El reciente fallo del caso SQM, aunque referido a delitos económicos, dejó una profunda reflexión que trasciende su contexto: la memoria humana es limitada y el paso del tiempo deteriora la fiabilidad del testimonio.
El tribunal advirtió que la lectura reiterada de declaraciones pasadas, ante el paso del tiempo, debilita la inmediación y la fuerza probatoria. Esta constatación, más allá de lo tributario, toca el corazón mismo del proceso penal, pues cuestiona cómo entendemos el recuerdo como fuente de verdad.
Esa reflexión adquiere especial relevancia en los delitos sexuales, donde la declaración de la víctima suele ser uno de los ejes centrales (sino el más importante) de la acusación.
La neurociencia ha demostrado que el trauma no borra los recuerdos: los desordena. Durante una experiencia adversa o de vulneración a la indemnidad, la amígdala se hiperactiva y el hipocampo se inhibe, afectando la forma en que los hechos se codifican, almacenan y evocan. Por eso, los recuerdos adversos pueden aparecer fragmentados o inconexos, pero no por eso ser falsos. El cerebro, ante el peligro, prioriza sobrevivir antes que narrar con coherencia. Esa desorganización no puede ser falta de veracidad en aquellos casos reales de vulneración, sino una huella biológica del dolor. Comprenderlo nos invita a escuchar con empatía las historias del trauma, sin exigirles orden cuando nacieron del caos (Loftus, 1996; McNally et al., 2006; Bisby et al., 2018; Rauch et al., 2006).
En este contexto, resulta indispensable relevar los procesos de entrevistas protocolizadas, con el máximo rigor científico y, a nuestro juicio, mantener los procesos refutatorios a partir de los modelos ampliamente validados en la literatura internacional, de acuerdo a la metodología SVA (Statement Validity Assessment) que evalúan la calidad del recuerdo y facilitan a los tribunales contrastar hipótesis alternativas con base científica.
Solo mediante estos mecanismos se puede ofrecer a los jueces conocimiento científicamente afianzado, garantizando a la vez rigurosidad empírica y respeto a las víctimas.
Una justicia moderna debe ser neuro compatible: consciente de cómo recordamos y de cómo el tiempo y el trauma moldean la verdad.
Porque la memoria, aunque imperfecta, sigue siendo el puente más humano entre el dolor y la justicia.
Diego Quijada Sapiain
Dr (c) en Psicología- Psicólogo Forense
Director Laboratorio de Neurociencia Cognitiva y Antisocial- LaNCA-




