El Caso Zamudio: “Actuaron sin Dios ni Ley”. Por Ernesto Vásquez

Mar 27, 2022 | Opinión

Ernesto Vásquez es abogado, licenciado, magíster y profesor de la Universidad de Chile. También es máster, doctorando de Universidad de Alcal

La vida es un destello, pues en un abrir y cerrar de ojos, estaba jurando en la Corte Suprema, y para mí, asomaba la judicatura de Policía Local a fines de los noventa y en los dos mil, abrazaba como el sino de la abogacía el rótulo: “Sin defensa, No hay justicia”. Tenía tres perlas en el norte, todas antofagastinas, que le darían razón a mi existencia y de ello ya ha pasado mucha agua e historia bajo o en el río del puente de la vida; soñaba en quedarme asentado en la Región que alberga al desierto más árido del mundo y sin embargo, quiso la providencia que desde el rol de abogar por otro, pasara a declamar justicia en favor de la comunidad y entre esos desafíos, algunos impactantes y es que millares de casos pasaron por mis ojos y algunos se atesoraron en mi mente y en mi alma; fueron quince años como Fiscal, orgulloso de aquel rol, saliendo por la puerta ancha, para otros sueños y apegado en paralelo a las aulas, tratando de ser un proyecto de maestro, al menos una huella de experiencia, transferir a mis estudiantes; realizando siempre el trabajo con amor y alegría, pese a que pudiere tener alguna pena escondida o padecer de la envidia de los mortales que nunca son felices sin sembrar la cizaña o el mal por doquier; elegí vivir feliz y para ello, traté de hacer lo que me agrada sin importar lo que el mundo pensara.

Cerré mis afectos y mi familia era ahora el partido de mi vida como alguna vez en la adolescencia y juventud, luché por colores y flechas rojas, el arcoíris fue la estación que me permitió celebrar un cumpleaños especial cuando ya los resultados de aquel plebiscito se entregan al amanecer entre dibujos animados y películas antiguas que daban en la televisión, eran el tránsito a la anhelada democracia. No exagero, si afirmo que para mí y para mi patria –con sus valores y por cierto siempre todo perfectible- se arraigaron las décadas de progreso y oportunidades como nunca en la historia de Chile.

Serán otras generaciones las que dimensionarán aquello -con perspectiva histórica- en lo económico, humano y luego, también en lo deportivo. Sin embargo, había una mancha que estaba enquistada en la sociedad, los ilícitos en contra de personas con diversa orientación sexual. Es que los cambios culturales fueron significativos y una triste historia, un caso dramático, significó para nuestra sociedad un antes y un después en esta materia.

El caso Zamudio, qué duda cabe, debe ser uno de los crímenes más graves y de los temas más relevantes que la Fiscalía de Chile tuvo en sus actuaciones y estuvo sobre los hombros de este servidor y de un equipo de colaboradores, en perfecta conjunción con las policías, a saber, Carabineros y la PDI, lograron en definitiva, que con un trabajo arduo unido a la ciencia, algo de justicia llegara al alma inerte de Daniel, pues su muerte –sin quererlo- significó para la sociedad chilena, un bálsamo de esperanza, su padecimiento a manos de quienes –parafraseando al Ministro Adolfo Bañados que así describió el actuar de la DINA- implicó que los condenados en el caso, actuaron sin Dios ni ley, frase que declamé en mi alegato y que nadie se hizo eco de ella, porque la memoria del chileno es corta; sin embargo –insisto- la penosa muerte de Daniel Zamudio Vera, fue sinónimo de vida y libertad para un grupo de seres humanos que habían vivido en los rincones alejados de la misma sociedad chilena.

