solo la unidad en el esfuerzo y compromiso por la vida, rinden sus frutos, la violencia y el odio, solo dividen y matan, generando el círculo vicioso de la maldad y el oscurantismo”.

Don Andrés Bello López, fue parlamentario, Senador de nuestra República por más de dos décadas y fundador de la Universidad de Chile y, por cierto, su primer Rector. La misión institucional de esta casa de estudios fluye del mensaje de su creador, pues aquel lo dejó plasmada en su discurso inaugural, la misión institucional era la arquitectura identitaria del país reflejada en toda la universidad. Es que, Bello soñaba con una institución universitaria que no se enclaustrara en sus aulas, con el fin solamente de formar profesionales de excelencia; con toda certeza, pensaba también en que aquellos, fueran un aporte al engrandecimiento de la sociedad y proyectó de tal suerte, una institución al servicio de su país y de su gente, con valores y principios irrenunciables: pública, pluralista y cuyo norte ha de ser el bien común de la patria con académicos respetuosos de la libertad y amantes de la verdad, por ningún motivo profesores excluyentes, sectarios  o activistas, buscaba seguramente, profesores y maestras cultores del diálogo, la razón y el respeto.

Cabe recordar que también don Andrés, fue un ejemplo de servidor público, así lo plasmó don Alamiro de Ávila, al exponer que: “Hacia 1850 y a los 70 años, Andrés Bello desempeñaba al mismo tiempo las funciones de Rector, subsecretario de Relaciones Exteriores y de consultor de gobierno, de Senador, de redactor de ‘El Araucano’ y además, trabajaba intensamente en la elaboración del Código Civil y en sus obras de derecho, de filología y sus producciones literarias”.

Dable es sostener que tanta sabiduría, entrega y compromiso fueron méritos más que suficientes para serle otorgada la nacionalidad chilena al más grande humanista de Iberoamérica, que como indicamos nació en Venezuela y adoptó a Chile como su segunda patria.

Cabe entonces, reiterar que el carácter público de la universidad otorga a sus estudiantes y egresados no solo el honor de recibir la calidad respectiva o un cartón, pues tal proceso, es mucho más que un trámite o un acto, es un compromiso solemne con el país, la paz, la libertad, la tolerancia, la justicia y el respeto.  No es -obvio- imposible de olvidar que de los escasos recursos que posee el erario nacional, el Estado destina una parte para contribuir a su financiamiento y desarrollo. Ergo, los profesionales que allí se forman deben también tener un sello de servicio público y de entrega, despojada de toda vanidad y arrogancia. Por lo mismo, han de internalizar que el derecho de sentirse orgullosos de sus trayectorias profesionales implica aportar lo mejor de sí para estar a la altura de lo que la comunidad espera; esto es, entrega y empatía hacia los integrantes de la sociedad y también servir en los sectores más desposeídos: en colegios, hospitales, consultorios y lugares apartados, donde otros no desean estar presentes.

Han de llevar el arte, el pensamiento, la tolerancia y los valores más bellos de una sociedad armónica que se desarrolla en paz y bienestar, entregando el conocimiento y la ciencia a quienes más lo requieran, haciendo realidad el sueño de su sabio creador, siendo lo líderes de la paz y los cultores de la patria justa y buena, en cualquier lugar en que laboren, sea en la judicatura, en los otros poderes del Estado, sea en la Convención Constitucional, en las grandes o modestas municipalidades, en las  entidades públicas o privadas, han de ser hombres y mujeres de paz y de encuentro de respeto por los valores que sostienen la Republica con pleno honor a defender la vida y derechos esenciales que emanan de cualquier individuo y cultivar el tono, el tacto, la tolerancia y la entrega de ser un servidor público por esencia, que como don Andrés Bello, poseen y entrega sus conocimientos para servir a Chile y no para servirse de aquel o ser un personaje que para bien o para mal, sea un catón de la moral, en un rol que nadie ha entregado más que a nuestras instituciones que -perfectibles siempre- la carta magna consagra hoy y prescribirá mañana en una nueva Constitución Política sí y solo sí, somos capaces de colocar -como lo hizo Bello- al país en el horizonte de nuestras labores, pensando en un lugar tal como en la casa de estudios, donde -de verdad-  “Todas las verdades se toquen y se respeten”.

 

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