Ernesto Vásquez es abogado. Licenciado, Magíster y Profesor de la Universidad de Chile. Máster y doctorando en la Universidad de Alcalá.
Sean las primeras líneas de esta columna, para recordar al máximo héroe chileno: don Agustín Arturo Prat Chacón, nacido en Ninhue, un día 3 de abril de 1848 y fallecido en Iquique, un 21 de mayo de 1879. Fue no solo un gran ser humano, también un destacado marino, militar y abogado, que amó a su país, su acción y gesta es un ejemplo a nivel universal de heroísmo, valor, entrega y honor.
En un momento donde nuestro país busca su destino constitucional, algunos luchan por la paz, otros declaman la violencia y la gran mayoría sueña con vivir en la patria unida y amada donde todo ser humano, tenga un espacio de armonía para materializar sus sueños, anhelos y esperanzas; siempre es bueno pensar y proyectar con fe y compromiso el futuro y superar algún pasado histórico que nos divide; también resulta imperativo rescatar aquellos hitos históricos que nos unen. No es una casualidad que este 21 de mayo, sea el día del abogado y abogada. Es que el derecho, los hombres y mujeres, están unidos a la historia de la república chilena como la hiedra a un muro de leyendas e historias. Existen millares de sujetos letrados y mujeres, unidas al derecho, que desde sus diversos ámbitos han entregado sabiduría al país, constituyéndose en verdaderos ejemplos de conducta y directriz de vida de todo servidor público, basándose en sus valores; niveles de compromiso y conocimientos. Hoy nuestra Canciller Antonia Urrejola, no solo es una distinguida abogada, ha sido una luchadora por la defensa de los derechos humanos y es un honor para quienes le conocimos en Pío Nono, verla empoderada representando los intereses del país. Así también, cabe dar cuenta que otra jurista chilena que ocupa roles importantes en materia internacional, tal es el caso de la ex ministra de Justicia Patricia Pérez, quien es Jueza de la Corte Interamericana de Derechos Humanos y la lista parece ser mucho más amplia y con hitos históricos relevantes, pues nuestra distinguida profesora de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, doña María Teresa Infante, es Jueza en el Tribunal Internacional del Derecho del Mar. Cabe destacar, que la gran mayoría de los ilustres jefes de Estado y destacados integrantes de instituciones de los diversos Poderes públicos, han sido abogados o abogadas.
Hay también Jueces y Juezas, Fiscales y Defensoras, que silenciosamente trabajan por el bienestar de Chile en las grandes ciudades y en recónditos lugares de esta larga y angosta faja de tierra que besa el océano pacífico y se abraza a la cordillera, toca con su cabellera el desierto más árido del mundo -con los cielos donde están las estrellas más hermosas- y con sus pies posa sus sueños en los glaciares y la antártica chilena en la base Eduardo Frei Montalva y la Villa Las Estrellas donde habitan chilenos y sus familias que hacen patria entre hielos y hermandad universal.
En este mundo de historias y testimonios de vida, existe un ser humano de excepción, un héroe cuyo nombre fue rotulado en letras doradas, unido no solo a la abogacía sino también al honor que la historia ha reservado a unos pocos elegidos, ejemplos a imitar para las generaciones venideras por su entrega única, total y sublime a la patria. A estos sujetos que simbolizan la estrella esculpida en nuestra bandera, se les tendría que rendir honores no solo con un feriado en el calendario, sino también siendo recordados durante toda la vida, con proporcionales genuflexiones legítimas de la sociedad en su conjunto, declamando a los cuatro vientos, el legado de valor, heroísmo y entrega que nos han proporcionado, atendiendo el importe patriótico de su misión desarrollada en favor del país.
En la historia de la humanidad y a efectos de perpetuar actos y acciones humanas dignas de resaltar, dejando selladas en la memoria de una cultura, los seres humanos han creado especiales maneras de resaltar a sus héroes, entre ellas, estatuas y monumentos. Una suerte de ruta para relevar la majestuosidad con sus acciones y cuya gesta merece ser testimoniada de forma ejemplar para perpetuar -cual modelo a seguir- la tarea realizada. Todo Chile rememora la gesta de Iquique, en aquel día en que la precaria Corbeta Esmeralda se hundía -sin rendirse- a punta de espolonazos y cañonazos por parte del acorazado Huáscar, sin jamás arriar su bandera; dando cuenta del arrojo, la dignidad y el honor del chileno.
