Algo de fe y esperanza en medio de la pandemia. Por Ernesto Vásquez

Abr 25, 2021 | Opinión

Por Ernesto Vásquez Barriga. Abogado. Licenciado, Magíster y Académico, Universidad de Chile. Máster y Doctorando, Universidad de Alcalá.

Entre tantas noticias negativas, sustentadas muchas de ellas en la realidad brutal en que la pandemia nos ha secuestrado, no es fácil dejar de lado el luto de una sociedad que sufre por los efectos mortales de esta epidemia universal, con su red nociva en los efectos multiplicadores negativos que se presentan en nuestras comunidades.

El dolor permanente, el encierro y la quebrajada salud mental, entre otras, por el flagelo de la cesantía y las evidentes carencias materiales, son un golpe brutal a la esperanza. Un país dividido en sectores, con posturas absolutas y a veces imposibles de concordar en una ruta propositiva común, son el peor remedio que los líderes y las autoridades -en tiempos de crisis- podrían ofrecer a sus ciudadanos.

Nadie en lo absoluto, pudo suponer este escenario de crisis sanitaria, por cierto, los expertos podrán evaluar la calidad de las respuestas que el Estado ha entregado en esta prolongada crisis, que se une -por desgracia- a la reacción de la violencia como forma de protestar frente a cada inequidad que se manifiesta.

Cabe recordar, que ninguna entidad científica hizo alguna prognosis certera de un acontecimiento semejante, por más que en las redes sociales o en los medios, se afirme lo contrario. La pandemia ha sido el peor invitado de piedra que pudiéramos haber tenido y con ella, sus espantosos efectos, en medio -insisto- con carencia de liderazgos positivos en una sociedad que, en el dolor y la desesperanza, parece sólo mirarse el ombligo y a sus semejantes como adversarios.

Algunos en su percepción infinita de derechos sin deberes, no sólo han renunciado a vacunarse, sino que han aprovechado cada espacio para explotar su individualismo, con fiestas clandestinas y acciones indecorosas que hacen que la lucha contra el virus vaya cuesta arriba.

La oración correcta para la galería, denostando al otro, aquel semejante y prójimo, usando el chaqueteo del chileno -tan propio de nuestra cultura- incapaces de decir en persona y de frente que hemos cambiado de opinión, que estamos equivocados o que somos frágiles. Menos obvio, ofrecer disculpas.

Para algunos, la idea es siempre aparecer por la retaguardia, con el comentario artero, vil e impropio del formador; insensible y sin una gota de humanidad ni menos empatía, un señor del conocimiento, cuya arrogancia de vida les sale a algunos impostores de lo correcto, por los poros que sudan lisonja fácil y cero benevolencia y que se reúnen en círculos de amigos con origen común en grupos cerrados con alabanzas cruzadas y palabras difíciles sobre temas complejos, creando nichos temáticos o laborales, impidiendo que el mérito que declaman por doquier penetre ese circuito formado por un puñado de seudo iluminados.

Ello se ha agudizado en nuestra cultura, las redes sociales, que son cada día un pozo negro, sólo la continuación del pasillo oscuro o el recodo que no queremos enfrentar. Allí surgen seres que buscan ser el héroe del fracaso de otros y del éxito narcisista del propio. Ni pedagogo ni maestro, una categoría inferior, sin duda, aunque posean las mejores certificaciones.

La pandemia, parafraseando al gran escritor Albert Camus, ha logrado provocar no sólo una explosión de la miseria material y muerte; también se ha asomado la precariedad humana. No ha existido ciencia ni intelecto hoy, que pueda frenar la muerte repentina. Hay que humanizar la enseñanza, desde la corta edad y también armonizar las relaciones, empatizando con el otro, pues nadie sabe el camino que cada cual ha recorrido sin conocer el zapato que ha utilizado.

Recuerdo aquella máxima que se enseña en Derecho: en la vida hay cosas de la esencia, de la naturaleza y otras, puramente accidentales.  Asimismo, en medicina se ha ilustrado que la imaginación es una parte de la enfermedad, la tranquilidad es la mitad del remedio -se ha dicho- y que la paciencia es el comienzo de la sanación.

Parafraseando al hermoso poema anónimo Desiderata, ojalá que la pequeñez de muchos no nos impida observar la grandeza de millares, las ollas comunes, las acciones solidarias, son en las comunas claros ejemplos que la solidaridad es un camino plausible, pues aún hay gente que sueña con nobles ideales.

Esperemos que esta noche larga llegue a su fin y volvamos a valorar las cosas sencillas y a las personas por lo que cada cual es y no por lo que otros juzgan de aquellas. Sé que son horas amargas para muchos y las palabras fe y esperanza decaen ante la realidad, empero sueño cada día en que vuelva a mi país la concordia con un destino común, respetado las legítimas diferencias, pues la tolerancia y la diversidad sólo nos hacen crecer como seres humanos. Recordando a nuestra gran poetisa Gabriela Mistral, podamos hacer realidad su mensaje: “Donde haya un árbol que plantar, plántalo tú. Donde haya un esfuerzo que todos esquivan, hazlo tú. Sé tú el que aparta la piedra del camino”.

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