Quizás ahora, con la perspectiva del tiempo, podemos afirmar que Daniel con su semilla de juventud, fue un aporte a los logros de una comunidad por siglos discriminada y por tanto hasta el matrimonio igualitario, seguramente pudiere alegrar el alma en el recuerdo del joven, víctima de la xenofobia y del delito irracional. Obvio, el amor es más fuerte, decía el Papa Juan Pablo II y nadie fenece para siempre, si es recordado intensamente -indica la leyenda- y Daniel Zamudio lo ha sido y una década parece poco, es como si fuera ayer, cuando logramos esclarecer estos hechos y dar algo de paz a su familia.

Es claro, que la actuación criminal de los sujetos condenados nos debe hacer meditar como sociedad sobre la violencia y sus efectos. Lamentablemente, con los años puedo constatar que dicha violencia se ha enquistado en nuestra sociedad y para algunos se ha naturalizado, tanto que, para cierta parte de la prensa, la muerte de un joven inocente que rogaba auxilio y que para su desgracia fue ultimado por vecinos supuestamente decentes y honorables, no pudo ser mejor graficada con palabras y frases ambiguas, para ilustrar lo que allí ocurrió, un homicidio por medo de la autotutela.

En el caso de Daniel Zamudio, el fallo recoge una narración del terrible episodio, dando cuenta que la víctima dejó de existir a consecuencia de las agresiones realizadas por los acusados. Con sus bemoles, por cierto, otro joven hace pocos días, fallece a manos de una agresión violenta e irracional. En una década nuestra sociedad parece que no aprendió la lección y aquellos que han naturalizado la violencia como vía de relaciones interpersonales, solo da cuenta del daño que le han hecho a nuestro país, nunca la violencia ha de ser el camino, solo la paz y el Estado de derecho democrático, es la ruta aceptable para vivir en comunidad.

El rotulado caso Zamudio, significó un cambio de paradigma social, pues dejamos atrás años donde la mofa era la directriz del humor y es que creo que sonreír es una excelente terapia y aporta a la vida sana, pero reírse y burlarse del otro –como ocurrió en el asunto en comento- es siempre censurable. La violencia en ninguna circunstancia se justifica, es la regla general básica que se enseña en nuestras aulas que forman a los futuros letrados y abogadas del país. En un Estado democrático de derecho, todos merecen respeto, sin importar raza, religión u orientación sexual. La vida es para ser feliz, donde cada cual pueda materializar sus sueños, anhelos y esperanzas y ningún individuo tiene permiso para usar la autotutela, por más noble que se muestren sus postulados. La violencia es hermana de la mentira y justificar una u otra -según la conveniencia- retrata al que lo hace o dice. Existen en toda comunidad formas legítimas de discriminación y otras arbitrarias.

El llamado caso Zamudio -su investigación y fallo por el Cuarto Tribunal Oral en Lo Penal de Santiago- tuvo efectos más allá de lo penal. El recuerdo del ataque homofóbico sufrido por Daniel -por quienes simplemente actuaron como bestias- nos debe llamar a la reflexión como sociedad, al recordarlo. Este hecho generó un despertar de humanidad y su muerte, lamentable y dolorosa para sus padres, su familia y amistades, fue la luz que gatilló un proyecto que dormía el sueño de los justos en el Congreso y que hoy, ya materializado como norma, con efectos en los ámbitos civil y penal, se conoce como “Ley Zamudio” o Ley de No discriminación y que fue el inicio de toda una normativa para un grupo importante de personas. Es que como se ha afirmado latamente, la víctima de este caso y su padecimiento fue semilla de protección para muchos, ya que esa normativa crea una agravante penal y además es un mecanismo de protección frente a la discriminación arbitraria. De ahí que la memoria de Daniel –enhorabuena- ha significado para otros y otras, vida en abundancia y por ello, bien vale conmemorar este hecho triste que nos ha dado una dura lección a la sociedad, intentar vivir y convivir con las siempre vigentes palabras con contenido: armonía, amor y paz; de paso, con la tranquilidad que, en lo judicial, se consiguió algo de justicia que abona a la memoria de Daniel a quien jamás hemos de olvidar.

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