La hoja en blanco del 2021, comenzar a escribir nuestro destino. Por Ernesto Vásquez

Ene 3, 2021 | Opinión

Por Ernesto Vásquez Barriga. Abogado. Licenciado, Magíster y Académico, Universidad de Chile. Máster y Doctorando, Universidad de Alcalá. 

Culmina un año que -como nunca- nos ha dejado una estela de dolor y sufrimiento colectivo sin precedentes. Hoy el rito de las fiestas de fin de año ha dejado su espacio a la reflexión -aquella que puede hacerse si los fuegos artificiales que otrora eran símbolo de alegría y hoy son sólo molestia, lo permiten- y es que pareciera que muchos se han empeñado en demostrar que el individualismo exacerbado y el cambio constitucional son una respuesta mágica a un sino de felicidad de un pueblo virtuoso.

Las reglas básicas de convivencia están en medio de la pandemia en su máxima tensión, que decir de las normas de urbanidad, de aquellas ni rastro quedan. Hace unos días cerramos las actividades del círculo chileno de doctorandos de la Universidad de Alcalá y tuvimos -vía zoom- un encuentro virtual con dos destacados expositores: mi maestro el Dr. Guillermo Escobar (desde Madrid) y la doctoranda y ex alumna del suscrito Diva Serra (desde Roma), ambos con enfoques diversos, observaron el desafío que tenía el proceso constitucional chileno; el Dr. Escobar -algo más pesimista y sin querer interferir en temas internos- decía entre otras cosas, que nuestro país no era uno de los más desiguales de la región, que tenía cierta respetable estructura constitucional y que observaba con preocupación que nuestra sociedad había puesto muchas esperanzas en un cambio constitucional que según él, había creado expectativas que era difícil de satisfacer y por otro lado, colocaba el acento en algunas cuestiones que estimaba relevantes para considerar; una de ellas, era la participación de los independientes, a lo que les entregaba gran relevancia y la otra, era no procurar efectuar una texto tan amplio con derechos sociales consolidados en lo textual que en la realidad no eran posibles de cumplir y daba como ejemplos a no seguir, los casos de Venezuela y Bolivia.

Por otro lado, nuestra brillante exalumna, amén de dar cuenta de un enfoque desde una tesis penal sustantiva, partía señalando que a diferencia del profesor ella sí estimaba que había razones más que suficientes que justificaban el optimismo en el cambio constitucional, el cual era fruto -según ella- de las actuaciones de nuevas generaciones que mediante la protesta social lograron levantar este desafío y obtener una convención.

Finalmente, tuve que intervenir conforme el programa, observando por un lado a mi maestro y por el otro a una -por así decirlo- discípula que en este caso me había superado en calidad académica y tuve que dar cuenta al menos desde mi punto de vista, que tendía a coincidir en el pesimismo de mi maestro más que en el optimismo de mi ex distinguida alumna.

Para quienes vivimos en un país precario y pobre de los años setenta y bajo una dictadura, era evidente el desarrollo de los últimos treinta años, cuestión que no es compartida por las nuevas generaciones y en eso, prefiero reconocer que existe un quiebre generacional. Lo relevante y viendo el vaso medio lleno, era para mí, esta ocasión histórica, la oportunidad única para que, en democracia, pudieran crearse un texto constitucional -desde una hoja en blanco- que fuere la casa de todos. Sin embargo, en resumen, sostuve que el estallido que hubo y los efectos ulteriores de violencia no eran para mi razonables y ocurrido aquello, lo que esperaba en realidad, un cambio profundo, una especie de estallido cultural, esto es una sociedad donde los funcionarios del estado, se sintieran servidores públicos y, siguiendo al profesor Escobar, aportaran de mejor manera en acudir en auxilio de personas en estado de precariedad, que -sostengo- se celebre y premie lo adquirido por el esfuerzo y el estudio que lo obtenido por el linaje o lo adscrito.

Sostuve que esperaba de este estallido del alma de nuestra sociedad, un cambio cualitativo, donde se pusiera el acento en los deberes colectivos y luego, en los derechos que se han exacerbado al extremo, pues se ha perdido un básico respeto en la persona del otro; los derechos humanos si bien son loables y esenciales en toda sociedad, estos parten por una deferencia real y práctica en el derecho del prójimo. En fin, debemos recobrar la armonía colectiva, erradicar el chisme como conducta aceptada y hemos de reconocer el mérito en los demás, convivir en tolerancia y pluralismo, buscando crecer en la diferencia.

Alguna vez se dijo, que “un ser humano no debía valorarse por lo que dijeran de él, sino por como él hablaba de los demás” y es que como muy pocas cosas, las palabras dichas no regresan y a veces son lanzas de una filosa lengua no controlada. Muchos confunden ser empoderados y francos, con ser imprudentes. El justo medio lo da la forma de cultivar el instinto con intelecto, del querer hacer por cada individuo. La vida me ha enseñado que no hay posturas absolutas, el cambio y la evolución son excelentes vehículos para la paz interior.

Frente al desafío de este nuevo año y de la convención constituyente que se asoma en el horizonte, los invito a tener fe en sus propios ideales y proyectos, en evitar heredar odiosidades, en alegrarse del triunfo del prójimo, pues resulta mucho más productivo derramar armonía y amor, que maldecir, incluso no sólo para los demás sino para el propio espíritu de quien las expresa, pues el actuar positivamente crea ondas propositivas.

La vida es un tren que transita por una vía circular y nunca sabemos con quién nos volveremos a encontrar y en ese reencuentro debiéramos cosechar lo sembrado en la interacción anterior, dispensar y olvidar, para sembrar armonía, que es el mejor destino de una comunidad, que además quiere construir una casa jurídica común.

 

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