En el puerto de Valparaíso -en la Plaza Sotomayor- se ubica un altar en que posan los restos de los héroes de tal gesta. Las máximas autoridades del país, unidas en un ambiente de solemnidad y respeto, conmemoran en la cripta de los héroes, entre otros, al gran hombre de marina y abogado Arturo Prat Chacón, quien no dudó un segundo en rendir su vida por principios y valores superiores, procurando que su amada bandera jamás fuera arriada ni su gente se rindiera frente al enemigo, aún en situación de inferioridad de fuerzas. He ahí la grandeza del patriota en su máxima expresión, que fue inmortalizada en su arenga: “Mientras yo viva, esa bandera flameará en su lugar. Y si muero, mis oficiales sabrán cumplir con su deber.” No es extraño entonces que, como justicia social y de la vida, millares de calles y escuelas lleven su nombre, con las mismas letras que describen al hombre que amó a su país y le regaló su vida y con ella, su futuro personal y familiar. La figura del Capitán de la Esmeralda se engrandece infinitamente como la estrella magna del firmamento, aquella que se rubrica solitaria en la bandera tricolor, a cuyo símbolo dio juramento de vida el héroe naval. En medio de una pandemia, de un país que a veces nos parece dividido, Prat se nos presenta como ícono de unidad, quien merece ser el faro guía indiscutible a la hora de buscar la luz al final del túnel, iluminando la salida de este conducto de la desconfianza que parece abrazarnos como sociedad. En mis años de estudiante me llamaba positivamente la atención observar el busto a la figura del marinero y letrado Arturo Prat, que aún está en la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Emplazado en pleno patio otrora estaba erguido dicho monumento y jamás fue zaherido por alguno de los estudiantes. Nunca observé un gesto impropio hacia su figura y creo que hoy -sin duda alguna- el abogado Arturo Prat, es símbolo indiscutido de unidad.
El Capitán Prat, fue un hombre de letras que según se colige de la ilustración efectuada en la página de la universidad, lo hace admirable no solo desde lo heroico, también desde lo académico, a saber, “Su interés por las leyes lo llevaron a matricularse en nuestra Facultad y a cursar estudios entre 1872 y 1876. Gran parte de esos estudios los llevó de manera independiente a bordo de la misma Esmeralda, rindiendo exámenes mientras la fragata recalaba en el puerto de Valparaíso. El 31 de julio de 1876 obtiene la aprobación de su tesis de licenciatura, titulada “Observaciones a la lei electoral vijente”, escrita en el marco de la promulgación de la nueva ley electoral. Así, a los 28 años, Arturo Prat rindió su examen final en la Corte Suprema, presidida en ese entonces por Manuel Montt Torres, a quien tuvo que convencer para que se le otorgara un cupo especial para que se le examinara en consideración a su agenda como marino. Arturo Prat fue el primer oficial de la Armada en servicio activo que estudió Derecho y se recibió de abogado poco después de ascender a capitán de corbeta.”
En memoria de su sacrificio y honor, cada 21 de mayo se celebra el día del abogado y abogada, es en realidad la figura de Prat, la que honra nuestra profesión. Un chileno ejemplar, un esposo cariños, un gentil y deferente ciudadano, preocupado del sistema electoral, un letrado defensor de sus colegas y amigos dentro de la armada, un investigador justo y un militar de honor invencible, un representante del país, amante de la probidad, su familia y la justicia; un chileno que respetaba las normas y los principios del Estado de Derecho, un hombre creyente pero respetuoso de otras posturas, que amaba a su familia y a su patria más que a su propia vida hasta el punto de inmolarse por ella. Su historia bien puede observarse con diversos prismas y es justo ser mirada con los ojos del que busca la virtud en un ciudadano ejemplar. La hazaña inmortal del héroe naval debiera darnos una rutade fe y esperanza, para reencontrarnos como sociedad: retomar el respeto por la interacción humana como una conducta normal más que como una virtud, aceptar al que piensa distinto, tolerar la diferencia y no olvidar que, por esta patria, algunos seres humanos -como Prat- estuvieron dispuestos a dejarlo todo, haciendo gala del ejercicio de sus deberes al máximo y dejando los derechos para aquellos que lo necesitan.